Capítulo V


Hilary, la otra camarera, fue muy amable con ella, más que de costumbre. Debía de tener una cara terrible. Se sentó en la barra del bar y quería pensar que lo había hecho como siempre: sin darle importancia, más fanfarrona que cansada, como si estuviera allí por casualidad. La camarera la invitó a una tortita, sin una gota de caramelo, sin un adorno de nata. Le preguntó por Nyla y ella respondió que estaba de vacaciones, en algún lugar con playa y bungalós dándole papilla a su bebé.


En el baño del bar, frente al espejo, recordó sus sueños agitados. Era un lugar pequeño y envejecido, intoxicado, con puertas con pomos de brillo desgastado y un lavabo pequeño y algo sucio. Había soñado con caras apareciendo y desapareciendo, en escenarios inconexos, destellos de realidad. Siempre le ocurría cuando dormía en el coche.


Se limpió todo lo que pudo, se maquilló incluso. No quería que nadie la viese tan cansada. Todo el mundo iba a verlo en el hotel y se aprovecharían. Siempre había alguien dispuesto a ello.


Cuando entró a trabajar, no parecía que estuviera trabajando. Solo siendo golpeada por las olas de una realidad que la envolvía. Joanna no estaba. Nunca había notado tanto su ausencia. No habló con nadie.


No tenía que haber pedido más turnos, pero qué más podía hacer si no era ganar dinero. Lo necesitaba para pasar la tarde tomando cervezas en el bar, porque tampoco podía ir a muchos más sitios. Desde luego, ya no podía ir al sofá, encender la televisión y engancharse a una película a la mitad. Tenía que contentarse con ver recapitulaciones de deportes mientras bebía. Estaba cansada de todo. A la mitad de la mañana se metió una bebida energética y un ansiolítico. Fumó en el bordillo de un asfalto caliente con las rodillas dobladas contra el pecho. Necesitaba cualquier cosa que la pusiera en funcionamiento.


No podía dejar de pensar en las medias verdades que había dicho sin parar cuando estuvo con MJ y sus amigos, por no ser sincera con ella misma y admitir que ser actriz ya no era lo mismo. Le quedaba demasiado poco tiempo para tener un trabajo que la hiciera despegar y esa presión había arruinado los últimos meses. Y todo lo de MJ estaba siendo muy bonito, pero le iba grande. Ella era normal, quería una vida normal y alejarse de problemas. Era tranquila y Charli sentía que solo llevaba caos allí donde pisaba.


Cuando Charli estaba en su punto más bajo sentía el cuerpo como cera y en su cabeza solo había un fino un hilo de pensamientos que se desenvolvían ajenos a lo que ocurría fuera. Conocía esa sensación, que la había acompañado toda su vida, en los últimos años, daba igual en qué estuviera trabajando, en el instituto e incluso cuando todavía iba a la primaria. No importaba que su jefa la hubiese llamado, no podía concentrarse en las palabras que salían de su boca. Las oía, lejos.


Unos huéspedes se han quejado de que las sábanas estaban sucias en las habitaciones que limpiaste ayer. ¿Estás demasiado ocupada charlando con tu compañera?


Ella miraba a un punto fijo en la mesa y veía papeles llenos de cifras. Dinero que entraba, dinero que salía. Facturaban mucho dinero. Ella apenas tenía. Estaba tirada de cualquier manera en la silla. Su madre se hubiese cabreado mucho. Por eso no se movió y siguió callada, mirando catatónica el papel en el que los números perdían su significado.


Sus compañeras de trabajo pasaban por el párking. Todas la miraban, mayores, cansadas, con las manos quemadas igual que ella. Algunas con asco, otras con pena. Le hacían el vacío. A Charli no le importaba mucho: estaba igual de harta. Sentía la necesidad de hablar con alguien. A veces podía pasar días sin tener una conversación de verdad. Incluso cuando estaba en casa de su novio. Otros días hablaba sin parar con todo el mundo.


Todavía le quedaban demasiadas horas al día. Se fue a la ciudad. Estaba perdiendo el tiempo en la orilla del río Kern, dando vueltas a la intemperie sin un solo árbol para protegerla del calor de la tarde. Se bebía una cerveza a tragos, intentando acabársela antes de que se calentara del todo. No sabía nada de MJ desde el día anterior. Tampoco quería molestarla ni contarle lo que estaba pasando.


Había unos hombres pescando cerca y ellos también estaban en silencio. La caña de pescar estaba clavada en la tierra y ellos miraban el agua como si escondiera un secreto.


Entonces Sophie llamó y de repente le costó respirar. Hacía meses que no veía su nombre en la pantalla, ni tampoco que marcara su número. Contestó, y la manera en la que Sophie le preguntó qué tal estaba presagiaba algo. No era una persona acostumbrada a callarse, sino más bien a decir lo primero que se le pasaba por la cabeza sin pensar en absoluto.


No sé por qué estoy actuando así dijo, sonando por fin a ella misma.Te lo tengo que decir y ya. Que tu padre se ha muerto. Tu madre vino a mi casa esta mañana y me dijo que te lo dijera. No pude decir que no, ya se que no es adecuado pe…


No. Gracias por decírmelo.


Hubo un espaciado silencio. El río Kern bajaba falto de agua en verano, apestoso según qué zona. En esa orilla solo olía un poco raro, a las botellas de cerveza rota que alguien dejó ahí tiradas.


¿Estás bien?


Era una pregunta de las que sobraban pero que no estaba mal recibir de vez en cuando. Frunció el ceño, intentando responder de forma sincera.


No me importa mucho.


No vas a venir, ¿verdad?


Ni de coña.


Me lo imaginaba. Pudo percibir en ella un pequeño suspiro, alivio y orgullo.Feliz cumpleaños, por cierto. No me había olvidado. Solo pensaba que no querrías…


¿Cómo iba a no querer? Ojalá hubieses estado ayer por la noche.


¿Montaste un fiestón?


A Charli le entró la risa.


No tengo a quién invitar.


¿Qué pasó? ¿Y tu novio? ¿Charli? ¿Qué te ha pasado? Sophie volvió a poner ese tono de preocupación. Sabía que lo que en realidad quería con todas esas preguntas era “te lo dije”. Intentó quitarle importancia, pero era un tema engorroso.


Sophie insistió. Nunca dejaba las cosas estar. Se mentalizó para decir algo aproximado a la verdad porque además, si la mentira no era convincente, Sophie tenía la costumbre de interrogar.


Sabía que volverías a hablarme cuando las cosas se pusieran feas. Pero aquí estoy, siempre lo he estado.


Durante una época, parecía que Sophie exageraba. Pero era cierto que era solo Charli, sus planes, sus metas, sus caprichos y revoloteos. Nunca era Sophie y sus cosas. Ahora Charli no era capaz de dejar de llorar, al principio sin darse cuenta y luego cada vez más intensamente.


Estos años te han cambiado mucho.


No me gusta la persona que soy.


No está tan mal. Al menos estás viva, ¿no?


Cogió aire y suspiró. Le temblaba un poco la voz cuando habló y no lo pudo disimular.


Cuando empecé a salir con él estaba muy metida en cosas que no me convienen. No estaba pensando en mi, solo en él, en nosotros, en ganar dinero, en salir de fiesta… No era feliz de verdad. Era cuestión de tiempo… reflexionó.


“Gracias, en parte, a que te enfadaras”, no se atrevió a continuar.


Estaba muy preocupada por ti.


Charli intentó quitarle importancia y convencerla de que estaba mejor, que de alguna forma la explosión hizo que todo cayera en su sitio.


¿Y tú qué tal estás?


Lo de siempre, la tienda, ahora recogemos paquetes. No sé.


Sophie se dedicaba a hacer turnos en la tienda de sus padres y jugar obsesivamente a videojuegos. Tenía un par de amigas con las que Charli también quedaba antes de marcharse aunque eran personas algo insulsas.


En cuanto tenga un piso en algún lado, puedes venir cuando quieras. ¿Quieres?


Charli no se esperaba que dijera que sí. Hablaron de volver a verse. A lo mejor en un punto intermedio, o en Los Ángeles, pero de ninguna manera Charli iba a volver al pueblo.


Tengo que tener vacaciones primero. ¿Esta vez va a ser verdad? ¿Nos vamos a ver?


Tenemos que solucionar esto de una vez.


Entre una cosa y otra, Sophie jamás había pisado California. Nunca había vivido fuera de casa de sus padres. Tampoco había tenido que buscarse la vida. De pequeñas iban a mudarse juntas muy lejos, donde no tuvieran que aguantar a sus padres ni que ir a la iglesia ni comer verduras y todos esos deseos infantiles que se iban agotando. Todavía podía recitarlos todos de memoria. Desde niña soñaba con mares de gente y la playa. Santa Monica o Venice, pero si hubiera otro oeste más lejano, allí sería.


La conversación terminó. La voz de Sophie le dio tal golpe de realidad que miró alrededor, al río marrón y verde que olía a algas, las plantas invasoras que se comían la tierra, y por fin se decidió a no quedarse ahí bebiendo cervezas. Comenzó a caminar a paso rápido hacia su coche pensando ya en cómo administrar el dinero para salir de esta, y comenzó a visitar todas las inmobiliarias por si sabían de alguien que alquilara habitaciones por meses, daba igual quién, cómo y dónde mientras que fueran baratas.