Seulgi prefería sus días en casa frente a los que dormía en la mansión de los Bae. Vivía en un sitio pequeño, para una sola persona en un barrio barato. No podía permitirse un piso inmenso como los de sus clientes, pero estaba contenta de poder vivir sola a su edad. Se hacía algo rico para comer, iba a ver a su madre, a ver a Jimin, o incluso al cine. Debía cumplir con los horarios variables e irregulares del señor Bae, pero sin ese día o dos de descanso que tenía a la semana en su casa no sería capaz de soportarlo.
Por eso volvió algo más reparada al trabajo, con la expectativa encontrarse con una Irene más amable, o por lo menos colaborativa después de lo que había cuidado de ella el otro día. Había hecho más de lo que ponía en su contrato y esperaba que Irene supiese apreciarlo.
Pero Irene no le dirigió la palabra ni para saludarla por la mañana, o incluso despedirse de ella por la noche. Lo mismo pasó los siguientes días. Supuso que se sentía demasiado humillada como para reconocerlo, o por lo menos no lo recordaba. Y cuando por fin lo hizo, era para pedirle algo que, naturalmente, no entraba en su contrato.
Las jornadas seguían monótonas y aburridas, y Seulgi seguía haciendo todas las tareas estúpidas que Irene le mandaba, como si fuese su mayordomo. Irene empezó a hablar con ella aunque no se soportasen y acabasen picadas la una con la otra. Le gustaba quejarse de pequeñas cosas y Seulgi la escuchaba por aburrimiento.
Su hastío crecía como el viento helado que movía las nubes grises del el cielo aquel día de invierno y Seulgi se sentía especialmente cansada mientras miraba por la impoluta ventana del pasillo.
—¡Kang!
Oyó su nombre gritado desde el otro lado de la puerta de la habitación de Irene y entró sin interés por lo que tuviera que decirle. La chica estaba rodeada de embalajes tirados por el suelo, probándose ropa que había comprado por internet.
—¿Puedes tirar estas bolsas? —Señaló el desastre que había desperdigado por el suelo de su cuarto.
Estaba rodeada de paquetes y prendas de ropa. Había unas cuantas sobre una silla, otras sobre la cama y la puerta del armario estaba abierta, revelando la gran cantidad de ropa que Irene ya tenía. Llevaba un vestido rojo completamente nuevo, y le quedaba tan bien como los negros que solía llevar.
—¿Perdón? —contestó Seulgi, por si no lo había oído bien.
—Que si puedes tirar esto a la basura por mi— le respondió y se dio la vuelta a su escritorio, como si estuviese muy ocupada.
Irene ya no era tan dura, pero eso enfurecía más a Seulgi. Respondió entre dientes, con una rabia que ya se estaba tornando familiar:
—Esto no entra dentro de mi contrato.
—¿No nos estamos llevando bien? Por favor, tengo trabajos de la universidad que hacer.
—Tendría que haberse concentrado en ello y no haberse puesto a llenarlo todo de ropa a propósito. —En ese momento todo lo racional que Seulgi creía ser desapareció.— ¿Cree que no me he dado cuenta de que no se está vengando de mi por estar aquí?
La expresión de Irene cambió radicalmente. Levantó una ceja.
—¿Quieres que hable con mi padre? Seguro que está muy contento de que no quiera ayudarme. No espera otra cosa de ti.
Seulgi la miró fijamente.
—¿No se acuerda de lo que pasó el otro día?— devolvió la pregunta, amagando una sonrisa sarcástica.
—¿De qué?
—De que cargué con usted mientras estaba tan borracha que no podía ni andar, le sujeté el pelo mientras vomitaba y después se lo lavé, le preparé la cama e incluso le dejé un vaso de agua y unas pastillas para el dolor de cabeza en la mesita de noche. .
Seulgi taponó su ira dentro de su boca lo mejor que pudo. Irene se había ruborizado, pero lo disimulaba muy bien, porque levantó la barbilla, aún más desafiante.
—Me acuerdo perfectamente, pero ese es su trabajo, Kang. No le pagan para que seamos amigas, sino para cuidar de mí como si fuera una cría. Para eso le paga mi padre, ¿verdad? Sólo quiero hacer su trabajo más interesante.
Era agotador. Seulgi hacía esfuerzos por Irene, y ella no era capaz ni de tratarla bien.
—Estoy aquí porque necesito un trabajo para vivir, al contrario que usted. No para aguantar chantajes y humillaciones. Y de paso, tengo que, efectivamente, hacer todo lo que diga su padre. Aguantar sus caprichos y procurar que nadie le haga daño, como si alguien quisiera.
Hubiese sido mejor quedarse callada.
—Da igual. —Una sombra cruzó el rostro de Irene—. Vete.
—Lo haré encantada. Gracias por dejarme ir, señorita Bae. Debería pensar más a fondo sobre cómo me trata.
Bajó los escalones a la cocina tan rápido que se saltó los tres últimos y pronto se hizo de noche. Se sentó en una de las sillas de madera oscura de la cocina, pero no sabía muy bien por qué. Se quedó allí un rato, con ganas de arrancarse el cerebro de cuajo para no volver a pensar una palabra más sobre el tema hasta que se quedó sola, a oscuras, mirando por la ventana hacia la oscuridad con la cara apoyada sobre la mano.
Pensaba que después de estallar se sentiría mejor, pero horas después seguía dándole vueltas. Era verdad que no eran amigas. Irene se lo había dejado bien claro, y no le parecía extraño. No había de dónde rescatar ni el inicio de una relación cordial. Como diría Jimin, eso no le había dolido en el corazón, sino en el complejo de salvadora.
Oyó a alguien caminar rápido por el pasillo, sacándola del trance en el que estaba. Las zancadas enérgicas del señor Kim se acercaron a la cocina.
—Necesito que venga conmigo y el señor Bae por un imprevisto.
Una muerte era lo último que Seulgi esperaba ese día. Aunque intentó llevarlo con profesionalidad, las horas extra hasta la una de la mañana bastaron para hacerla sentir hundida.
Bae Jungho los dejó ir a la cama, puesto que el día siguiente sería complicado.
Se puso en marcha hacia su propio cuarto, arrastrando los pies por la alfombra, atacada por los remordimientos al ver la puerta detrás de la que estaba Irene. Seguía en completo silencio, ignorando su sentimiento de culpa tan bien como la chica. Ni siquiera había bajado a cenar. No quería sentirse preocupada, hacía esto a menudo. Pero la parte de ella que todavía no estaba ciega de ira veía lo mal que todo estaba.
Le mandó un mensaje a Jimin de pie en el pasillo, sin saber qué hacer.
“Estoy teniendo problemas ahora mismo.”
Al minuto, su mejor amigo respondió.
“Es un poco tarde para preocuparte tanto.”
“Ya lo sé… Pero no soy capaz de quitarme una cosa de la cabeza.”
“¿Qué?
“Hace un rato discutí con la señorita Bae y siento que no está bien.”
“¿No se te ha ocurrido disculparte, tonta?”
Seulgi se mordió el labio.
“Es tarde. Dudo que esté despierta. Quizás mañana” “Esta noche no voy a dormir una mierda. Otra vez”
Suspiró y guardó su móvil en el bolsillo. Era momento de irse a la cama, en vez de dar vueltas por los pasillos a oscuras.
Un grito sacudió las entrañas de Seulgi. Procedía de la habitación de Irene, y sin pensarlo dos veces, abrió la puerta y entró corriendo.
Irene estaba sentada en su cama.. La chica se dio cuanta de su presencia y cuando sus ojos se encontraron directamente con los de Seulgi pudo ver lo aterrada que estaba.
—¿Qué pasa?
Irene no dijo nada, negando con la cabeza.
—¿Qué haces aquí? —dijo Irene.
La lluvia que caía fuera casi eclipsaba su voz.
—Pasaba por delante.
—¿Puedes quedarte?
Seulgi cerró la puerta y se quitó la chaqueta. La dejó posada en el respaldo de la silla de Irene, a pesar de sus dudas. Después se sentó en el borde de la cama. Irene estaba temblando superficialmente y Seulgi podía percibirlo en la corta distancia.
—¿Por qué?
—No creo que pueda volver a dormir.
—¿Ha sido una pesadilla?
Irene asintió lentamente con la cabeza, resignada. Seulgi no sabía qué había detrás. Con qué soñaba Irene.
Se quitó el reloj, se aflojó la corbata y se sentó al lado de Irene. Intentaba parecer serena. Supuso que si ella estaba tranquila, Irene no se ponía más nerviosa, así que tomó aire y susurró:
—Vuelve a tumbarte.
Irene le hizo caso y se acostó a su lado, temblando y respirando a bocanadas irregulares.
—Sólo ha sido un sueño —dijo, sin saber si era lo apropiado.
—Lo sé. Estoy harta de que me pase.
Seulgi apretó los labios, sin saber muy bien qué añadir.
No creía que Irene quisiera hablar con ella, y se recordó que ese tampoco era su lugar. Otra vez se estaba pensando que su relación era algo que no era.
Las extremidades le pesaban y quería tumbarse, aunque fuese al lado de Irene. Se dejó resbalar, exhalando. La chica no sólo no le dijo nada al respecto, sino que se acercó más. ¿De verdad Irene la odiaba, y ella odiaba a Irene? ¿No sería más fácil llevarse bien?
Los brazos de Irene rozaban con los suyos. Nunca la había visto ser amable o agradable, pero si al menos era tranquila como en este momento, todo sería más fácil.
La respiración de Irene tardó en hacerse lo suficientemente pesada como para que Seulgi tuviese la certeza de que estaba durmiendo, y sólo entonces su corazón dejó de latir tan rápido. Era imposible que Irene no se hubiese dado cuenta de que estaba más preocupada por ella de lo que debería. Seulgi no era capaz de verla sufrir y no sufrir con ella.