Irene se quedó atrás, incapaz de seguirles el ritmo a sus amigas. No era la primera vez que las perdía de vista, pero no iba a dejar que eso le arruinase la noche. Se abrió paso para pedir en la barra.


—Dos chupitos de lo más fuerte que tengas —le gritó al camarero por encima de la música ensordecedora.


Él levantó una ceja.


—¿Un Snake Venom?


Irene levantó su tarjeta de crédito.


—Lo que sea.


La chica observó cómo el camarero llenaba dos vasitos con un líquido transparente. Se bebió los dos seguidos sin parpadear. El camarero rió.


—¿Cómo has hecho eso?


Irene se encogió de hombros, con la garganta ardiendo y lágrimas en los ojos.


—Sabe a rayos —sacó la lengua—, no vendáis esto.


El camarero soltó otra carcajada y se dio la vuelta, aunque siguió a Irene con la mirada cuando se marchó otra vez a la pista de baile.

Soyeon llamó su atención por encima de las cabezas de un grupo de chicos. Estaban todas, pues Lena y Ying la seguían. Irene se abrió paso y gritó por encima de la música para hacerse oír.


—¿Dónde estabais?

—Lena quería saber quién era el chico extranjero —dijo Soyeon, señalando el reservado.


Había unos cuantos chicos, pero uno de ellos destacaba sobre el resto. Llevaba el pelo algo más largo, ondulado y castaño, era más alto y con un rostro muy delgado. Su nariz era larga, su frente recta y su mentón afilado.


—Es Robert. Mi padre me lo presentó el otro día.


—¿Le conoces?


—Es el hijo de la embajadora francesa.


—Lo sabemos.


—¿Has visto sus ojos?


—Sí…


—¿Nos lo presentas?


—No nos habías dicho que lo conocías.


Las chicas gritaron cuando Irene se acercó a saludarle como viejos amigos. Irene era tímida, pero el alcohol empezaba a afectarla.


Mientras sus amigas hablaban con Robert y su séquito, otro chico empezó a hablar con Irene. Cuanto más tiempo pasaba más bebía y más se acercaba él.

Ese chico la sacó a bailar, y sus amigas dejaron de estar en su campo de visión. Él era algo guapo, pero tampoco tanto como Seulgi, y no se acordaba de su nombre a pesar de haber coincidido antes. Su mano grande envolvió su cintura y le dio ganas de vomitar. Se apartó dando un paso atrás, pero el chico volvió a acortar la distancia, esta vez llevando su mano más abajo.


—¡No!


Le apartó de un empujón y se coló por su lado para buscar a sus amigas. De repente todo volvía a ser un local cualquiera en el que servían alcohol asqueroso y con una música terrible que no había manera de evitar. Ellas no aparecían otra vez. Miró el móvil, pero estaba sin batería. No había nadie allí que la esperase, así que salió de nuevo a la calle fría.


—¡Irene! ¡Espera! ¡Perdona!


El chico iba detrás de ella, llamándola a gritos, pero le daba igual. Corrió por la avenida hasta la siguiente calle, y después cruzaba la carretera a la siguiente, así hasta que los tacones le hicieron sangre. Se los quitó y siguió caminando, descalza y sola. No sabía dónde estaba. Se habían marchado sin ella, porque su coche no estaba en el aparcamiento. No tenía a nadie. Ni siquiera podía llamar a casa, porque nadie sabía que se había marchado. No tenía que haber aprovechado el día libre de Seulgi para despistar al otro guardaespaldas de turno. Se echó a llorar en plena calle, sin saber a dónde ir.


A las 6 de la mañana,tan pronto que ni los pájaros estaban despiertos, una llamada de Kim despertó a Seulgi.


—El coche de Irene no está en el garaje y no está en ningún sitio de la casa. No responde a las llamadas.


Seulgi se incorporó de golpe.


—Voy a buscarla ahora mismo. El señor Bae no debería saber nada.


—De momento no sabe nada. Ya he mandado a algunos hombres de la oficina a buscarla, sin que él lo sepa.


—Voy ya mismo.


Se olvidó pronto del sueño que tenía, concentrada en buscar a Irene por cualquier parte.


En una avenida en la que no había ni un transeúnte, Seulgi estuvo a punto de pasar de largo. Irene estaba sentada en el suelo de un portal, envuelta como podía en una chaqueta de cuero, y apenas se la veía bajo la oscuridad del final de la noche y la sombra del edificio. Salió corriendo hacia aquel portal.


Llamó a Irene a llamó a gritos y esta volvió la cabeza hacia ella. Irene ya no estaba borracha, sólo dolorida y helada. Sus pies estaban llenos de heridas abiertas y su rostro estaba más pálido que de costumbre.


La chica se arrodilló sobre el suelo, a su lado.


—Te estábamos buscando ¿Dónde estabas?


Irene no respondió, sólo volvió a cerrar los ojos, cansada y sonriendo.


Seulgi tenía las manos tibias y la sujetaban con delicadeza. Irene murmuró:


—Vámonos de aquí. Me muero de frío.


Seulgi la agarró y pasó uno de los brazos de la pálida chica sobre sus hombros. Cargó con ella y la acostó en los asientos de atrás, e Irene se dejó.


—Vamos a casa.


Seulgi llamó a Kim y le actualizó sobre la situación. En una duermevela en la que se estaba enterando de todo, escuchó que Kim y Seulgi habían estado buscándola sin que su padre se enterase. Todo el mundo que trabajaba para su familia parecía cubrirse las espaldas entre sí, de su padre, y por extensión, de ella misma.


—¿Te he puesto en problemas, Kang? —dijo desde el asiento de atrás.


—De momento no, pero si continúa haciendo estas cosas no tardaré en irme.


La perspectiva de Seulgi no volviendo a buscarla por las mañanas, no conduciendo a su lado mientras hacían recados, la casa igual de muda y silenciosa que antes, sólo por su culpa la entristeció.


—No quiero que te vayas.