Capítulo 1
Dopada de adrenalina, Chaewon pisó a 180 como un piloto de carreras. No había bebido café, así que el sentimiento de que aquella mañana sería la primera que mereciese la pena vivir en mucho tiempo era lo único que le impedía dormirse.
Era tan pronto que no había amanecido, y la noche estaba tibia como una sauna. Una fina capa de sudor le molestaba debajo del flequillo, y tenía que secarse la frente con el antebrazo cada poco. En la radio no había un locutor, sino que las canciones pop estaban ya programadas. Tamborileaba las yemas de los dedos sobre el volante, intentando no pensar en dónde dormiría la siguiente noche.
Siempre que tenía el dinero suficiente, paraba a desayunar aunque fuese sólo un té en el mismo bar de carretera. Subía las persianas a las 6 de la mañana, así que Chaewon esperó dentro del coche a que el camarero que tuviese el turno más arduo esa mañana abriese.
—¡Sí que vienes pronto hoy! —Nako, la camarera alegre y bajita la saludó.
—¡No sé cómo haces para estar tan alegre a estas horas! —dijo Chaewon con su habitual encanto.
—Hoy me toca cobrar —dijo Nako con una sonrisa de oreja a oreja.
—Eso lo explica todo…
A Chaewon le caía bien Nako. No eran amigas, pero no había tanta gente con buena disposición a las horas a las que se levantaba. Se sentó en la barra de madera oscura, brillante de barniz.
—Un whisky con hielo.
—No quiero ser yo quien contribuya a tus malos hábitos.
—Da igual, ¡hoy estamos de celebración!
A Nako no le dio tiempo a seguir hablando, porque la campanilla de la puerta tintineó, y una chica con una larga melena oscura, ojerosa y ceñuda, se arrastró hasta la barra, y se sentó a un taburete de distancia de Chaewon.
—Buenos días —dijo Nako —¿café?
—Sí, americano.
—Hace calor, ¿verdad? Y eso que sólo son las 6.
La chica asintió. Nako se giró y siguió haciendo su trabajo.
Primero, Nako le puso el café a la chica. Un segundo después, Chaewon ya tenía su whisky, y brindó desde la distancia con la extraña, pues no había dejado de mirarla, apoyada con el codo sobre la mesa, soportando el peso de su cabeza. Era la cara más bonita que Chaewon había visto, con unos ojos grandes y oscuros que brillaban a pesar del cansancio de sus cejas. En ese momento pensó que era la cara más perfecta que había visto nunca, tan perfecta que ni un ángel podría haber sido creado con tanta finura, pero con una merecida expresión extraña, probablemente por la imagen que Chaewon estaba dando de sí misma.
—Perdona, ¿me puedes traer también algo para comer? ¿Tienes tortitas? —la chica llamó a la camarera, que estaba colocando algunas tazas sobre un estante.
—Sí, ahora mismo.
Chaewon disfrutó del vaso de whisky y salió al amanecer que se posaba sobre los pinos de alrededor, altos como torres. Se subió al coche, un poco mareada, pero con más energía, y arrancó el motor. Acelerando temerariamente, giró dentro del aparcamiento casi vacío, con tan mala suerte que la rueda trasera dio contra un bordillo, y se asustó cuando creyó que el aire a presión estaba saliéndose del neumático. Frenó en seco y se tiró fuera del coche, para ver la rueda pinchada desequilibrando el vehículo de una forma cómica.
—¡Mierda! ¡Joder!
Le pegó una patada a la rueda y se sentó en el bordillo de la acera. Volvió a gritar, “¡Puta mierda!” y abrió el maletero para buscar la rueda de repuesto. Tiró sus bolsas con todas sus cosas dentro al suelo y volvió a gritar. También había unas herramientas, pero no sabía cómo se usaban exactamente, y les dio vueltas, buscando la manera de que encajasen. Unos minutos después, averiguó cómo funcionaba la llave inglesa y se dispuso a encajarla para sacar la rueda.
—¿Has oído hablar de la existencia del gato?
La chica de antes estaba detrás suyo, con las manos sobre las caderas, mirando a Chaewon con una sonrisa estúpida. Chaewon necesitaba ayuda, pero no se la iba a pedir por culpa de un estúpido orgullo que siempre se entrometía.
No obstante, la chica se acercó a su maletero y sacó esa palanca de metal.
—¿No sabes usarlo? Déjame echarte una mano.
—¿No tienes nada que hacer? ¿Un trabajo al que ir?
—En este país nadie ayuda a nadie, y algunos incluso no se quieren ni dejar ayudar —dijo, sin parecer demasiado amigable.
Pero pronto se apartó y dejó que la otra hiciese todo el trabajo.
—¿Cómo te llamas? Yo soy Minju —dijo ella.
—Chaewon.
—Vale, Chaewon. Ahora voy a levantar un poco el coche con el gato.
Mientras cambiaba la rueda, le iba narrando todo lo que iba haciendo. Se subió las mangas de la camiseta hasta los hombros cuando tuvo que empujar la llave de rueda con fuerza, y en un segundo, la rueda de repuesto ya estaba en su sitio.
—Qué coche más bonito, ¿de dónde lo has sacado? —dijo Minju, sacudiendo las muñecas por el esfuerzo. No sabía si lo decía en serio o no.
—Por aquí hay un concesionario de segunda mano—respondió Chaewon, fingiendo que no le daba vergüenza llevar semejante chatarra.
Era un Peugeot, blanco pero ya no tanto por los miles de mosquitos que tenía pegada la parte de delante. Además, para no sentirse tan mal, había decidido hacerle un par de serigrafías rosas de damero en los laterales, como tableros de ajedrez alargados.
—Tiene ya sus años… ¿Y va bien? —Minju posó la mano sobre el capó, casi como acariciándolo.
—Supongo… —Chaewon no tenía ni idea de cómo se supone que tenía que funcionar un coche para que funcionase bien.
Además, estaba abrumada, no solo por las preguntas, sino porque los brazos descubiertos de la chica la estaban distrayendo.
—Veo que te gustan los coches —dijo Chaewon, apartando un mechón detrás de su oreja—. La verdad es que yo no tengo ni idea, pero, te puedo dar mi número, y me explicas más algún día…
—No.
—¿Qué?
—No quiero tu número —Minju, no estaba hablando en un tono cortante, pero nadie le había negado nunca su número.
Chaewon sabía que era atractiva, y nunca dudaba de ello. Vestía de negro, llevaba el pelo corto y oscuro y sabía cómo mirar a alguien para que no se olvidase nunca de ella. Parpadeaba un par de veces, sonreía otras tres, y ya tenía a quien quisiera a sus pies. Pero esta vez, no había sido como siempre.
—¿Por qué no? —Chaewon sentía rabia, pero también una curiosidad mórbida.
—No estoy interesada.
—Lo que tu digas —sonrió, caminando hacia atrás y buscando a tientas la manilla de la puerta del coche—Nos volveremos a ver —aseguró.
Minju se encogió de hombros, pero también sonrió. Se dio la vuelta hacia su propio coche, y el pelo le brilló bajo el sol al girar.
Chaewon ya no estaba enfadada, ni tampoco intrigada, sólo vacía. ¿Cuántas cosas podrían ir mal hoy? Ya se había ido de casa del tío con el que llevaba varios meses en una relación para no volver, había reventado una rueda, y no eran ni las 7. Por no hablar de que si no le daba caña a ese motor, no llegaría a tiempo al trabajo.
Chaewon no había sido huésped de muchos hoteles, pero había hecho tantas camas y limpiado tantos baños que no querría volver a pisar uno. Era el peor trabajo que había tenido nunca, pero el dinero tenía que llegar a su cuenta, de la manera que fuese. A cambio, tenía quemaduras en las manos y mareos por los productos químicos. Su jefa era el diablo personificado y sus compañeras eran diferentes a ella: no tenían esa llama rebelde que Chaewon tenía.
Se autoconvencía de que Yujin tampoco era su amiga, pero era lo más parecido a ello que tenía. Por lo menos le seguía un poco el rollo, criticaban a la jefa siempre que podían, y hablaban de libros y grupos que no conoce mucha gente.
El hotelucho estaba a las afueras de una ciudad un poco grande, en la que Chaewon soñaba encontrar una habitación que pudiera permitirse para que su vida fuese un poco más fácil, y depender menos del coche. Pero lo barato estaba en los pueblos a media hora de distancia.
—Buenos días —le dijo Yujin, tirándole el uniforme hecho una bola nada más entró al vestuario.
—Buenísimos —no sabía si era ironía o no.
Chaewon empezó a cambiarse, porque en dos minutos tenía que empezar a trabajar.
—Sólo estoy deseando que esto se acabe. Dame un poco de esperanza. ¿Salimos a tomar algo esta noche?
—No sé… Estoy cansada.
—Venga… Además, hoy es mi cumpleaños, y no quiero pasarlo sola.
—¿Es tu cumpleaños? —Yujin abrió los ojos como platos —No lo sabía, ¡felicidades!
Chaewon se estiré el delantal arrugado y sonrió para sí misma.
—Vamos a dejar los baños niquelados. Y como un solo cliente sea desagradable conmigo, lo tiro por las escaleras. No voy a permitir que me pase una sola cosa más hoy.
—¿Una cosa más? No me jodas, ¿ya te has metido en líos?
Le contó su mañana a Yujin, intentando hacer una pequeña comedia de lo mal que se sentía, obviando los detalles más dolorosos, como que había huido en medio de la noche de su ahora ex pareja.
—Menos hablar, más trabajar. Quiero ver esas toallas limpias para las 8 —gritó la jefa, gerente y dueña del hotel.
Era la típica mujer que vestía la ropa más cara de las cadenas de fast fashion que imitaban las pasarelas de la temporada, se presentaba en el hotel algunas horas al día, y pagaba lo justo y necesario para que las chicas y mujeres decidieran no denunciarla por malas prácticas laborales.
—Si ella dobla aunque sea una sola se va a herniar. No como nosotras, que tenemos una espalda de acero —dijo en voz alta, lo que hizo que algunas compañeras la chistasen.
—El día que le de por pegar la oreja a la puerta cuando se vaya te vas a quedar sin trabajo— dijo una de ellas.
—Prefiero que me de con un cinturón a quedarme callada.
—Allá tu, chica. Así no vas a llegar a ninguna parte —volvió a rechistar ella.
Se mordió la lengua, para no decir que ninguna de las que estaban allí iría mucho más lejos que a casa esa noche.
Por suerte, el día pasó, comió sobras de la cocina del restaurante, y tendría una hora de descanso hasta su otro trabajo. Los viernes por la tarde era profesora de teatro con niños pequeños. Le ayudaba a quemar esa ansia que sentía por dedicarse al mundo del espectáculo. Se quitó la ropa oscura, y se puso unos vaqueros desteñidos, una camiseta morada y unos pendientes con forma de cereza, para ir más de acuerdo a su público. Se sentía un poco estúpida, y los críos le daban miedo, pero lo hacía igual porque aunque enseñar a unos niños con el ego del tamaño del polo norte a proyectar la voz no era exactamente su sueño, estaba un paso más cerca de los escenarios. Cuando sentía que no podía más, se visualizaba cantando las canciones de West Side Story, o que era una heroína de Shakespeare, hacía el papel de su vida, y el público la aplaudía.
A las 9 ya estaba libre para hacer lo que quisiera, así que, entera de negro, con un top de cuero y medias de rejilla, estaba preparada para ir a beber con Yujin. Ya no se sentía estúpida, sino segura de sí misma, una auténtica belleza.
Salió del coche, moviendo las caderas al caminar, y se encontró con Yujin en la calle por la que todo el mundo en ese pueblo salía.
—¡Pero vaya diosa con la que me he encontrado! Yo y mi chica, vamos a pasarlo bien esta noche. —le dio un pequeño codazo a Yujin, que estaba un poco avergonzada. —Hace mucho que no veníamos por aquí.
Chaewon era como una hermana mayor , pero no una buena, sino la peor influencia para Yujin.
—Me he vestido así para igualarte.
—No solo la ropa —minifalda corta beis y camiseta ajustada por encima del ombligo—, también el maquillaje y los complementos —unas cuantas cadenas doradas sobre el pecho y unos pendientes que colgaban.— Pareces de tu edad y todo.
Yujin rió. La chica estaba trabajando ese verano para pagarse la universidad. Chaewon ya había pasado la etapa de querer entrar en la universidad para estudiar arte dramático. Con los cursos y seminarios le había bastado para ser buena en lo suyo. Por no decir, que no tendría suficiente dinero ni ahorrando 30 años, y después de la mala experiencia de intentar terminar el instituto, había tenido suficiente. Yujin tenía 18, y Chaewon, 21 desde ese día, pero con todo lo que había vivido, le pesaban más sobre la cara. Debajo del corrector, había ojeras, y en los dedos, tenía callos y quemaduras.
Buscaron un pub barato en el que empezar a beber. Pasaron de largo de la calle en la que estaban todos los bares buenos, para ir a una adyacente, donde estaban los que no estafaban a su clientela con cócteles caros pero los viejos fumaban dentro. Era uno de esos bares en los que había una luz que no terminaba de alumbrar. Se sentaron en un sofá bajo y empezaron por chupitos.
—Vamos a brindar —Yujin levantó el vasito—, porque cumplas muchos más.
Chocaron levemente los vasos. Después tragó el alcohol y empezó a correr por su organismo, calentando el pecho mientras bajaba.
—¡Feliz cumpleaños! —exclamó Yujin.
Sonrió, forzándose a ello. Pero al menos lo hizo con los dientes, y con los ojos.
—Veintiún años… ¿Qué vas a hacer ahora con tu vida, que eres vieja?
—¡No digas eso! —Chaewon fingió ofenderse.
—Es verdad, el viejo es tu novio.
—Punto número uno —dijo Chaewon— ya no es mi novio. Y punto número dos, ¡36 años no es tanto!
—Bueno, yo que se… Yo solo tengo 18 —dijo Yujin, fingiendo inocencia—, pero aprobé matemáticas y eso son 16 más de los que tenías ayer, 15 más de los que tienes hoy, y el doble de los que tengo yo.
Chaewon rió, sin poder defender más su antigua relación.
—¿Por qué crees que lo dejé? Porque el tipo quería casarse y tener una familia, y yo sólo quiero largarme de aquí.
—Kim Chaewon, antes escapa en medio de la noche que adquiere un compromiso —Yujin suspiró con teatralidad.
Lo que no le había contado a nadie era cómo discutían todo el rato, la punzada de dolor en el estómago que sentía cada vez que lo abrazaba, pero a la vez no podía dejarlo, necesitaba dormir en su cama, necesitaba sentirse segura y que otras manos la tocasen cada noche. Pero Yujin no necesitaba saber eso.
—En esta economía, ¿quién puede tener una casa unifamiliar y seis hijos? —dijo Yujin.
—Quién puede querer tener seis hijos —dijo Chaewon, asqueada— a secas. —Provocó que Yujin se riese, y ella también, ahora un poco más contenta por el chupito.
Un par de copas más tarde, Yujin se levantó, visiblemente mareada. Chaewon se levantó también. Yujin la abrazó y dijo:
—Lo siento mucho, pero tengo que irme. Mis amigas están por aquí. ¿Nos vemos en el trabajo?
Chaewon torció la boca, de repente triste.
—Oh, claro, ve —dijo sin mostrarlo —te acompaño, no quiero que te pase nada.
—¿Después vas a volver a casa, o te vas a quedar por aquí?
—Ya no tengo casa.
—Ah, claro —Yujin miró un segundo hacia el suelo— si quieres puedes venir conmigo y duermes en mi casa.
—No, no. No quiero molestar a tu madre.
Yujin insistió un poco más, pero Chaewon de verdad no quería. Porque Yujin tenía su vida, sus amigas y un lugar que no era el suyo. Chaewon no tenía hogar, ni entre la gente que demostraba un mínimo de aprecio. De un momento a otro, la cogerían en una compañía, o se iría a una gran ciudad a probar suerte (estaba pensando en Los Ángeles), y en menos de un mes Yujin iría a estudiar lejos. Los pájaros un día dejan de ser polluelos, en cuanto aprender a volar se van del nido y no vuelven.
Normalmente, Chaewon no era supersticiosa, pero a veces pensaba que el más allá tenía cuentas pendientes con ella, y que por eso tenía que sentirse una muerta en vida. Los fantasmas de sus antepasados la tenían tomada con ella, y aunque se hubiese ido lejos de casa, la seguían atormentando. Todos los errores que ya había cometido, los seguía cometiendo. La misma mierda. Siempre era todo la misma mierda
Nunca había tenido muchas amigas, pero sí muchos novios y novias, y todos salieron mal. Aunque tuviesen una buena relación, a los dos o tres meses, una mala sensación como la maldición de un fantasma se metía dentro de ella, y tenía que terminar con su pareja. Era difícil de explicar, como si necesitase una pareja, pero a la vez no podía sentir apego por ella. Por eso pasó a los follamigos durante un tiempo, pero después de unos cuantos fallidos, decidió volver a lo igualmente malo pero conocido.
Se sintió como en una barca de remos en medio del océano cuando Yujin se fue, así que se iría al coche a llorar o algo. La calle estaba llena, con grupos de amigos y familias en las terrazas de los restaurantes, pero ella estaba sola en su cumpleaños, otra vez.
No había reparado en nadie, porque no quería ver cómo insultantemente todos lo pasaban bien menos ella. Sólo tenía que volver al coche, buscar un aparcamiento y hacerse una bola en el asiento de atrás. Ya lo había hecho antes, no era para tanto.
La suerte ese día no estaba con Chaewon. En el momento en el que levantó la vista del suelo, vio a su ex novio, de pecho ancho, más de metro noventa de altura y chaqueta de cuero. A su lado sus amigotes iban montando bulla. Le hubiese ignorado, seguido caminando en su nueva vida sin él, pero el único problema era que el hombre todavía no sabía que no estaban juntos.
—Hola —dijo, cogiéndola de la cintura antes de darle un beso breve en los labios.
Chaewon no dijo nada y no se apartó, pero no le rodeó el cuello con los brazos como solía hacer.
—Fuiste pronto al trabajo esta mañana, ¿verdad?—preguntó él, tranquilo. Chaewon sabía que estaba fingiendo. No podía no haberse dado cuenta de que faltaban todas sus cosas —¿Estás sola? ¿Quieres venir con nosotros?
Chaewon apretó los labios y afrontó las consecuencias de sus actos.
—Me he ido. No me esperes esta noche, porque no voy a volver.
Todo rastro de buen humor se había esfumado de su rostro, como si se la hubiese llevado la marea. El hombre le rodeó dolorosamente el brazo con los dedos, y se la llevó unos pasos alejada del resto, frente a un escaparate cerrado. Tuvo que correr, porque sus zancadas eran mucho más pequeñas.
—Estás siendo una chica mala —dijo él, arrastrando la rabia.
Ni siquiera esas palabras surtían ya efecto. Ya no estaban jugando. Todo lo sexy que podía haber en su intento de dominarla estaba arruinado.
Chaewon no se avergonzaba de la forma en la que vivía su sexualidad, ni de ser sumisa en la cama. Pero en ese momento sentía vergüenza ajena. Él le daba lástima, y le parecía el más desesperado de los dos. No le gustaba sentir pena, menos aún por él, tan grande y fuerte, y no sentirla por ella misma, pequeña y flaca.
Debió de mirarle muy mal, porque el hombre dejó caer los hombros en un suspiro.
—No me importa —subió el tono. Chaewon sabía que sí le importaba—. No me importa una mierda si te vas, pero, ¿no pensabas decírmelo?
—Pensaba llamarte hoy. —Mentira —. Y a propósito, ¿sabes qué día es?
Parpadeó un par de veces, imitando de forma cruel la confusión del hombre.
—Mierda
—Exacto, mierda. ¿De qué me ha servido contarte todo lo que te he contado, si tu tampoco te vas ni a acordar de lo que necesito? Tuviste todo el día para llamarme, y no lo hiciste. Tenías esa última oportunidad.
¿De qué había servido contarle a su novio toda su historia, como ya había tenido que hacer miles de veces antes, si no se iba a acordad ni de que necesitaba estar acompañada el día de su cumpleaños?
—¡Ya estás cambiando la historia para que te favorezca a ti!
Chaewon sabía cómo estaba cambiando el tablero a su favor. Esa era la pequeña dosis de karma que su ex necesitaba como compensación por no haberse acordado de acompañarla en el aniversario del día más triste de su vida. Y el hecho de habérselo encontrado de fiesta con sus amigos no lo mejoraba. Chaewon negó con la cabeza, e intentó buscar su móvil en el bolsillo, pero notaba sus movimientos lentos.
—¿Estás borracha? ¿Qué te pasa?
—¡Me prometiste que me ibas a cuidar! —lloriqueó—. ¡Y mírame, sigo igual de desgraciada que antes de conocerte!
Chaewon decía pocas cosas de corazón, y esa era una de ellas.
Empezó a caminar calle arriba, sin saber a dónde ir. Su ex novio empezó a seguirla, unos pasos por detrás. Se dio la vuelta, le sacó el corte de manga y volvió a seguir hacia delante. El hombre no dejaba de seguirla ni con esas, así que se frenó otra vez para gritarle.
—¿Te crees que esto es bonito? ¡Déjame ya! ¡Hemos terminado!
—Perdón por todo. Lo siento mucho.
—¡No sientes una mierda! —Era ella quien no lo sentía nada de nada.
Él la miraba fijamente, con las manos cruzadas sobre el pecho. Chaewon tenía las manos sobre las caderas, y le miraba de vuelta con todo el odio acumulado que le tenía, por todas las discusiones que ella no había querido tener, y como cruzada imposible por mantener su dignidad después de haberse marchado.
De pronto, sintió un tirón en el brazo, y otro brazo enredándose en él.
—¿Qué pasa, reina? ¿Este tío no te deja en paz? —miró la cara de la persona que había hablado, y por fin reconoció la voz. Minju.
—No te preocupes. Ya se iba.
—Más le vale. ¿Te vienes con nosotras?
Chaewon asintió, mirando a los ojos al hombre, que se estaba poniendo morado.
Se dio la vuelta, para no volver a verlo nunca más. Claro que, eso incluía no volver a ver todo lo bueno que traía a su vida: cierto sentido de estabilidad, buen sexo y la sensación de no ser sustituible para todo el mundo. Pero y qué si al final lo era, si en ese momento estaba con una chica muy atractiva que todavía no la conocía, y por lo tanto, todavía no sabía lo mal que se sentía con ella misma.
El local estaba iluminado por luces rosas y azules, como su bandera del orgullo. Un par de camareros atendían la barra, y los clientes pedían a gritos por encima de la música alta. En ese momento, estaba sonando una de Arctic Monkeys. Había bastante gente, pero la pista de baile estaba vacía. Minju saludó al camarero y se sentaron en una mesa.
—Estas son Yena, Eunbi y Chaeyeon. Mis amigas. —Luego la señaló— esta es Chaewon. Nos conocimos esta mañana.
Los bancos eran para dos, no para tres, así que Chaewon se apretó contra Minju. La otra afectada por la falta de espacio era Yena, pero no parecía muy preocupada al respecto. Tenía una sonrisa confiada, unos labios sin arco de cupido y el pelo oscuro peinado en dos coletas a los lados.
Delante de ella, estaban una rubia con el pelo corto y sonrisa cordial, Eunbi y otra morena con flequillo, Chaeyeon, que parecía un poco más reservada.
Sin duda, Minju era la más guapa de las cuatro. Sus pantalones amplios tenían cierto brillo, como de cuero, y debajo de la americana llevaba un crop top. A Chaewon se le hacía la boca agua desde el primer momento en el que la vio.
—¿Me has acoplado a tu grupo de lesbianas? —bromeó para romper el hielo.
—Yo soy hetero— dijo Eunbi.
Yena levantó una ceja.
—Yo no tengo tan claro que sea hetero, pero básicamente.
—Entonces estoy en un buen sitio.
Vio a Minju sonreír vagamente, pero ahí se quedó la cosa.
—¿Quién era ese? —preguntó Minju— ¿Le conoces?
—Es mi ex.
Hubo un pequeño silencio de «oh, vaya», y las amigas empezaron a hablar de sus cosas de amigas, trabajos del sector terciario y de Minju. Pidieron cervezas, y con un poco más de alcohol, Chaewon se sintió más cómoda. Se enteró de que Minju acababa de volver de sus vacaciones de verano, y que iba incorporarse a trabajar en una empresa de los alrededores.
—Daños colaterales de haber estudiado una carrera —dijo ella.
De la conversación, dedujo que tenía 25 años y el resto de chicas también, menos Yena, que era dos años menor. Luego Chaewon contó un par de anécdotas graciosas, y cómo conoció a Minju. En cuanto a personalidad, era bastante cerrada, y bastante despreocupada. No tenía carisma de la misma manera que Chaewon: si ella hablaba bien e irradiaba energía, la presencia de Minju siempre estaba allí aunque no hablase. Un rato después unos chicos se acercaron a hablar con ellas, pero no consiguieron el número de ninguna, además de que Minju les intimidaba completamente con sus ojos negors, rodeados de un maquillaje aún más oscuro.
Un poco desfasadas, Eunbi y Chaeyeon se fueron a bailar. El local tenía una parte despejada, y allí había grupos de chicos quietos como palos de escoba, y pocas chicas bailando. Ahora estaban poniendo un himno de reguetón de hacía unos años. Yena rió, fastidiada, y se cambió de sitio para quedar frente a ellas dos.
—Estoy segura, en un 95 por ciento, de que se han liado mientras nosotras estábamos de vacaciones.
—Ya tardaban, la verdad —asintió Minju—. Yo que las conozco desde el puñetero instituto, llevan dándome la brasa todo este tiempo. Chaeyeon que si está enamorada, Eunbi que si está confusa… Yo no me metí, y al final, parece que está yendo bien, ¿no?
Mientras hablaba, Chaewon le puso la mano sobre la pierna. Minju la miró de reojo, y siguió charlando, como si no le importase, pero tampoco quisiese que Chaewon se apartase. Se recostó más sobre el hombro de Minju, ya borracha hasta el punto de que un sueño meloso la obligaba a cerrar los párpados. Minju la sacudió con delicadeza.
—Lo siento —murmuró Chaewon, casi de broma.
—Me voy con ellas, a ver si hacen sitio para que alguien les sujete la vela —dijo Yena, levantándose.
Minju asintió, y tomó el último trago de su cerveza.
—Vamos a tomar el aire.
Chaewon se levantó aparatosamente, y Minju la agarró de la cintura. Las mariposas en el estómago la hicieron despertarse un poco. Minju la guió al patio interior del edificio, una especie de callejón con cañerías, tubos, y un contenedor.
—Mejor— suspiró Chaewon.
—Hacía un poco de calor ahí dentro —Minju se quitó la chaqueta, dejando que el poco fresco que la ola de calor permitía que hiciese la golpease en los hombros.
—Creo que éramos tu y yo.
—¿Qué? —preguntó Minju, aunque había oído bien.
—Nada, que estábamos muy juntas y que por eso pasamos calor.
Como siempre, el flirteo salía fácilmente de la boca de Chaewon, y no sólo cuando estaba borracha. Minju rió con desdén.
—Venga ya.
—¿Ya te has enfriado? —Chaewon se dejó caer junto a la pared y buscó el tabaco en su bolso —No estoy como para hacerme el cigarro, ¿sabes liar?
—¿Con quién crees que estás hablando? Esta mañana te cambié una rueda, ¿cómo no voy a saber hacer un cigarro?
Chaewon también rió, dejando salir el aire, y le tendió la bolsa del tabaco y el papel de liar. Miró atentamente cómo movía los dedos y lamía el papel para enrollarlo sobre sí mismo.
—No hagas las cosas raras y no me mires.
Chaewon se dejaba caer levemente sobre la pared, para rebotar y volver a estar de pie, y volver a dejarse caer.
—Difícil no hacerlo .
Otra vez, Minju rio. Chaewon, de repente, vio su oportunidad bastante clara.
—Venga, admítelo, te gusta que te tire la caña.
—No voy a decir que sí.
—Al menos admite que te parezco guapa.
—Vale —Minju fingió estar resignada.
Chaewon sonrió de medio lado.
—Sí, eres muy guapa… —Minju se apoyó contra la pared como Chaewon, pero sobre el hombro, para mirarla a la cara— Es una pena que no me interese.
Chaewon se mordió el labio disimuladamente porque le ardía de la tensión. Las cuerdas que mantenían el peso de su puente levadizo se estaban desgarrando.
—¿No te interesa?
—Ahora mismo no quiero relaciones con nadie.
—¿Alguna novia rica y pija de la uni que te haya dejado? No soy tu tipo, me parece…
Minju despegó los labios, molesta.
—Sólo quieres un polvo conmigo en este callejón. No me conoces.
Chaewon miró hacia abajo, avergonzada por primera vez en mucho tiempo. Ni cuando era humillada por gusto, ni cuando su jefa la regañaba delante del resto de sus compañeras.
—No quería decir nada que te molestase.
—No me ha molestado —dijo Minju. —Pero no quiero que pienses que tenemos una confianza que en realidad no tenemos.
Se oía la canción que estaban poniendo dentro, más reguetón. Pensó que Minju iba a tomar su mano, pero sólo le quitó el cigarrillo de los dedos. Se lo llevó a la boca con el ceño fruncido. A Chaewon le brillaban los ojos, sobrepasada por lo bien que se veía Minju bajo la luz tenue del patio.
—¿Has cortado con tu novia rica y pija de la universidad?
—Sí, eso es exactamente lo que me ha pasado —Chaewon no consiguió descifrar si era sarcasmo o no, pero Minju estaba sonriendo.
—Me se un par de trucos para el corazón roto. Piénsatelo, y si quieres que te los enseñe, llámame. Es todo lo que sé hacer por ti.
Esta vez, Minju le tendió su móvil. Nunca se le quitaba de la cara aquella sonrisa de sabelotodo que tenía desde la primera vez que Chaewon la había visto.
—Mis amigas me van a matar. Me tienen estrictamente prohibido liarme con desconocidas de fiesta, y por más que les diga lo contrario, no se van a creer que no ha pasado nada entre nosotras.
Como Minju había dicho, cuando volvieron a dentro, les cayeron unas cuantas miradas raras. Las chicas estaban en la mesa, recogiendo sus cosas.
—Este sitio está un poco muerto —dijo Eunbi. —Vamos a algún sitio donde pongan buena música. Da igual que esté todo lleno de críos, tengo ganas de ir a una discoteca. ¿Vienes, Chaewon?
Se lo pensó un segundo, pero negó con la cabeza. Fuera de personaje, no tenía tantas ganas. Normalmente no diría que no, pero estaba tan cansada, y tampoco era como si a la mañana siguiente no tuviera que trabajar.
—Creo que voy a irme. Ha sido un placer.
Le dio dos besos a todas, y cruzó la puerta aunque parecía que el suelo se inclinaba bajo sus pies. Volvió a sentir la temperatura alta del exterior. En las noticias decían que era una noche tropical. Se secó el sudor de la cara con el antebrazo.
—¡Chaewon! — oyó a Minju llamarla —¿te acompaño?
La cogió del brazo y le hizo de apoyo, a pesar de que tampoco estaba sobria del todo.
—No, ve con tus amigas. No quiero que te preocupes por mi…
Se zafó con suavidad de su brazo, pero se tambaleó de una forma bastante ridícula.
—Venga ya.
Chaewon hizo un mohín, pero le tendió el brazo. Fueron caminando en silencio hasta su coche, y por el camino, Minju le compró una botella de agua. Iba dándole traguitos, sin preocuparse por dónde mearía luego.
En el aparcamiento no había nadie más que ellas dos y una decena de farolas de las cuales estaban encendidas la mitad. Abrió la puerta del coche con la llave, porque era tan viejo que no tenía mando a distancia, y se metió en el asiento del conductor. Iba a cerrar la puerta, pero Minju la frenó. Apoyada con un brazo en la puerta abierta y otra al otro lado del hueco, cubriendo todo su espacio visual, le dijo:
—¿No pensarás conducir así?
Chaewon no dijo nada, sólo cruzó los brazos delante de su pecho. Estaba disfrutando de ver a Minju encima de ella.. Tenía la cara en forma de corazón, y cuando sonreía como si lo supiese todo se dibujaban unas marcas bajo sus pómulos pronunciados.
—Tienes una manía muy extraña de ayudarme. ¿No prefieres, de verdad, estar con tus amigas?
—No hago esto sólo porque seas guapita y yo te guste. Considero que soy una persona decente, así que haría esto por cualquiera en tu situación. Incluso si no tienen unos ojos tan bonitos.
—De hecho, creo que esa es la única razón. Mis ojos bonitos. Ven, siéntate dentro conmigo entonces.
En un segundo, la puerta del copiloto se cerró y Minju estaba dentro. Se quitó la chaqueta, y se apartó el pelo del cuello sudoroso. Luego se ató el pelo oscuro y brillante en una coleta baja. Chaewon lo miró todo, sintiendo electricidad en todo el cuerpo. Necesitaba una excusa para tocarla, la que fuese.
Se inclinó hacia la guantera, y su hombro desnudo rozó el de Minju. La abrió, y le dijo:
—Busca la cinta que ponga “70-79” .
Sacó el otro casete, “Rumours” de Fleetwood Mac, y se lo tendió a Minju para que lo guardase allí dentro. Minju introdujo ella misma la cinta en el aparato, y Chaewon le dio al play. Las primeras notas de “Stairway to Heaven” empezaron a sonar, llenando el tenso espacio entre ellas dos.
Admitía que esa cinta en concreto tenía era de ese tipo de chica que escucha la música de su padre y se cree mejor que las demás. Pero la guardaba muy dentro de su corazón. La música era de lo poco que se había llevado de su casa.
Minju no dijo nada. Inspiró y cerró los ojos, dejándose caer un poco en el asiento. A Chaewon le hubiese gustado hacer lo mismo si no hubiese estado tan ocupada deseándola como no lo había hecho con nadie en mucho tiempo. La canción terminó, y la sucedió una de The Who. Se sentía reconfortada por su música, en ese orden conocido y machacado hasta la saciedad, y por tener a alguien que le impidiese ponerse a llorar en ese mismo momento.
—Conduces como una loca —murmuró Minju—. Me sorprende que sigas teniendo carnet.
—¿Qué?
—Esta mañana me adelantaste a... ¿150 kilómetros por hora, en una carretera general? y al final nos vimos en el mismo lugar. Y después, saliendo del aparcamiento, como una chiflada. Eres el tipo de persona que más odio.
Eso le dolió un poquito. Pero había aprendido a gestionarlo, y a erotizarlo. Se lamió los labios.
—No soy así normalmente. Sino ya estaría muerta, o endeudada con algún hospital. Era la adrenalina.
Si Minju tenía alguna duda, no la expresó.
—Te dije que nos íbamos a volver a ver —rió Chaewon como hacen los borrachos. Minju no reaccionó. Después habló más suave—. Te lo dije, ¿o no?
Minju se rio, como haciendo burla, porque Chaewon tenía razón.
Hacía un par de horas que habían dado las 12, así que técnicamente ya no era su cumpleaños. Pero como decía Sakura, su única amiga en casa, el día no termina hasta que te acuestas. Era otra chica bisexual, pobre como las ratas, que vivía en el mismo pueblo que Chaewon. No era uno de esos pueblos bonitos, de calle principal con pequeñas tiendas y suburbios de casas iguales las unas a las otras, sino un conglomerado de fincas agrarias y ganaderas en las que los dueños eran republicanos, igual que los jornaleros, pero estaban jodidos por los precios de mercado.
Había recibido una llamada de Sakura durante el almuerzo, y no le contó lo que había hecho esa madrugada. No volvería a hablar de ello nunca, porque no podía permitirse que le doliera.
—Hace unas horas era mi cumpleaños —dijo.
—Felicidades —dijo Minju, sonando más seca de lo que pretendía —. ¿Alguien te ha regalado algo? —añadió.
—Sólo tú, una botella de agua
—Ahora me vas a decir que no te molesta, que siempre ha sido así.
—¿Cómo-?
—Me pareces ese tipo de persona— la interrumpió Minju.
Chaewon sonrió, apretando los labios.
—Exactamente esa. Una chica libre e independiente, sin figuras de autoridad en la adolescencia, con un sueño frustrado...
—Justo igual que Holly Golightly.
Chaewon se rió, sintiéndose especial, como una adolescente embobada.
Ella no daría el primer paso. Se mostraba como una chica valiente, a la que no le importaba nada. No era por falta de iniciativa, simplemente le encantaba dejarse hacer. Encajar en los términos de otro.
Pero Minju no dio ningún paso esa noche. Después de un buen rato hablando, recibió una llamada de Yena. Se iría con ellas pronto.
—Me gustaría darte un beso de despedida, pero me temo que tendría que darte otro. Y ya sabes… Tengo prohibido liarme con chicas que he conocido de fiesta.
Minju abrió la puerta y rodeó el coche por delante. Chaewon bajó la ventanilla a toda prisa para decirle:
—Pero a mi me has conocido esta mañana.
—En ese caso, medio.
Y antes de que Chaewon se diese cuenta, Minju la besó suavemente, sujetándole el rostro con sus dedos esbeltos. Duró tan poco que su cuerpo no reaccionó hasta que se estaba alejando, y tembló de la excitación. Minju le dijo adiós con la mano, y Chaewon dijo:
—Nos volveremos a ver.
Capítulo 2
Pasó la noche en el parking de un Wallmart. No tuvo tanto miedo como la primera vez que se durmió en los asientos de atrás de su coche en el aparcamiento de un supermercado. La primera vez que ocurrió fue hacía tres años justos, y desde entonces, se había curado de espantos. La segunda, 3 meses después, cuando se quedó sin su primer trabajo desde que se había independizado. La tercera, antes de mudarse a ese pueblo y encontrar trabajo en el hotel.
Podría haberse puesto de rodillas, y haberle rogado a Minju que se quedase con ella, terminar en su casa y dormir un par de horas bajo un techo, pero no quería hacerle lo mismo que le hubiese hecho Yujin. En el fondo, se arrepentía de no confiar, pero no podría admitir eso frente a ella misma.
Llamó a Sakura, porque tenía que contarle su ruptura. Estaba asustada, sola, y no podía aguantar más el llanto. Esta cogió el teléfono, a pesar de las horas, y escuchó atentamente. Chaewon, después de casi 24 horas despierta, lloró. Sakura estaba preocupada y respondió:
—No me gusta que te pongas en peligro. Déjame mandarte 100 pavos, y mañana te pagas un motel.
Chaewon se sentía demasiado mal como para decir que no. En cuanto pudiese, se los devolvería.
Se despertó por culpa del sol, con la cara hinchada de llorar. Se puso en marcha, hacia su cafetería de confianza. Esa mañana, Hitomi estaba sirviendo desayunos. Ella era más reservada, pero igualmente hablaban de vez en cuando. Le preguntó si podía cargar el teléfono, y ella señaló una mesa al lado de la pared. Después le llevó un café, y una sola tortita.
—A esta te invito yo.
Debía vérsele la mala cara a kilómetros de distancia. Agradecía el gesto, pero además de odiar sentir pena, odiaba darle pena a los demás.
Su única preocupación durante un segundo fue maquillarse en el baño del restaurante, asearse lo más rápido posible y luchar por tapar las ojeras con el poco corrector que le quedaba.
Con el corazón hundido, se presentó en el trabajo. Yujin tenía tantas ojeras como ella, y le contó la noche con sus amigas en el vestuario. Luego, Chaewon le contó la suya, y Yujin gritó, ahogando el sonido con las manos en la boca, cuando dijo que Minju la había besado. Cada vez que lo recordaba, temblaba por el poder que Minju tenía sobre ella. Chaewon tenía su imagen de chica dura que mantener, pero gritaría igual que Yujin.
Minju probablemente fuese lo único bueno que le pasó nunca en su cumpleaños. Para empezar, el día de su cumpleaños era el día en el que nació, y era de lo que más se arrepentía nunca.
Los otros niños del colegio estaban ilusionados por su cumpleaños, y en aquella época se lo contagiaron. Duró poco, porque su madre se enfadó mucho, una ira tan pura, unos gritos tan cortantes. Tanto que se quedó muy dentro de Chaewon. Y a lo largo de los años, no mejoraría.
En ese momento no sabía por qué había ocurrido. Luego, fue adquiriendo consciencia de cómo era el mundo, y los enfados aparentemente irracionales de su madre seguían un patrón: siempre venían cuando había que gastar dinero en casa. Por eso mismo, tampoco había Navidades. Ya era bastante que sus padres ponían un techo sobre su cabeza, una cama en la que acostarse y comida en el plato todos los días, ¿o no?
Sus padres discutían una de cada dos noches bajo la luz del fluorescente de la cocina, al principio en voz baja, luego a gritos. Chaewon y su hermana fingían que no los escuchaban. Solía ser sobre dinero, pero también por cualquier otra cosa menos importante, como cuántas veces iban a ver a la madre de cada uno, cómo tenían que alimentar a los perros, quién sacaba la basura…
Cuando cumplió 14 años, su hermana se marchó de casa. Su hermana le hizo gofres para desayunar, y el resto del día, sus padres estuvieron muy ocupados pasando el último día que su niña mayor estaría en casa, con Yuri. Tampoco estaba particularmente triste, porque tampoco estaban tan unidas, al contrario de cuando eran niñas. Yuri estaba demasiado de parte de sus padres, y Chaewon era demasiado rebelde, así que ni entre ellas se ponían de acuerdo.
Mientras que la mayor se esforzaba por sacar buenas notas, Chaewon era perezosa, faltaba a las clases y no hacía las tareas. Terminó el instituto gracias a las clases de teatro, ya que su tutora la había amenazado con prohibirle asistir si no se ponía las pilas. Pero ningún profesor le preguntó jamás qué le pasaba, por qué no se esforzaba. Y sólo era una adolescente que necesitaba atención a toda costa. Daba igual de quién fuese, y cómo fuese.
La última vez que Yuri llamó a casa, fue para desearle amargamente el cumpleaños feliz a su hermana. Por aquel entonces, Chaewon tenía 16 y estaba estudiando para aprobar las asignaturas que le habían quedado pendientes. Entonces, no volvieron a saber de ella. Sabían que estaba viva porque a veces llegaba una carta del banco diciendo que había ingresado algo de dinero en la cuenta familiar.
Pero eso era la punta del iceberg. Cuando cumplió los 17, ese mismo día su padre sufrió un accidente en la granja. Se había caído con el tractor a una zanja. No sentía especial pena por él, pero las facturas del hospital ahogaron a la familia. Los sueldos que ganaba trabajando en la tienda de comestibles del pueblo ya no eran para ella, para su futuro, sino para procurar que su padre pudiese volver a caminar. Pero no lo consiguió, y la última vez que lo vio, era un hombre diferente, que no se tomaba los antidepresivos que le habían recetado, atascado en una silla de ruedas con dolores horribles. Un ganadero que ya a penas podía hacer su trabajo, con una mujer que tenía que encargarse de todo lo que él ya no podía hacer, de cuidarle, y de lo suyo propio. Y lo pagaba con todo el mundo, con insultos y amenazas. “Estás castigada. Como te vea saliendo por la puerta te pego un tiro”. Y sabía que era una amenaza muy real, porque la última vez que una pareja de Chaewon entró en su casa, al padre se le ocurrió darle una limpieza al rifle.
El peor de todos, fue el decimoctavo. El broche final a su paso por el infierno.
Y mientras pasaba la aspiradora por la fea moqueta del pasillo, le asaltaron todos esos recuerdos. Y como cada vez que recordaba, sentía que se quedaba sin aire. Las paredes se desvanecían, el suelo perdía su consistencia y tenía que agarrarse a algo para seguir de pie.
—¡Chaewon! ¿Estás bien?
Yujin la estaba sujetando. La aspiradora seguía encendida, se le había caído al suelo, y Chaewon estaba apoyada con el antebrazo en la pared, hiperventilando. No podía hablar, como si tuviese los labios cosidos, y todo iba muy rápido y muy lento a la vez.
—¡Vosotras dos! ¡Que sea la última vez que os veo no trabajando! —gritó la jefa, a la que nunca se le veía la cara por el hotel, salvo por fastidiar.
—¡A Chaewon le pasa algo! —dijo Yujin.
Chaewon negó con la cabeza, y la gerente se quedó de pie, con las manos sobre las caderas, mirándola mal.
—Tonterías —dijo, y se fue murmurando pestes.
Sintió la mano de Yujin en la espalda, reconfortándola, pero un segundo más tarde la chica ya estaba otra vez llevando la ropa de cama sucia a la lavandería. Otra vez sola.
Más tarde, comió sin ganas la mitad de un plato de arroz, y bebió a sorbitos una taza de té que Yujin le había preparado. Seguía con la mirada perdida.
—¿Estás segura de que no quieres venir conmigo a casa? —preguntó Yujin, ignorando su espacio personal.
—No, está bien —sentía la garganta ronca, y sólo quería estar sola, sin que hubiese un solo ruido.
—¿Tienes donde dormir?
—Voy a ir a un hostal del pueblo.
—Bien.
Oía a sus compañeras cuchichear sobre ella, sobre su incidente. A algunas les daba pena, otras decían que era por llamar la atención. De repente, se levantó de golpe de la silla, y todo el comedor la miró.
—No quiero hablar. Nos vemos mañana.
—¡Cómo sois tan crueles! —oyó a Yujin gritar, y después salir corriendo tras ella —¡Chaewon!¡Espera!
Chaewon corrió por los pasillos, y se fue al coche. Se metió dentro como si fuese su búnker. A salvo de la demás gente, que hablaba y opinaba de todo sin tener en cuenta cómo le afecta. Gritó, agarrando con fuerza el volante, y lloró. Yujin apareció a su lado, y le pidió que bajase la ventanilla. Le tendió su bolsa, con su ropa de antes de cambiarse al uniforme.
—Toma, cariño.
Chaewon se secó la cara mojada de lágrimas con el antebrazo, y se manchó de rimel. Después tomó la ropa que Yujin le había traído.
—Nos vemos mañana.
Chaewon asintió, y Yujin la imitó.
—No le digas esto a nadie —susurró, sin energía para hablar más alto.
—No te preocupes, sigues siendo una bad bitch.
Yujin le caía bien, pero le costaba confiar en una compañera de trabajo, a pesar de que saliesen juntas. Quién le iba a decir que no se traicionarían por dinero en el futuro.
Condujo hasta el pueblo, cantando las canciones de la radio a pleno pulmón. Después de canalizar sus emociones en la música se sentía otra vez con aire en los pulmones.
Se tumbó en la cama de su habitación individual, pensando en si podría alquilar una habitación, o si se mudaría de nuevo a Los Ángeles. La colcha parecía salida de unos grandes almacenes en los años 60. Tenía una textura lisa y sedosa y un patrón de flores. Hizo una lista de pros y contras, pero seguía sin salir de dudas. Le dio vueltas y vueltas, le preguntó a Sakura, e incluso a Yujin, aunque cuánto podría saber una chica de 18 años sobre alquileres, pero no veía nada claro. Entre medias hasta se quedó dormida. Se rindió, así que cogió una bolsa de ropa sucia y fue a la lavandería 24 horas que había por allí cerca.
La lavadora daba vueltas con su ropa dentro. Todavía era de día fuera, así que se planteó salir a dar un paseo. Pero mirando Instagram en su teléfono como si no hubiese nada dentro de su mente, se acordó de tenía el número de Minju. Casi no había tenido tiempo de pensar en ella, pero en ese momento, todos los recuerdos le hicieron un auténtico K.O.
No prácticamente estaba sola en la lavandería. Había una señora de mediana edad con unas cuantas cestas y nadie más. Justo en frente, una agencia de viajes cerraba las persianas. Contó hasta tres, y pulsó el botón de llamada. Sonó 5 veces hasta que Minju contestó.
—¿Diga?
—Soy yo, Chaewon.
—Ah, hola…
Era un poco incómodo, pero a Chaewon no le gustaba hablar por mensajes.
—Sólo quería saber si te levantaste con resaca. —Todas las buenas conversaciones comenzaban por una excusa terrible.
—Buf… Un poco. Pero por suerte es sábado.
—Suerte para tí, yo curro los findes.
—Oh —dijo Minju, sorprendida—. Eso debería estar penado con cárcel para los empresarios.
—¿Y el dinero extra que me llevo? —se paró un momento—. No te voy a engañar, no merece la pena.
—Menuda putada. Además, yo creo que debes de tener como tres veces más resaca que yo.
—Sí, y dormí tres horas. Si hoy no me desmayo antes de llegar a la cama, me apunto a la maratón de San Francisco. Bueno, ¿qué has hecho hoy?
Hablaron de cualquier cosa durante una hora y media. Minju era una persona muy interesante con la que hablar, siempre con una opinión, con un comentario. Chaewon se estaba divirtiendo por primera vez en todo el día. Decidió que iba a dejarle caer que quería una cita. Estaba convencida de que esta chica sí merecía la pena.
En retrospectiva, se había acostado con gente que dejaba mucho que desear. Con gente que no la hacía reír la mitad Minju, que no mostraba ni un cuarto del interés del que daba. Con hombres que a posteriori se había enterado de que eran homófobos, chicas que la ocultaban de sus amigas…
Hablaron de la noche anterior, provocándose.
—No tienes vergüenza, Chae —Minju ya había pasado al diminutivo —Me miras sin que te importe, y no te pones roja. ¿Te has ruborizado alguna vez en tu vida?
—No. Pero puedes intentarlo.
Tenía un calor que no se podía quitar ni con una ducha fría. Necesitaba tocar hierba, por su bien.
Se despidió para ir a buscar algo de comer por el pueblo. Cerca del hostal había una cadena de pizzerías. Se pegó un buen atracón, pues había recuperado el apetito, y dejó algo para desayunar al día siguiente. Le dio gracias al ente superior de turno que hubiese por sentirse algo más viva, y se durmió nada más su cara tocó en la almohada.
Soñó con el establo de las vacas, su perro de la infancia y Sakura. Todo estaba en calma, al menos en los sueños.
Capítulo 3
Al final, Chaewon había encontrado una señora mayor que vivía en un chalet unifamiliar, pero era demasiado grande para ella, así que alquilaba un cuarto. Era bueno y espacioso, pero ridículamente barato porque estaba lejos de cualquier lado. Tenía que conducir más de media hora todas las mañanas para ir a trabajar. Pero a cambio, veía las estrellas cada noche a través de la enorme ventana del techo abuhardillado.
Nada más llegar del trabajo, llamaba a Minju, y estaba empezando a acostumbrarse. Pasaron un par de semanas desde la primera vez que se vieron en las que dejó de sentirse tan muerta.
Todo parecía ir bien entre ellas dos, y eso era una novedad. Puede que a Minju le costase acostumbrarse a las bromas y pullas de Chaewon, pero a veces llamaba primero, y Chaewon sentía que de verdad le importaba lo que tenía que decir cuando hablaban. En lo que a relaciones pasadas se refería, Chaewon había disparado contra el otro y también había sido herida, pero esta vez estaba siendo diferente.
Habían hablado de qué podían hacer cuando quedasen.
—¡Es verano! ¿Cómo no vamos a ir a la playa?
—No lo se… —Minju se mostraba reticente— no me gusta mucho la playa.
—¿Y dices que eres de California?
El otro día, Minju le había estado contando cómo llegó a conocerla aquella mañana. Había estando en casa de su padre en las vacaciones de verano, en Tucson. Sus dos padres eran del pueblo, y ella se había criado allí. Luego, se separaron y su padre encontró una nueva familia en Arizona. Mientras, su madre se mudó con ella cuando fue a San Francisco a la universidad. Y ahora, había vuelto, porque su abuelo, que trabajó toda la vida en una fábrica de piezas de automóvil le había conseguido trabajo.
Chaewon, una chica del Nuevo México profundo, estaba fascinada con la playa. Pero Minju no veía por qué.
—Para empezar, odio la arena, porque es imposible de quitar. No me gusta el agua salada. Tampoco pasar horas y horas al sol, porque no me pongo morena, sólo me quemo.
—Una chica pálida de California que no va a la playa —dijo Chaewon, subrayando la contradicción.
—Y todavía no he acabado, tengo más razones para no querer ir: es muy probable que en cuanto quites la vista del bolso ya te lo hayan robado, las gaviotas te van a atacar en cuanto vean que llevas comida, y-
—Conduzo yo— interrumpió Chaewon— y luego te invito a una copa.
—No voy a permitir que conduzcas tu, eres un peligro para la seguridad vial. Pero acepto la copa.
Chaewon sonrió como una cría.
—¿Eso es un sí?
—Supongo que sí —Minju fingió desesperación.
Una vez, la señora con la que vivía, le dijo que hablaba muy alto, y hasta muy tarde. Chaewon le contestó poniendo toda la cara de niña buena que pudo:
—¿Alguna vez ha tenido usted a alguna persona especial?
—¿Y por qué no te vas a vivir con él y así me dejas dormir?
Chaewon se rió, no de verdad, sino de ira. No respondió, pero no puso la tapa para calentar la comida en el microondas a propósito.
Por fin, Chaewon tuvo una mañana de sábado en la que no se levantó a las 5. Minju la fue a buscar por la mañana, y tuvo que apretar los labios para no sonreír cuando la vio. Llevaba un sombrero de pescador oscuro, unas gafas de sol y los hombros al aire.
En el asiento de copiloto, se secó las manos contra la tela de sus vaqueros cortos. No se debía sólo al calor bochornoso, sino también a los nervios.
—He hecho una playlist —dijo Chaewon.
—Adelante.
Los últimos días, Minju y ella habían hablado de música. Minju tocaba la guitarra un poquito, y era más de rap que de rock.
—Como Romeo y Julieta —había dicho Chaewon.
Las playas de California siempre estaban llenas en agosto. Había coníferas, pero también dunas unos metros más allá, y luego el mar resplandeciente. A penas había sitio para aparcar a mediodía. La arena estaba igual, así que echaron una toalla cerca de la orilla en vez de en la arena de las dunas.
Chaewon se quitó el pantalón primero y la camiseta después. Estaba demasiado delgada después de tantos meses de estrés, como si su cuerpo no pudiese recuperarse. Tenía una pronunciada marca de bronceado, su torso del color de la arena suave, y piernas, brazos y rostro tostados. Minju tenía los ojos clavados en el horizonte, y no en Chaewon, como ella quería.
—Podrías, al menos, mirarme —le recriminó, dejando ver que estaba molesta.
—No te enfades, no sabía que querías —Minju respondió sin preocuparse ni un poquito, apartándose un mechón de la cara. —La próxima vez, hazlo delante de mi, un poco más cerca.
Chaewon sonrió con cierta arrogancia. Arreglado.
Se tumbó en la toalla, mirando el cielo azul sin una nube que pudiese tapar el sol. Suspiró. Minju estaba sentada a su lado, con los brazos apoyados sobre las rodillas. La miró por encima de las gafas de sol, y levantó las cejas como ella solía hacer. Y después se quedaron en silencio, escuchando el mar y los gritos de la gente en el agua.
—He estado pensando —dijo Chaewon con las manos detrás de la cabeza, haciendo de almohada—. No estoy actuando, no estoy cantando de forma profesional, pero no está mal lo que estoy haciendo ahora.
Minju siempre hablaba suave, sin mostrar muchas emociones, pero en ese momento respondió con cierta intensidad.
—Ni se te ocurra dejarlo.
—¡Por Dios, no! —exclamó Chaewon —lo que quería decir, es que estas dos semanas, mi vida ha sido soportable, tirando a buena.
—Espero no tener nada que ver en ello —bromeó Minju.
Una de las cosas que más le gustaban de Minju era cómo la hacía reír. Con ella, no se reía para agradarla, cubriéndose la mano con la boca, suprimiéndola, sino que lo hacía como más le salía en el momento. También su franqueza, su calma, pero sobre todo que podía ser auténtica y seguir gustándole.
—En absoluto. Ni tampoco que esté haciendo amigas, ni tampoco porque ya no vivo con una sanguijuela —pensó en lo que acababa de decir—. Bueno, ahora vivo con otra, pero mucho menos intensa.
—Supongo que la vida está bien cuando nadie intenta arruinártela. ¿Te puedes creer que a mi también me va mejor desde que estoy aquí, y no con mi padre? Es como si tuviese el cuerpo más ligero...
Chaewon admiraba cómo Minju se expresaba. No era fácil para ella decir lo que sentía sin dar rodeos. Minju se quitó la camiseta y se echó hacia atrás, recostada sobre los codos.
—La gente que tuvo su momento en el instituto nunca sabrán lo que es estar libre por fin —dijo Minju.
A Chaewon le gustaba escuchar a Minju, las conversaciones intensas sobre la vida que no tenía desde hace mucho, pero también ganas de hacer lo que había venido a hacer.
—Tengo ganas de ir a probar cómo está el agua.
—Ve.
—No, ven conmigo —dijo caprichosa, rozándole la cadera con la mano ligeramente.
—Nah.
Minju tenía algunos lunares en el costado, como un rastro que le llegaba hasta la espalda.
—Al menos acércate.
Chaewon se incorporó, y solo sus ojos ya trasmitían ilusión. Minju chasqueó la lengua, pero también se levantó.
—Yo me encargo de cuidar tus cosas, trae.
Minju llevaba dos bolsos en un hombro, y el agua le llegaba por la espinilla. Las olas, a la altura de la rodilla.
Chaewon gritaba cada vez que el agua le golpeaba en un lugar seco, pero en pocos minutos se acostumbró a la temperatura. El mar no estaba frío, sino que fuera hacía un calor del demonio. Se quedó dentro hasta que empezó a helarse, disfrutando de cómo la mecía la corriente.
Las olas la impulsaban al volver a la tierra. Volvió a poner los pies sobre la arena bajo el agua, y caminó fuera. Ahora Minju la miraba.
Las gotas de agua brillaban sobre su clavícula como perlas, y el viento le ponía la piel de gallina. El pelo se le estaba pegando a la cara, así que lo apartó enredándolo en sus dedos y echándolo hacia atrás. Se paró frente a Minju, cerca de ella, y la miró a los ojos.
—Me gustaría que no hubiese nadie más —dijo suavemente.
—Hm… Las dos solas…
Chaewon se sentía sobrepasada. Minju le sujetó la barbilla suavemente, y mantuvo la mirada:
—¿Me comprarás una playa cuando seas rica y famosa?
—Todas las que quieras.
La mano su mano fría bajó por el antebrazo tibio de Minju. El hechizo del que Chaewon era víctima tiraba muy de ella, arrancando sus pies del suelo, y era tan antiguo como el ser humano o más. Como Venus, que nació de las olas.
—Entonces me encantaría la playa.
Minju dio un paso atrás. Chaewon tuvo ganas de perseguirla, que sus cuerpos chocasen, arrojarse a sus labios, quemarse por dentro de la manera en la que el sol la quemaba por fuera. Pero no lo hizo. Ella no daba el primer paso. Quería que fuese Minju, y sólo Minju. Después de ese momento, no podría mirar a nadie más.
Chaewon cayó sobre la toalla, sintiendo el cuerpo pesado y agotado. Dejó que su piel se secara al aire bajo el hostigante sol de mediodía. Minju se sentó a su lado, y miró hacia delante, como antes. Le gustaba cómo se sentía la arena caliente al apoyar las piernas sobre ella.
Escuchó el tono de llamada de su móvil, y vio que era un número desconocido. Con cierta reticencia, contestó.
—¿Chaewon? Soy Yuri.
No había duda. Su voz era inimitable. Chaewon frunció el ceño al instante, sintiendo todo el rencor resurgir de nuevo, como una alcantarilla colapsada.
—¿Cómo estás, Chae?
Colgó. Una ira seca se le encaramó dolorosamente al pecho. No iba a soportar que después de cinco años sin hablar, le preguntase “cómo estaba”. Mal, estaba mal. Y montando una escena delante de Minju.
Pero a Yuri le dio igual, y llamó de nuevo. Chaewon contestó, porque no iba a quedarse con la palabra en la boca.
—¿Sabes cuánto tiempo ha pasado desde que-?
—Déjame hablar, porque esto es importante —Yuri nunca interrumpiría a alguien de esa manera tan cortante si no fuese un asunto de vida o muerte, y eso hizo que el estómago de Chaewon se retorciese. —Siento haber empezado mal, tendría que haber ido al grano. Papá ha muerto y mamá ha vendido la granja, a mi me van a dar una parte, como pone en las escrituras, pero mamá no te quiere dar la tuya.
—¿Cómo coño me has encontrado? —dijo Chaewon, sin disimular su desagrado.
—Linkedin. Lo que quería decirte es que he venido a Nuevo México para hacer entrar en razón a mamá. Me lo ha contado todo.
—Todo lo que te diga esa arpía es mentira
Miró a Minju de reojo, y tenía esa expresión seria y suave a la vez que tenía siempre.
—Lo sé. Por algo me marché —dijo Yuri.
Cada palabra no hacía más que molestarla más.
—Me dejaste allí.
—Ahora no, Chaewon —contestó Yuri, como siempre, fastidiada por ella.
—¡Me dejaste allí, sola!
Miró a Minju otra vez de reojo. Su expresión seguía sin cambiar. Era más por ella, por comprobar que Minju no pensaba que se estaba volviendo loca.
—No voy a discutir contigo por teléfono.
Chaewon sintió que seguía siendo la misma niña maleducada a la que reñían. Excepto que ahora era ella quien tenía toda la responsabilidad. Dolía muy dentro, y dolía más que nunca.
—Tenía un día libre, y me lo has arruinado.
Esta situación demostraba todo lo que llevaba pensando desde hacía muchos años: que no se merecía descanso de su sufrimiento.
—¿No te importa la herencia? —exclamó Yuri.
—¡No me importa una puta mierda!
—Llámame cuando te calmes. Hasta luego.
Colgó otra vez con rabia. Apretó los labios, y durante un par de segundos, sentía que iba a estallar. Después sacudió la cabeza y se restregó la mano con la frente. Y todo volvió a estar normal.
Parecía que Minju ni había pestañeado. Siempre con esa tranquilidad tan estoica, como si todo la atravesara. Llevaba las gafas de sol sobre la frente, y la claridad le hacía entrecerrar los ojos.
—¿Vas a fingir que no te ha alterado lo que quiera que haya pasado?
—Sí. Hoy es un día de playa, sin más.
Chaewon tenía los brazos cruzados delante del torso, y su voz había perdido su vida. Minju parecía impasible, pero, en realidad, todo lo que parecía atravesarla le tocaba la fibra sensible que tenía dentro.
—Nunca te sonrojas, y nunca lloras. A lo mejor debes permitírtelo.
—Luego, para molestar más a la vieja —dijo Chaewon sin su chispa habitual.
Minju rió entre dientes, intentando levantar el ánimo.
—Si no quieres hablar, me parece bien. Pero a mi me interesa escucharte.
Minju tenía una sola comisura levantada. Era su pequeña sonrisa empática.
Dentro de Chaewon había dos pulsos que a veces colisionaban. Estaba el de ser de piedra, y el de derretirse como magma. Elegía entre ser una chica dura y mostrarse vulnerable, y esta última solía perder.
Por primera vez, no sabía qué decir. Toda esa literatura, esa maña con las palabras, para no saber leerse a sí misma. Pero era una actriz. Sabía interpretar.
—No quiero —dijo, demasiado convencida como para que fuese real—, pero gracias.
Minju asintió, y se tumbó. Luego mencionó algo sobre una película que había visto recientemente, y Chaewon pudo responder una respuesta coherente. Era un logro.
Un rato después, Minju le ofreció comer algo:
—No tengo hambre, come tu.
Minju negó con la cabeza.
—Deberías. He hecho ensalada para ti.
—Creo que te he dicho demasiadas cosas sobre mi, y cómo me gusta la ensalada es una de ellas.
Comió, y se sintió algo mejor, pero sin más.
—¿Sabes esto que hacen las vacas de comer, y luego lo devuelven a la boca y lo mastican otra vez?
Minju estaba a duras penas partiendo una manzana en dos con una navaja ridícula y le dio uno de los trozos.
—Literalmente me crié en una granja. Se dice rumiar.
—Sí, eso.
—Es un tema raro para sacar en una cita.
—Esto es una cita… Bueno saberlo.
—¿Qué otra cosa podía ser? —dijo Chaewon, medio en broma.
—Si me parece perfecto... —Minju parecía despreocupada al respecto, de una manera que provocaba a Chaewon—. Bueno, volviendo al tema original, que no estás rumiando tu problema sino que te lo estás comiendo entero. Y no creo que te vaya a sentar bien.
Era una manera un poco extraña de mostrar su preocupación, haciendo un símil con vacas.
—Vamos a por una cerveza —dijo Chaewon.
La cerveza no era la solución para todos los males del mundo, pero sí para unos cuantos. Se posó la lata sobre el cuello, sintiendo el contacto con el metal frío. Estaban sentadas en sillas de plástico, bajo una sombrilla blanca que las tapaba del sol, pero aún así hacía el mismo calor que antes. Minju daba toquecitos sobre la mesa con las yemas de los dedos, con la barbilla apoyada sobre la mano. Chaewon tampoco sabía muy bien cómo comportarse.
Al final, acabaron juntando un poco más las sillas. Chaewon se había tomado un par de cervezas, y contó cómo le fue en un par de cástings, el grupo en el que cantó durante seis meses, y un par de series malas en las que tuvo un papel. Minju no bebió más, y se quejó todo lo que quiso del sistema universitario. Evitó a toda costa hablar de cualquier cosa que hubiese pasado antes de los tres últimos años. Se prometió que algún día lo haría, pero no en ese momento, porque estaba intentando evadirse de todo aquello.
El sol dejó de brillar tan alto, y se empezó a notar cómo bajaba la temperatura. Habían dejado de hablar un rato atrás y Chaewon tenía la cabeza apoyada sobre el hombro de Minju, y se sentía bien al respecto. Minju apoyó su mano sobre el antebrazo de Chaewon, y se quedaron así un rato.
Le costaba respirar. No era solo el contacto físico lo que le quitaba el oxígeno de los pulmones, sino también el contraste entre los malos sentimientos y los buenos. Eran como la ola y la resaca, que una siempre se intenta comer a la otra.
La gente empezó a marcharse, y la playa a última hora de la tarde estaba mucho más vacía. El calor había remitido un poco cuando el sol comenzó a bajar. Caminaron por la orilla, sin prisa alguna. Minju le preguntó quién la había llamado. Al principio, Chaewon se mostró reticente, escondiendo la cara. Estaba avergonzada.
—Mi hermana —respondió, sin poder eludir la pregunta directa.
—Y no tenéis una buena relación, por lo que he visto.
—No… Hace mucho que no hablaba con ella, y me pilló por sorpresa. No estaba lista.
Minju asintió, comprensiva. El cielo estaba empezando a tomar tonos rosados y anaranjados.
Chaewon no estaba orgullosa de sí misma, pero se felicitó por haber sido sincera. Era lo que se supone que tenía que hacer.
—Las relaciones con los hermanos son muy difíciles. Yo que tengo tres, sé de lo que hablo.
A lo mejor Minju lo hizo para hacerla sentir mejor, pero se puso a hablar de su familia, y funcionó. A veces, solo deseaba tener un sitio al que volver y alguien que la molestase de sobremanera, para no estar tan sola.
Su ex la invitó a una barbacoa familiar a principios del verano. Eso fue lo más parecido a tener familia que había experimentado en tres años. Allí conoció a sus hermanos y los sobrinos de su pareja, y todo el mundo le dijo que era buena con los niños. Ella sabía que era porque no eran los suyos. No faltó el “¿Cuándo los tendréis vosotros?” pero Chaewon no deseaba nada que tuviese que ver con ser responsable de otro ser humano. Ni si quiera tenía edad legal para votar por aquel entonces.
En cuanto a lo que él quería, nunca se lo preguntó, ni merecía la pena: eran demasiado diferentes. Chaewon tenía todos sus 20 por delante, y él quería establecerse. Se escogieron mal el uno al otro, y por suerte Chaewon se dio cuenta pronto.
Era hora de irse a casa. Chaewon se sentó en el sitio del copiloto, descalza, aún con arena en los pies. Una canción de Hozier empezó a sonar cuando el motor se encendió. Minju parecía tan en calma como siempre, aún más cuando conducía. El sol se ponía cándidamente detrás suyo, y el horizonte lleno de pinos ya se veía azul oscuro hacia delante. Todavía les quedaba una hora de viaje a oscuras, y Chaewon se estaba muriendo de ganas de que acabase. Minju bajó un poco el volumen de la música.
—Me ha gustado estar contigo hoy —dijo—. Contigo puedo ser yo misma: quejica y aburrida.
—No creo que seas nada de eso —dijo Chaewon, sin energía para ser graciosa. Se encogió un poco en el asiento. —Más bien, tienes ganas de que todo sea mejor, y disfrutas de la tranquilidad. —Suspiró un momento, y miró la oscuridad de detrás de los cristales— No sé de dónde has salido, pero me alegro de haberte conocido.
Quería decirlo desde que descubrió lo que había más a dentro de la Minju del aparcamiento, que le cambió la rueda en cinco minutos, y que luego la encontró en el minuto exacto en el que las cosas se iban a poner feas. El impulso de no mezclarse, de ser una sustancia estéril contra otra, se estaba diluyendo.
—Has tenido mucha potra, Minju, o tenías un plan desde el principio. Sino no me explico que me hagas estas cosas.
—Lo mío es suerte, lo tuyo es todo habilidad. Es impresionante que siempre sepas qué decir.
—Estoy segura de que tu también tienes muchas habilidades que todavía no te ha dado tiempo a enseñarme.
—Hago buenos desayunos —Minju la miró brevemente, con su sonrisa de saberlo todo.
—Déjame probarlos —la voz de Chaewon era más suave, casi como un susurro.
Minju se dejó caer más sobre el respaldo, liberando la tensión de sus hombros. Respiró y dijo:
—No quiero cortar el rollo, pero tengo algo que decir. Quiero tener confianza contigo. Y la confianza funciona en dos direcciones —intentó ser todo lo suave que pudo, pero aún así fue como un mal golpe para Chaewon—. Estoy segura de que no quieres que follemos y no nos volvamos a ver.
Era una situación extraña. A lo mejor no eran las palabras más adecuadas o las más gráciles, pero ahí estaba la verdad, pesada como llevar un peso muerto en la espalda. Para empezar, Minju estaba hablando de una relación, y no es que Chaewon estuviese en contra de la idea, pero estaba dolida, a un corte de los mil. Pero tenía razón. Sin agarrarse a Minju no iba a ningún lado.
—Es difícil —dijo Chaewon. En otras condiciones se enfadaría, pero estaba tan agotada que podía llorar.
—En todo este tiempo, no me has dicho nada significativo sobre ti. Sé la comida que te gusta, tus canciones favoritas, que quieres ser actriz, pero no me has dicho por qué.
En ese momento, Minju sonó más herida de lo que nunca la había oído. Y comprendió que no le gustaba la vulnerabilidad en sus parejas porque no soportaba la suya propia. Dentro de sus rígidas nociones de supervivencia, los dos tenían que ser hierro inquebrantable, pero ya no podía seguir así. Minju tenía razón, y ella no. Se sintió una idiota por lo que había hecho todo este tiempo.
—Era mi hermana —Chaewon contuvo las lágrimas al hablar de la llamada de antes—. Mi padre murió, y mi madre me excluyó de mi parte de la herencia. Y mi hermana quiere arreglarlo, pero yo no quiero volver a tener nada que ver con ellos. Ya me han hecho suficiente mal.
Quizás había ocultado su pasado de Minju para que no pensase que estaba loca. Quizás tampoco quería revivirlo voluntariamente, porque ya eran demasiadas las veces que lo hacía sin desearlo. No quería desenterrar el hacha de guerra, ahora que se estaba buscando su paz lejos de la granja y lejos de su madre. No podía presentarle de golpe todos los fantasmas que la perseguían a Minju. Pero de uno en uno, quizás.
Acabó llorando, un par de lágrimas, pero el resto se las tragó.
—Voy a contarte ahora las razones por las que soy como soy. Espero que no sea tarde.
Minju sonrió amable, y esperó que volviese a hacerlo después.
—No es tarde, y no tienes ni por qué hacerlo ahora.
—Todavía queda media hora, tenemos tiempo para un cuento de terror.
—Ya estoy teniendo escalofríos.
Hablar con Minju fue menos doloroso y más reconfortante de lo que pensaba. No se iba a convertir de repente en alguien que no era, pero eso Chaewon no lo sabía hasta que lo experimentó. Minju seguía siendo igual de comprensiva, e igual de sabelotodo. La misma cara de ángel, la misma serenidad abrumadora que la hacía atractiva, y sobre todo, amable. Chaewon sólo había pedido algo de amabilidad en estos tres años que llevaba fuera de casa.
A partir de ese momento, Minju supo de todas las veces que había dormido en un Walmart, la cantidad de novios horribles que tuvo y las pocas veces que lo había pasado bien en su vida.
En menos de lo que esperaba, aparecieron de nuevo delante de la puerta.
—La próxima vez que nos veamos, te contaré lo mío —prometió Minju.
Chaewon asintió, y llevó la mano al picaporte, pero Minju la frenó.
—Tengo algo para ti. No sabía cuándo dártelo, y casi se me pasa.
Buscó un momento en su bolsa una cajita rectangular, pequeña y oscura. Encendió la luz para que se pudiese ver. Minju hizo un gesto con la cabeza, indicándole que podía abrirlo allí.
Dentro de la cajita había un pequeño colgante, ovalado y negro, con un dibujo plateado que simbolizaba un eclipse.
—Lo vi y pensé que te pega. Es una baratija, ya sabes, porque me dijiste que no habías tenido ningún regalo de cumpleaños.
Chaewon apretó los labios, emocionada. Notó la sangre subírsele a las mejillas, como hacía mucho tiempo que no le pasaba.
—Qué vergüenza, gracias.
Se lo tendió, y le preguntó:
—¿Me lo pones?
Notó las puntas de su cabello corto moverse cuando Minju cerró la cadena. Después sintió el peso ligero del dedo de Minju acariciando su cuello por atrás.
—Dime una razón para no irme contigo a casa —le dijo, dándole la cara, sintiéndo la pasión de la sangre ardiendo.
Minju tenía los labios un poco abiertos, y el sudor brillando en los pómulos.
—Que mañana trabajas, y no quiero tener que hacerte el desayuno a las 5 de la mañana.
Chaewon sonrió, usando toda su fuerza de voluntad para salir del coche. Minju bajó la ventanilla, y le dijo:
—¡Espera! Se te olvida algo.
Y la besó como la última vez, pero aguantándola contra ella un poco más de tiempo.
Chaewon metió la llave en la cerradura, y sintió un escalofrío que desentonaba con la noche tropical.
Capítulo 4
Al día siguiente, no pasó nada, aunque sentir después de no haberlo hecho en mucho tiempo es tan arrollador como beber después de un tiempo de abstinencia. Nadie salió huyendo, pero la comunicación no fluía como lo hacía antes.
El segundo en el que puso un pié en casa, se arrepintió de haberle dicho si quiera su nombre. Seguía siendo complicado fingir que era dura cuando no se sentía más que un saco de hueso y carne. Cuando llegó a su cama, se quedó congelada. No se movió, y tampoco durmió, y prefería salir corriendo.
Así que, despertó a Sakura para contárselo todo.
—¿Vas a venir para el funeral? —podía notar un poco de esperanza en su voz.
—No, no. Qué va.
Chaewon prefería limpiar todas las habitaciones del hotel ella sola antes que regresar. Tenía que ser fiel a sí misma, aunque tuviese ganas de volver a verla.
—Puedo decirle a tu hermana que no te vuelva a llamar, como advertencia—Sakura estaba algo irritada.
Chaewon sólo sonrió un poquito, recordando lo penetrante que era la mirada de su amiga, y la cantidad de veces que esa habilidad le había sido útil.
—Me lo estoy pensando… —dijo, midiendo bien las palabras que quería usar— porque tengo la sospecha de que Yuri está más de mi parte de lo que pensaba.
—Lo de llamarte ha sido un detalle. Podría haberlo hecho más a menudo.
—Dijo que nuestra madre era una mentirosa. Está cambiada.
—¿Y le quieres dar otra oportunidad? Desde luego, esta chica nueva que te has conseguido es una maravilla, te está haciendo ser buena y todo.
Chaewon frunció el ceño. No era por Minju, estaba segura.
—No quiero segundas oportunidades ni ninguna mierda que sólo pasa en las películas, quiero mi dinero. Pero también quiero que las dos, mi madre y Yuri, me dejen en paz.
Acabó durmiendo un par de horas antes de enfrentarse al trabajo. Le dolía la espalda al agacharse como si se la estuviesen partiendo, y terminó rendida.
Cuando salió, paró en el pueblo, harta de ir todos los días hasta tan lejos a dormir, pero hacía bastante calor y la calle de los bares era inhabitable. Decidió refugiarse de las altas temperaturas en el supermercado, y comprarse algo rico para comer esa noche.
Estaba más ocupada pensando que comprando. Últimamente no hacía otra cosa que pensar. Ahora tocaba en su padre, que había muerto recientemente, pero no estaba segura de qué le provocaba eso. Era como cuando se rompe una taza fea al suelo: es un inconveniente, pero no era su taza favorita la que se había roto, así que no sentía la pérdida con intensidad, sino con fastidio.
Además, estaba evitando a toda costa recordar lo ridícula que se había sentido el día anterior. En la cola del supermercado, se rascó la nuca, de repente dudando.
Mostrarle a Minju parte del desastre que era no inclinaba la balanza a su favor. Era otra prueba de que siempre tenía que quedar algún cabo sin atar: algo que Chaewon no controlaba, y que la hacía sentirse miserable.
Así que ese día no la llamó, por miedo a que su voz le diese una ilusión que no sentía que pudiese ser para ella. No podía tomarse un descanso de pensar.
La tarde siguiente, Minju volvió a llamar, y se planteó seriamente no contestar. Pero la echaba de menos. Tenía la cabeza llena de herencias, artículos de abogados, clases de teatro, llamadas que no había hecho, un guión que no se había memorizado, y necesitaba echarlo todo fuera. Especialmente, contárselo a Minju, y que con su voz tranquila contestase algo poco relevante pero que de alguna manera le hiciese sentirse mejor.
—Hola —respondió finalmente Chaewon con un suspiro.
—Hola… ¿Qué tal estás?
—Ah, bien...
Se quedaron calladas un minuto incómodo que nunca antes habían experimentado.
—Si te digo la verdad, tengo la sensación de que no lo estás.
—Bueno, me duele la espalda.
Chaewon se estiró sobre el colchón, empujando el libreto del guion con el puño. Minju no se lo había creído, lo sabía, pero tampoco quería hablar sobre ello. Quería que la dejase en paz, quería estar con ella todo el rato, y no podía decidirse.
— Ya, pero, ¿qué tal te ha ido desde el otro día?
—Pues he estado pensando en ti —dijo, coqueta—, en la próxima vez que nos veamos.
—¿Y qué quieres hacer la próxima vez?
—Lo que tu digas, yo me dejo mandar.
Chaewon resopló, saliendo de la historia de cuento que se estaba montando en la cabeza.
—No creo que pueda… estoy algo liada con un proyecto de las clases de los críos, y con una audición.
Esa misma mañana, mientras trabajaba, había recibido una llamada importante de una productora de televisión en la que le comunicaban que había sido parte de la selección para una serie policíaca.
—¿No hablamos un día, y ya me he perdido todo eso? —bromeó Minju.
—La serie es una porquería… Es de estas de crímenes y sólo voy a salir en un episodio, ni si quiera de coprotagonista.
Una fuerte negatividad se estaba formando en el pecho de Chaewon, como una corriente fría. Se levantó de la cama y abrió la ventana.
—Pero un papel es un papel, supongo —dijo mientras. —Justo estaba intentando estudiarlo ahora.
—¿Te he interrumpido?
—Qué va. No era capaz de concentrarme.
Miró el papel lleno de letras encima de su cama.
—¿Y quieres que te eche una mano?
Chaewon abrió los ojos, sorprendida.
—¡Ah! Si no tienes otra cosa que hacer…
—Puedes venir a mi casa…
—¡Si! —contestó demasiado enérgicamente, y se arrepintió al segundo.
Se pasó la mano pon el pelo, más agobiada que antes. Si quería despejar la cabeza, esto le estaba causando el efecto contrario. Se despidió a toda prisa y acto seguido gritó.
De alguna manera, Chaewon estaba cavando un agujero del que no iba a poder salir. No es que no quisiera verla, era que posiblemente, si tuviese una sola cosa más en su contra estallaría.
Ya se había echado a llorar cuando el teléfono volvió a sonar.
—¡Qué! ¿Qué más? —gritó cuando vio el número de su hermana en la pantalla. Se secó las lágrimas a toda prisa y contestó —¿Sí?
—No me has vuelto a llamar. Hoy es el único día que voy a hablar con el abogado. Si quieres venir, estoy en Los Ángeles y me marcho mañana por la mañana. Sino, no hay vuelta atrás, y va a ser como mamá diga.
—¡Jesús! ¡Voy! —Chaewon saltó de la cama y buscó su mejor ropa para ponérsela a toda prisa—. ¡Podrías haberme avisado antes! ¡Estoy a dos horas en coche!
—Pensaba que vivías en Los Ángeles.
—Cállate y dime a dónde tengo que ir exactamente —respondió, harta de Yuri.
De no ser porque su voz era la misma, jamás aseguraría que Yuri, siempre paciente y cuidadosa, fuese quien estaba hablando.
Estaba tan molesta que no pensó en otra cosa. En cuanto llegó a acelerones a la autopista, gritó, y puso su cinta favorita de Led Zeppelin.
Condujo una hora y media, acelerando más de lo que estaba permitido, y estuvo parada en el tráfico otra hora entera. Los Ángeles era una pesadilla: bloques y bloques de edificios gigantes e impersonales, junto con un calor infernal que iba a volverla loca. Alrededor no había más que coches y hormigón.
Pensó en Minju, y en que habían quedado. Se sintió fatal, no sólo por decepcionarla, sino porque se estaba dando cuenta de que estar con ella la hacía sentir mejor. Todo este trayecto habría sido mucho más soportable con ella a su lado. Su voz habría calmado la agonía que sentía.
Aparcó todo lo rápido que pudo y sacó su móvil, para llamarla mientras corría a la salida. El teléfono sonó unas cuantas veces hasta que Minju lo cogió.
—Hola —contestó Minju, con cierta ilusión —¿Vienes ya?
—Eh…
No sabía lo que quería decir, porque había reformulado unas disculpas tantas veces en su cabeza que ya carecía de sentido. Cualquier momento apacible que podrían haber tenido quedaba ya lejos.
—No vienes —dijo Minju.
—¡No! —intentó sonreír—, no puedo ir. Siento no haber avisado antes. Te lo compensaré.
Minju chasqueó la lengua.
—No necesito nada. Sólo sé honesta. Antes no sentí que de verdad quisieras venir.
Eso disparó un gatillo en Chaewon, y no pudo evitar subir el volumen, sin dejar de fingir un ánimo que no tenía:
—No es eso, para nada... Estoy en Los Ángeles. Si quieres te mando mi ubicación, a ver si me crees —dijo, sin disimular las malas intenciones.
—Ey, ey—Minju mantuvo la voz baja, pero también la notaba crispada—, está bien. Ya nos veremos. Creía que te sentías presionada o algo de eso…
Apretó la mandíbula cuando el ascensor se cerró delante de sus narices. Buscó a toda prisa las escaleras.
—¿Podemos no hablar de esto ahora? Estoy intentando salir de este puto parking —dijo Chaewon, jadeando escaleras arriba.
—Entonces cuelgo. Llámame cuando me necesites.
No le dio tiempo a despedirse, menos a disculparse. Merecido.
—¡Maldito infierno! —susurró, empujando la puerta del garaje al sentir a la temperatura del aire golpearla, y de paso, a todo lo que le había ocurrido esa tarde.
Finalmente, llegó a la cafetería en la que su hermana y un hombre estaban sentados, esperándola. Era amplia, luminosa y estaba en el bajo de un rascacielos. Los sofás de cuero negro y acero cromado estaban combinados con mesas de estilo escandinavo. De pasada, leyó la carta de los precios y se le cayó el alma a los pies.
Yuri estaba cambiada. Parecía más mayor, y toda la grasa que antes tenía en las mejillas había desaparecido. Se parecía aún más a su madre. Llevaba el pelo largo y rojo, aunque con el mismo flequillo de siempre, y tenía el rostro muy serio mientras hablaba con el abogado. Como Chaewon no estaba ahí para recordarle que relajara los músculos, se la veía tensa.
—Aquí estás —se levantó del sofá para recibirla y habló rápidamente —. Este es el señor Martínez, tu abogado. Él te explicará lo que ya hemos hablado.
Le estrechó la mano al hombre, canoso, barbudo, moreno y embutido en un traje negro. Su cara le resultaba familiar hasta un punto inquietante, ancha, con ojos grises.
Se sentó con las piernas cruzadas en el cuero negro, intentando fingir que, con toda probabilidad, no hubiese tenido sexo con él cuando vivía en Los Ángeles.
—Señorita Kim, ¿qué tal el viaje? Vaya calor que hace, ¿verdad? Siento no haberle dado mucho tiempo, pero su hermana me ha comentado que se marcha ya de vuelta a casa. ¿Le pido un café? —Sin darle tiempo a contestar, el hombre llamó al camarero con un gesto y continuó hablando—. Vamos al grano con esto. Lo que intenta hacer su madre es ilegal, pero no va a hacer falta celebrar un juicio. Un café, por favor —interrumpió.
—Con hielo —añadió Chaewon, y el camarero asintió.
—Una reunión bilateral con su abogado sería más que suficiente para hacerla entrar en razón, pero si no ceden, va a ir a juicio, y lo más importante, va a perder. Las penas por esto pueden ser desde multas hasta meses de cárcel, y su hermana me ha dicho que no desean que el conflicto escale hasta tan lejos…
Se preguntó qué más habría asumido su hermana, y qué más cosas habría dicho en su nombre. Ella quería que el conflicto escalase, echarle en cara todo a su madre, y de paso a Yuri, y si todo estallaba, que su madre saliese perdiendo por una sola vez en su vida.
El hombre siguió hablando, utilizando jerga que Chaewon no entendía del todo, rascándose la barbilla y tensando las mangas de su americana con los músculos de sus hombros al gesticular.
No lo encontró particularmente atractivo en sí mismo, pero era el tipo de hombre al que no podía evitar acercarse. Cuanto más asquerosamente rico, mejor, y el enorme reloj dorado en su muñeca era un perfecto señuelo.
—Si me disculpáis un momento… —dijo Yuri de repente, y se marchó al baño a toda prisa.
El hombre dejo de hablar, y miró a Chaewon a los ojos.
—Cuánto tiempo, chica —Chaewon no dijo nada, sólo sonrió e inclinó la cabeza, con curiosidad —¿No te acuerdas de mi? Aunque ya fue hace una temporada… ¿Tres o cuatro años? No te preocupes, yo no me di cuenta cuando oí tu nombre. Fue ahora mismo, al verte, que te reconocí.
Chaewon asintió.
—Yo tampoco sabía muy bien quién eras al principio. No me acuerdo de mucho de esa noche —se excusó.
—¿Sigues haciendo eso?
Chaewon apoyó los codos sobre las rodillas, y dejó que sus manos soportasen su barbilla. No supo interpretar si era una indirecta o solo curiosidad.
—No. Ahora soy bastante más aburrida —tenía cierto matiz burlón al hablar. —¿Y tu? —bajó la voz— ¿Le das tres de los grandes a todas las chicas con las que te acuestas, o solo a mi?
La broma de Chaewon hizo que Martínez riese, pero Yuri volvió antes de que pudiera responder. Chaewon se se sentó estirada de nuevo. Tomó un sorbo de su café, y el hombre arrancó a hablar otra vez. Después sacó su maletín de cuero, y le entregó unos documentos a cada una para que firmasen.
—Y ya está —dijo Martínez, sonriendo y mirando solo a Chaewon. —Una copia es para mi. Concertaré la cita con su abogado y os lo haré saber la semana que viene.
Dejó un billete sobre las manos del camarero, se levantó y se marchó a la calle clavando sus grandes zancadas en el suelo de losa.
Chaewon se rió, mirando a Yuri.
—¿De dónde ha salido este tío? ¿Desde cuándo nos podemos permitir a alguien así?
Yuri se ruborizó levemente.
—No me jodas ,Yuri…
—¡No! —respondió ella, tan susceptible como siempre.— Siempre estás con las mismas… Es el hermanastro de mi pareja…
Chaewon frunció el ceño.
—Vaya cómo te lo has montado en Nueva York.
Yuri la ignoró.
—En todo caso no paraba de mirarte a ti.
Chaewon no supo leer su expresión del todo. Era casi como asco, casi como pena, pero todo muy camuflado en una mueca de preocupación.
—¿Y qué? —contestó Chaewon, dejando de lado la actitud pacífica que había adoptado delante del extraño.
—¿No tienes otra ropa?
Sintió como si le hubiese clavado una aguja en el pecho. Hacía mucho calor, y Chaewon se había dejado un montón de cosas en casa de su ex, incluyendo toda la ropa formal que tenía.
—No —Chaewon cruzó los brazos delante del pecho —, ¿cuál es exactamente el problema con mi ropa?
Chaewon sabía exactamente cuál era el problema con su ropa, pero quería oír a su hermana trabarse al intentar explicarlo.
—Déjalo. Si no lo entiendes a estas alturas, no me parece nada raro que sigas aquí tirada.
La respuesta la sorprendió, pero se recompuso enseguida.
—¿Quién eres tu para decirme nada sobre dónde debería de estar? No he tenido ayuda de nadie desde que te fuiste.
Yuri apretó los labios.
—Nos vemos en la reunión. Y que sepas que estamos en el mismo equipo. Todavía me preocupo por ti.
Se levantó, y Chaewon se quedó sola. Sacó su teléfono y llamó a Minju, y esta vez, rezó porque lo cogiese.
—¿Me necesitas otra vez? —contestó ella.
—No, ¿qué te hace pensar eso? Es sólo que, si todavía tienes ganas, podemos ir a tomar algo esta noche. Llegaré a eso de las 10, si el tráfico me permite salir de aquí.
—Suena bien.
—¿Sigues queriendo hacer algo? —dijo, bajando la voz.
—Sí.
—¿Aunque antes te hiciese el feo?
—Tu no tienes la culpa.
Chaewon chasqueó la lengua, fastidiada en broma.
—Eres tan racional que me das asco. ¿No podrías enfadarte un poquito?
—Nos vemos.
El camino de vuelta fue más relajado, lo hizo con menos ganas de llorar, y con más ganas de llegar a su destino. Oscureció rápidamente mientras conducía, con la cinta que le puso a Minju el día que se conocieron a todo volumen, porque la música alta conseguía ahogar sus pensamientos.
Puso los dos pies en el suelo después de un buen rato seguido conduciendo, y Minju ya estaba esperando en el aparcamiento, con las manos en la cintura. Se limpió el sudor de las palmas de las manos sobre los pantalones, y sonrió.
Abrazó a Minju durante un segundo y no pudo evitar sonreír, bastante más de verdad que antes.
—Vamos a beber algo, por favor.
Se fueron a un sitio apartado, un bar demasiado lleno para lo pequeño que era, en una calle estrecha, y se sentaron en una de las mesas de fuera.
Chaewon se acomodó en la silla y empezó a liar un cigarro.
—No te vas a creer lo duro que ha sido el día de hoy —dijo con la trivialidad con la que se habla del tiempo.
—Entonces dime, a ver si es para tanto.
Minju sonrió y Chaewon empezó a sentir toda clase de cosas. Esa noche estaba radiante. Tenía una belleza muy limpia, y a la vez parecía que lo hacía sin esfuerzo.
Minju cruzó las piernas y escuchó el resumen de Chaewon, en el que no mencionaba el momento de confusión en el que no sabía si quería verla o no. ¿Qué le había hecho pensar a Chaewon que no quería ver a Minju? Querría ver su cara todos los días, admirar cada expresión que hace porque todas eran igual de bonitas, y se acababa de dar cuenta. Nunca antes se había enamorado tanto de la sonrisa de alguien.
Con un poco de miedo, le contó el encuentro con el abogado.
—Fue un tanto incómodo… No nos conocimos en unas circunstancias muy profesionales.
—O sea, que te lo tiraste.
Chaewon puso los ojos durante un momento, un poco harta de ella misma.
—Me lo tiré…, —se frenó, pensando que a lo mejor no tenía sentido hablar de esto.
Sabía que si se tratase de una persona que le gustase menos y simplemente quisiera impresionarla, le habría dicho todos los detalles más innecesarios, pero era Minju, y a ella no quería espantarla, aunque fuese por error.
—¿Y estuvo bien? —preguntó Minju.
Chaewon la miró fijamente, divertida.
—¿Te interesa?
—Soy lesbiana, claro que no me interesa. Pero es un nuevo rico de Los Ángeles, me da curiosidad saber qué pasa por su cabeza.
Chaewon a penas se acordaba de aquella noche. Había tomado tantas drogas que todo estaba borroso.
—Fue hace mucho tiempo… No me acuerdo…
Tampoco sabía muy bien distinguir entre los recuerdos de todas las noches que había pasado en hoteles de lujo y apartamentos de cristal en Los Ángeles. Unos se juntaban con otros, porque todas aquellas personas eran iguales.
—Son todos unos superficiales. Pero tampoco malas personas, no te equivoques —dijo Chaewon, y tomó un gran trago de su cerveza. —Cuando vivía en Los Ángeles tenía una vida muy caótica. Ahora un poco menos.
Minju estaba sonriendo como se le sonríe a un viejo amigo, y le daba vueltas a un anillo plateado en sus manos.
—Pues creo que es más interesante que la mía —dijo Minju. —Tu siempre tienes algo que contar.
“Y lo que me queda por contarte.” Pensó. Miró al infinito durante unos segundos, notando el alcohol empezar a actuar.
—Me das envidia. Quiero ser tu.
—¿Por qué?
—Porque estás tomando una cerveza con una chica guapísima.
Minju asintió, jactándose.
—Y además de guapa, ha venido desde Los Ángeles sólo para verme.
Chaewon rió un poquito. Se sentía mejor con Minju. Estaba asegurado, casi como si la química de su cerebro se convirtiese en una ciencia exacta.
—¿Y esa obra que estás preparando?
—Una cosita que estoy haciendo con los chicos de clase. Prácticamente la hemos creado desde cero. Bueno, ellos tienen todo el mérito, yo no les dije más que unas cuantas instrucciones y les he ayudado a llevarlo a cabo cuando se atascaban. Y lo hemos hecho solo en un mes, que es muy poco tiempo para tanto texto.
Empezó a explicarle el proceso creativo, el trabajo que le estaba llevando, y la ilusión que tenían sus alumnos. Estaba disfrutando más de lo que pensaba de su trabajo, y de hablar de ello. Casi se había olvidado de lo mucho que le gustaba el teatro en crudo, sin cámaras o micrófonos. Para el teatro solo hacía falta un actor y alguien para verlo.
—¿Me recomiendas algo para principiantes? Nunca he entendido mucho la literatura… Supongo que nadie me había hablado tan bien de ella como tu.
Chaewon jamás lo admitiría, pero sus mejillas se habían enrojecido un poco.
—La próxima vez que te vea, te traigo algo. Y te prometo que te va a gustar.
Miró sus manos intranquilas, y luego su rostro sereno. Después su vista se clavó en la forma que su pecho dibujaba bajo la tela de su camiseta, y en sus labios. Le estaba apeteciendo acercarse a ellos más que de costumbre.
—Tengo otra cosa que tengo muchas ganas de darte, pero no es el libro —añadió.
Minju tosió.
—¿Quieres otra cerveza?
Chaewon hizo un mohín.
—Claro.
En cuanto Minju se fue a dentro se llevó las manos a la cabeza, empezando a sobrepensar. ¿Primero es un “sí”, luego es un “no sé”? No entendía nada.
Hizo otro cigarrillo a toda prisa y lo sujetó entre los labios. Minju apareció de nuevo con la bebida en la mano y se acercó a Chaewon. Chaewon siguió buscando su mechero en el bolso como si nada. En cuanto lo tuvo en las manos, Minju se lo quitó, sujetó su mandíbula y prendió ella misma el cigarro. Chaewon le dio una calada larga, poniéndose nerviosa por la manera en la que la chica la estaba mirando. Nerviosa por la tensión que todos sus músculos albergaban, y preguntándose por qué Minju estaba comportándose de una forma tan intensa, dijo:
—A lo mejor, en vez de una cerveza lo que quieres es llevarme a casa.
Cruzó los brazos, con su sonrisa fanfarrona otra vez. Parecía haber vuelto con una energía nueva.
—No hace falta apurarse tanto. Vamos a pasarlo bien.
De alguna manera, esto mantuvo a Chaewon contenta.
Capítulo 5
Estar con Minju era dejarse ir, era esperanza. No se sentía tan viva desde los 18, desde que pensaba que con una cara bonita y muchas ganas conseguiría papeles en grandes estudios.
Esa noche sólo estaban ellas dos. No había ningún plan a largo plazo, y apenas una sola preocupación. Sólo la luz del pueblo por la noche en aquella terraza de aquel bar, el omnipresente calor de California y una chica preciosa que empezaba a hablar por los codos.
Minju enía las mejillas un poco más sonrojadas, y en sus ojos brillaban, llenos de alegría. Su boca estaba ligeramente arqueada en una sonrisa, perdiendo la frialdad que, como Chaewon acababa de descubrir, intentaba ponerse como máscara la mayor parte del tiempo. Su atractivo ya no estaba solo en su cara bonita o su cuerpo, porque cada segundo que Chaewon pasaba con ella, se sentía más arrastrada hacia ella como la marea tira hacia dentro. Si eso era el amor romántico, el que había visto en mil series de televisión, ahora entendía por qué. Nadie la había mirado con tanta profundidad que sentía que se fusionaría con el suelo.
Se estaba acelerando mucho. Todavía no sabía a qué estaba jugando Minju con ese tira y afloja. Hasta entonces había sido ella quien calculaba y hacía todo lo posible por gustarle a Minju, pero según su filosofía, ya era momento de que Minju diese algún paso.
Eso la molestó hasta el punto que sintió cómo se enfriaba su temperatura, y perdía la sonrisa que tanto le había costado obtener. Odiaba tener sentimientos. Ni si quiera en su relación anterior había llegado a sentir tantas cosas como en esta primera cita.
Minju, que se había arrancado a hablar y estaba conectando más de tres frases seguidas, dejó de hablar de repente y preguntó:
—Chae, ¿qué pasa?
Chaewon se sobresaltó, y se apresuró a fingir una sonrisa:
—¡Nada, nada! Sigue contando.
Minju puso su mano sobre la de Chaewon y frunció un poco el ceño, pero sin perder el buen humor.
—¿En qué estabas pensando? —preguntó otra vez.
—Dímelo tu, que me sabes leer la mente —dijo Chaewon en voz más baja.
Minju sonrió un poquito.
—Déjame intentar adivinarlo… —lo pensó durante un minuto largo, mirando a Chaewon a los ojos —¿Algo de la herencia?
—Puede ser —le respondió, y lo remató con una sonrisa astuta.
—No me has dicho ni la mitad de lo que ha pasado.
—Puede ser —dijo de nuevo, con la misma sonrisa —. Es que… Es una historia muy larga —se acabó dando por vencida ante la mirada inquisitiva de Minju.
—Dímelo entonces.
Chaewon estaba bastante entre la espada y la pared. No quería, pero debía, y no le gustaba contar las cosas, pero quizás sí le gustaba hablarlas con Minju.
Sintió la mesa de madera bajo las yemas de sus dedos al secarse el sudor contra ella. Siempre había odiado cuando le sudaban las manos.
—Trabajé en un bar de copas durante un tiempo, y cuando trabajas en un sitio así conoces a gente todas las noches —Chaewon inclinó la cabeza, recordando aquellos momentos.
—Disculpad —dijo la joven camarera, que no podía ser mucho mayor que Chaewon—, vamos a cerrar ahora mismo.
Salvada por la campana, Chaewon se disipó enseguida, y miró alrededor. Ellas dos eran las únicas que quedaban en la terraza, y se hizo evidente por el silencio que se había creado a su alrededor. Viendo que Minju tardaba en actuar, habló ella.
—Claro, sin problema —sonrió amablemente, y habló con suavidad—, ¿puedes traer la cuenta?
—Ya está todo pagado.
Chaewon miró a Minju, con una incredulidad algo exagerada, como signo de agradecimiento. Ahora que estaba mostrando su cara amable, lejos de lo huraña que se estaba sintiendo al principio de la noche, y dijo:
—Muchas gracias, ahora mismo nos vamos.
—A vosotras —respondió la camarera, dándose la vuelta para recoger la mesa de al lado.
Se levantaron, y Chaewon le dio a Minju un pequeño golpe en el brazo.
—¿Por qué has pagado tu? —Chaewon frunció el ceño, fingiendo molestia.
—Porque me da la gana —respondió Minju, levantando una ceja.
Chaewon suspiró, actuando con hastío. Ella sabía que le gustaba mucho que le invitasen a cosas. Ese había sido su modo de vida durante mucho tiempo, aprovecharse de que le gusta a los demás. Le hacía sentir lo suficientemente guapa. Pero Minju era diferente, porque todos los aspectos de su personalidad que creían que eran para siempre, Minju venía a darles la vuelta. No le gustó que Minju pagase, porque le importaba lo suficiente para no querer empañar sus sentimientos por ella con sus necesidades.
Como Chaewon se quedó mirando a lo lejos, sin decir nada, Minju se encaramó a ella, le puso la mano sobre la nuca y la invitó a mirarla a los ojos.
—¿Por qué eres más amable con ella que conmigo?— dijo, con cierto tono bromista, señalando hacia atrás al bar.
Chaewon sopló entre los labios, moviendo un mechón que se le estaba atravesando entre los labios.
—Porque esa chica lleva un turno de 12 horas, como mínimo.
Minju dejó de poner nerviosa a Chaewon. Se alejó un poco, dejó de mirarla tan intensamente, y su mano cayó sobre el hombro de la chica despreocupadamente, en un medio abrazo mientras caminaban.
Estaban prácticamente solas en la calle. No todo el mundo tiene las ganas de quedarse despierto hasta tan tarde un día entre semana. Chaewon se olvidó de la hora y del trabajo, solamente era de noche, estaba con Minju y se sentía bien.
—Yo fui camarera unas 800 veces. ¿Tu no? —dijo Chaewon.
—No, yo no.
—No me puedo creer que nunca hayas sido camarera. ¿Y dices que has nacido en este país?
Minju se encogió de hombros.
—He nacido con más suerte que tu —dijo, y sonrió burlona —pero yo también he tenido un montón de trabajos de mierda.
Chaewon abrió la boca, entre ofendida y divertida.
—Yo pensaba que eras una niña de papi que no se ha roto nunca una uña —dijo Chaewon, burlándose más.
—Esa era mi ex, no te equivoques.
Chaewon no sabía si reírse o no, porque Minju parecía estar conteniéndose, pero al final lo hizo con fuerza.
—Así que tu ex era una chica de uñas largas —dijo entre risitas.
Minju no pudo aguantarlo más, y rió a carcajadas, poniéndose más roja que antes.
—No te imaginas. Era como la princesa del guisante.
Acabaron en un pequeño parque, justo en frente del aparcamiento en el que Chaewon dejaba siempre su coche, y seguían agarrándose el estómago de la risa. Chaewon se sentó en el muro de ladrillo que delimitaba el parque. Estaba vacío, y lleno de verde a pesar de que hacía semanas que no llovía. La noche tropical la hizo sudar, pero la piel de Minju parecía no hacerlo, fina y perfecta, y demasiado pálida para ser una chica de California. Estaba sonriendo, y no la había visto hacerlo con tanta intensidad antes.
Chaewon no quería irse todavía, así que se paró, de pie frente al semáforo, esperando que nunca se pusiera en verde. Cuando se puso, tampoco se marchó porque Minju agarró su muñeca con suavidad. Un escalofrío recorrió su columna de repente, y la piel de su brazo se puso de gallina.
Minju estaba sonriendo, con un punto de melancolía.
—Nos vemos pronto.
Chaewon reaccionó rápido.
—Vamos a donde tu quieras, pero aún no me voy —dijo, agarrándose a la cintura de Minju
—¿Estás segura? Mañana trabajamos, y no quiero que estés cansada…
Minju sujetó su barbilla, como ya había hecho otras veces, siempre con el mismo efecto de subirle las pulsaciones. Sus ojos estaban a la misma altura, y Chaewon sonreía, a pesar de que se notaba temblar un poquito.
—Qué considerado por tu parte —dijo, casi sin voz.
La sirena aguda de una ambulancia pasando a toda velocidad por la avenida vacía sobresaltó a Chaewon, que saltó en el sitio. Cerró los ojos, reprimiendo un torrente de recuerdos que quería arruinarle el momento. Cuando volvió la vista, Minju ya se había separado, pero había tomado su mano, y tiraba de ella ligeramente.
A esas horas, la verja del parque estaba cerrada, pero el muro sobre el que se apoyaba era lo suficientemente ancho como para sentarse. En los pueblos como ese, no solía haber nadie rondando por la zona tan de madrugada.
Minju se apoyó, sin sentarse del todo, y Chaewon se quedó delante. Minju la miró, deteniéndose en cada parte de su cuerpo, quedándose sin aire. Toda la situación tenía cierto aire prohibido. La penumbra, el crujir de las hojas de los árboles, la soledad, incluso mirar a Minju ya parecía un sacrilegio. Nadie tenía derecho a tener esa cara, esos ojos bajo esas pestañas, ni esos labios.
Minju tiró de la cadera de Chaewon, con prisa, y sus labios, antagónicamente suaves, la besaron sin un rastro de delicadeza. Chaewon gimió, de repente en los brazos de Minju, y abrazó su cuello, dejándose sujetar.
No era sólo un beso a oscuras en un parque, como los que puede darse con cualquiera después salir de fiesta un sábado cualquiera. Era un grito para que Minju se diese cuenta de lo mucho que la deseaba. Esa era su manera de querer.
Perdió la noción del tiempo al besar a Minju. Podían haber sido dos minutos o cuatro años después, pero se separó de ella. Respiró hondo. La mirada de Minju en ese momento podría matarla. Tenía los labios separados, intentando captar algo de aire. Chaewon se desplomó sobre ella, incapaz de mantenerle la mirada un segundo más, y sonrió contra su hombro, satisfecha.
Minju sostuvo la cara de Chaewon, y susurró:
—Eres preciosa.
—Tu lo eres mil veces más —dijo Chaewon, automáticamente, sin pensarlo.
Minju se puso un poco roja. Miró al suelo, y otra vez a Chaewon. Con delicadeza, le apartó unos mechones sueltos de la cara. Sus piernas seguían enredadas, y pensaba que ya no serían capaces de separarse.
—Creo que es hora de irnos… —dijo Minju.
Chaewon hizo un mohín, fastidiada.
—No quiero ni mirar qué hora es.
Minju sonrió como solía hacer ella, de medio lado.
—Voy a acompañarte al coche.
Cruzaron la calle, y Minju no despegó su mano de la cintura de Chaewon. Caminaron entre los pocos coches que quedaban aparcados, que brillaban bajo la luz de las farolas y de una tímida luna. Pronto llegaron al llamativo coche de Chaewon, con sus vinilos rosas.
—¿Sigues con la rueda de repuesto? —Minju la señaló con la cabeza, distendida —¿Tu sabes que es de repuesto por algo?
Chaewon sacó un cigarrillo de su pitillera. Normalmente no compraba tabaco industrial, porque era más caro y como alquitrán para la garganta, así que preparaba sus propios cigarrillos y muchas veces los llevaba en esa pitillera. Le ofreció uno a Minju, y lo aceptó. Estaba buscando cualquier excusa para pasar cinco minutos más con ella.
—¿Sabías que esta pitillera me la regaló el abogado al que vi hoy? —le preguntó con el cigarrillo entre los labios, buscando su encendedor.
Minju estaba visiblemente intrigada. Chaewon se la tendió, y ella la sujetó entre sus dedos de pianista.
—Vaya cómo se las gasta haciendo regalos.
Era dorada, un pequeño estuche metálico más pesado de lo que le correspondería, con la bóveda celeste dibujada en relieve. Minju pasó delicadamente los dedos por encima. Dejó caer su hombro contra el coche, y Chaewon le tendió el mechero. Lo tomó, apoyando su mano en la de Chaewon aunque no fuese necesario.
—Todavía no me has contado lo del abogado —dijo Minju.
El humo entró en los pulmones de Chaewon, y el calor del ambiente se hizo aún mas insoportable.
—Es una historia muy vergonzosa… Pero voy a contártela —murmuró Chaewon con una sonrisa.
Minju sonrió de vuelta, y Chaewon comenzó:
—Martínez se pasaba a menudo por un bar en el que trabajé, hace unos tres años. Él me decía que trabajaba para una empresa de por ahí cerca, era guapo, y a pesar de que me hablaba de su mujer todo el rato, sabía que yo le gustaba —dijo con desdén—. Después de un tiempo me dí cuenta de que era para compensar que quería ponerle los cuernos con una de 18, pero me daba un poco igual, sinceramente. Siempre me decía que quería oírme cantar, y que me iba a conseguir algo de lo mío, pero obviamente no pasó. Aunque me hiciese muchas ilusiones.
Le dio una larga calada al cigarrillo, recordando las palmeras que se veían desde la terraza de cristal de aquel bar de lujo, y los atardeceres naranjas que corrían a esconderse tras las altas torres.
—Entonces, un día se quedó hasta el cierre hablando conmigo en la barra. Él siempre iba de traje, sin corbata, el botón de arriba abierto, y una cadena de oro. Nos pasamos la noche charlando de cualquier cosa, yo cobrando detrás de la barra, y él sentado ahí. Quiso invitarme a una copa, y los jefes nos decían a las camareras que siempre dijésemos sí —Minju le lanzó una pequeña mirada de indignación, y Chaewon prosiguió—. Luego me invitó a ir con él, y yo le dije sí. Nos fumamos un blunt en un hotel caro y no me acuerdo de mucho más, pero sé que follamos. Cuando me desperté ya era media mañana, y él no estaba. Mi ropa estaba doblada, y sobre ella había diez de los grandes en efectivo. Me sentí como una puta, pero nunca había visto tanto dinero junto.
Minju asintió, comprendiendo. Le dieron otra calada a la vez.
—No tenía nada que perder, así que me quedé en el hotel tranquilamente hasta la mañana siguiente, porque qué más da, ya estaba pagado. Me di un baño, pedí comida al servicio de habitaciones, me compré un vestido… Para olvidarme de lo sucia que me sentía. Entonces mi vida volvió a ser como era antes, fui a trabajar, y aún esperaba ver a Martínez en la barra, como tantas noches que me había hecho compañía, pero no estaba. Sin embargo, que no estuviese él no significaba que no hubiese muchos otros parecidos. Prácticamente, ese bar sólo tenía un tipo de cliente, y eran altos funcionarios con fetiches — Chaewon sonrió jocosamente, sin poder evitarlo. Minju se rió en bajo —Así que solamente aproveché la situación, y al final, prácticamente todas las noches dormía en una mansión o un hotel, cenaba y desayunaba de maravilla. Sólo tenía que preocuparme de no ponerlos demasiado celosos —dijo con algo de ironía, casi jactándose.
Chaewon estaba fumando despacio, intentando alargarlo lo máximo posible, porque sabía que en cuanto lo terminase, tendría que irse a casa de una vez. Las piernas le pesaban, no solo por el cansancio, pero sentía la cabeza pesada y los hombros sin fuerza.
—No me importa nada de lo que hayas tenido que hacer para sobrevivir. Sé de sobra que no has tenido una vida fácil.
—Más te vale —dijo Chaewon, riendo a pesar de la seriedad de Minju —porque sino ibas a llevarte una desilusión. Espera, que todavía no termina la historia. Qué bonita, ¿no sería buen material para un best seller erótico? —bromeó —. Un día recibí un paquete en el trabajo, y era la pitillera. Traía una nota que decía que se arrepentía de haber engañado a su mujer, y que esperaba que me fuese muy bien en la vida. Habló con recursos humanos de la empresa del bar, y pagó para que me echasen del trabajo. Y no volví por ahí.
—Eso no lo vi venir. Pensaba que iba a ser más como una comedia romántica de Navidad, pero este final es más sorprendente —respondió Minju, sorprendida.
—Un auténtico giro de guión, tienes razón —asintió Chaewon, y se giró en la misma postura que Minju, estirada, con la espalda sobre la puerta del coche, mirando fijamente el cielo oscuro y estrellado.
Sintió la mano de Minju acariciar la suya, sin atreverse a agarrarla como antes, y la oyó decir:
—Hacía mucho que no sentía mi vida tan real.
—¿Y eso? —preguntó Chaewon, girando la cabeza hacia ella.
—La vida adulta… Es muy deprimente, aburrida y solitaria —Minju resopló, y esbozó su astuta sonrisa ladeada. Fumó una última calada larga y tiró la colilla al suelo, anunciando la hora de irse. Minju no hizo el ademán de moverse.
Chaewon separó los labios, y después los apretó. No sabía si estaba de broma o no. Después sonrió, y le sujetó la cara con las manos, y el cigarrillo encendido entre los dedos.
—Eso no es verdad.
Minju suspiró, sin parecer triste, y tampoco contenta.
—Al menos la mía lo es.
—Lo era, quizás… Pero ahora estoy aquí.
A lo mejor Chaewon solo estaba diciendo lo que Minju quería oír, y no vería inmediatamente su sonrisa desbordando sus labios, y una parte de ella se sentía mal. Pero a lo mejor lo pensaba de verdad, y no sabía distinguir la fachada de lo que había dentro de ella.
Minju dejó salir toda la tensión, suspirando a la vez que se echaba un poco hacia atrás. Se apartó los mechones que se cruzaban por su cara de ángel, y dijo:
—Y eso no es lo que peor llevo de todo.
—¿No? —dijo Chaewon, apoyando más su peso hacia atrás —¿entonces qué es?
Minju vaciló, y se quedó callada un momento que se expandió por toda la noche.
—Antes de venir aquí, tuve una racha bastante mala. Tenía un trabajo que me estaba provocando mucha ansiedad, y mi ex novia me estaba llevando a límites que no pensaba que jamás llegaría a cruzar.
Chaewon puso una cara entre pena y asco, y un tirón desagradable le sacudió el estómago.
—Ahora me explico por qué me rechazaste la primera vez… Todavía piensas en ella.
—¡No es eso! —saltó Minju, algo fastidiada— Claro que pienso en ella, todos los días, ¡porque agradezco cada día que me levanto no seguir en esa relación! Era la persona más impulsiva, manipuladora e irresponsable que conozco. Nunca sabía qué iba a ser lo siguiente… Me quería, de repente no me quería, un día me decía que era el amor de su vida, al día siguiente me dice que si la dejo encontraría a alguien mejor en diez minutos.
Chaewon hizo un mohín, acordándose de sus propias experiencias en su caótico tiempo en Los Ángeles.
—He tenido una situación parecida… —Chaewon se sintió mal por haberse adelantado tanto a lo que tenía que decir .
—¿Y qué hiciste?
—Le dejé ese mismo día —murmuró Chaewon, torciendo el gesto.
Minju la miró, entornando los ojos.
—¿Cómo haces esas cosas?
Si ya estaba avergonzada, la pregunta de Minju la soterró aún más:
—¿Cortar las relaciones? —se puso a la defensiva— No me importa una mierda la mitad de gente con la que he salido, y absolutamente todas con las que me he acostado solo una vez ha sido por una razón. Ya tengo suficientes problemas.
Minju hizo una mueca, sonrió de medio lado, y aunque sabía la respuesta, preguntó:
—¿Y eso se aplica a mi?
Tener que dar esa respuesta puso el corazón de Chaewon a correr, y por un momento temió perder el control. Era una respuesta intrincada, que solo el tiempo podía resolver, pero se rindió a su impulso.
—Nah —sonó más relajada—, no hay nadie igual que tú.
—Entonces, si te digo que no pienso en otra persona, ni de mi pasado ni de mi presente más que en ti, ¿me crees?
—No me creo ese tipo de cosas. Pero tampoco sería ningún impedimento —dijo, levantando la barbilla—, he destrozado más matrimonios que actuado papeles.
Minju levantó una ceja, y sonrió un poquito.
—Espero que sea una broma.
—Un poco.
Chaewon acercó su cara a la de Minju otra vez.
—¿Pero me crees?
—¡Minju..! ¡No me creo esas cosas! ¡Nunca son verdad! —Chaewon miró hacia un lado, apurada y riendo a la vez.
Minju sonrió de oreja a oreja, y tomó las manos de Chaewon. Sintió lo suaves que eran, piel contra piel.
—¿Me vas a creer?
La miró a los ojos, oscuros y brillantes, y vaciló un segundo.
—Te voy a dar el beneficio de la duda.
La besó con ganas, por última vez antes de irse a casa. No esperaba, después del viaje, de ver a su hermana, de tener que enfrentarse a su pasado, sentirse tan llena de felicidad, si es que podía llamar así al tintineo que sentía en el pecho.
Capítulo 6
Esa mañana el sol brillaba diferente, más cercano, incluso con alegría. El bajo de la canción que Chaewon estaba escuchando sonaba espectacular, y le daba ganas de bailar.
Se había cogido el día libre por su propio placer y satisfacción, pero no por descanso. Estaba volviendo a Los Ángeles otra vez, a las oficinas de esa productora televisiva para presentarse como Chaewon, actriz y cantante ante gente de nuevo. Esperaba con todas sus fuerzas que no se le hubiese olvidado en los tres meses de parón al que se había visto forzada. No tenía muchas cosas, pero una imparable fe en sí misma se había encargado de llevarla a todas las cimas a las que había llegado.
Los Ángeles tenía muchos ángulos para ella. Era el nido de la decadencia, pero también donde más talento había visto nunca. Un secarral lleno de droga y gente durmiendo en la calle, bloques de edificios unos iguales a los otros, pero no había otro sitio en el que pudiese hacer todo lo que quería. La felicidad para Chaewon siempre había sido efímera, y cada vez que intentaba agarrarla, se le deshacía entre los dedos, pero como una máquina tragaperras, esa ciudad era la ilusión perfecta. Siempre que su coche entraba a los límites de Los Ángeles sentía que esa sería la vez en la que el premio gordo caería sobre ella como lluvia dorada.
Se moría de ganas de probar cómo era trabajar para un gran estudio en un papel algo más relevante. El trabajo escaseaba, y estaba dispuesta a probar cualquier cosa que le diese de comer, ahora que por fin se sentía libre y en la carretera. Durante su anterior relación había dejado la actuación. Primero, para ser cantante para la banda de su exnovio, pero una vez se disolvieron, no volvió a hacer nada. Bien por pereza, inercia negativa o que su expareja le rogaba que se quedase en casa.
Controlar sus emociones nunca había sido su punto fuerte, y sólo sabía hacerlo cantando. Bruce Springsteen no siempre funcionaba, pero esa mañana, tan temprano, acompañaba.
Cuando aparcó delante del edificio de la productora, una de las altas torres de cristal y acero del distrito empresarial de la ciudad, en cuanto puso un pie sobre el suelo, y dio un paso que parecía una patada al entrar al despacho de aquellos ejecutivos, sólo tuvieron ojos para ella.
En la mesa había dos hombres y una mujer. El primero era alto, esmirriado, y llevaba unas gafas redondas terribles. El otro era como Ken, pero con treinta años más. Intentaba hablar en voz baja, pero tenía un tono de voz de barítono que rebotaba en las paredes de cristal. La mujer también era muy guapa, y era la más seria de los tres. Mientras ellos dos se rascaban la barbilla y sacudían sus papeles, la mujer tecleaba en su portátil ferozmente, con el ceño muy fruncido. La luz del sol bañaba la habitación debido a las ventanas cortina
Sabía quiénes eran ellos dos. El primero era Walter Hyland, un guionista de televisión que retirado de escribir, seguía cobrando millones por revisar guiones para grandes empresas, y el otro era Keith Prince, un hombre que nació con dinero y cuyo trabajo era simplemente conocer gente. Estaba segura de haberle visto en el reservado de una discoteca, en alguna fiesta llena de cocaína. Chaewon no tenía ni idea de quién era la otra, y sólo era Kang Hyewon, de recursos humanos, una mujer no mucho mayor que Minju, de mirada intensa, incluso severa, como una directora de instituto.
Se sentó en una silla de madera que había justo delante de una pantalla blanca y bajo unos focos cálidos, y cruzó las piernas, mientras sonreía. Intentó relajar sus hombros y sus manos, controlar los nervios. Respondió a todas las preguntas que Hyland le hizo, y notaba que, a pesar de estar en la última ronda del proceso de selección, estaba intentando hacerla de menos.
—¿Y nunca has estudiado más allá del instituto?
—No he tenido el apoyo económico que necesitaba. Pero poder seguir con mi educación —añadió, aunque no fuese cierto—, es un sueño que tengo pendiente por cumplir.
Lo adornó con la misma sonrisa cándida que complementaba la versión encantadora de sí misma que estaba bordando esa mañana.
—Veo que tienes buenas referencias, pero no son demasiadas…— los ojos de aquel hombre no dejaban de mirar el currículum.
Chaewon sabía que sí eran suficientes. No había tantas personas que a los 21 hubiesen participado en tres vídeos musicales, dos compañías teatrales y cinco papeles menores en películas, además de haber sido cantante en un grupo musical, aunque fuesen proyectos bastante independientes, al menos los hizo sin ayuda de un padre con unos millones extra en el bolsillo.
—El vídeo que nos mandaste era bueno, a pesar de ello —dijo Prince —Vamos a tener que pedirte que nos muestres tu personaje, para comprobar cómo te desenvuelves, pero esto está bastante cerrado, ¿no creen? —se dirigió a sus compañeros.
Hyewon se volvió hacia su oído, y susurró algo mientras miraba a Chaewon. Prince frunció el ceño, y después miró al otro hombre, con los labios entreabiertos en lo que parecía pena. Chaewon sintió su corazón cayéndose al suelo, pero no dejó que ninguno lo viese.
—Puedes esperar fuera —dijo Hyewon, descubriendo una voz fría como el hielo—, te avisaremos para que vuelvas.
Saber actuar, en ese momento, le sirvió para disimular lo desconcertada que estaba, y el mal presentimiento que estaba bajando por su columna vertebral en ese momento.
Esperó en el pasillo, sentada en una silla de plástico, pasando frío por lo alto que estaba puesto el aire acondicionado, aunque la ola de calor estaba remitiendo. Tenía una pila de revistas de prensa rosa en una mesita al lado, y decidió ojear una, fingiendo que no le importaba la razón por la que estaba tirada en una silla en un pasillo helado.
Tres cuartos de hora más tarde, Hyewon asomó la cabeza por el marco de la puerta y le indicó que volviese a pasar. Después se volvió hacia el otro lado, e hizo señas a otras dos chicas que estaban sentadas juntas pero mirando cada una para un lado desde que Chaewon entró al pasillo.
Dentro de la sala estaban Hyewon y los otros dos. Las chicas del pasillo tenían una edad similar a la de Chaewon, quizás algo más jóvenes, y las dos le sacaban unos cuantos centímetros de altura. La que primero se levantó era una chica de los pómulos anchos y mirada intimidante, el pelo castaño oscuro recogido en un moño bajo. La otra tenía más cara de niña, ojos de corderito y un cuerpo frágil y delgado vestido de Prada. Sus dedos finos y largos parecían no haber rozado nunca el trabajo, y Las dos pasaron delante de ella, la primera mirándola fijamente, y la segunda sin posar sus ojitos sobre ella si quiera. Además de la mesa blanca donde se sentaban los ejecutivos, ahora con vasitos de papel llenos de café sobre ella, había tres sillas como las de la entrevista mirando hacia el panel blanco. Se sentaron en las sillas, como Hyewon indicó, y Prince empezó
—Es momento que nos demostréis cómo vais a representar el papel. Vais a tener dos minutos cada una.
Chaewon frunció el ceño. Dos minutos no era nada de tiempo. Pero no dejó que nadie la viese nerviosa, y mucho menos las otras dos chicas.
—Empieza Estella Young— la chica de los pómulos no se levantó. En su lugar, suavizó la expresión de su rostro y se dirigió al señor Prince.
—Espere, señor Prince. ¿Por qué tenemos sólo dos minutos?
Prince sonrió como lo hacen las estrellas de cine antes de contestar, y antes de que pudiese terminar la primera palabra, Hyland se adelantó:
—Porque nuestro tiempo vale más que el suyo. Por favor, sitúese de pie delante de la cámara, o empiezo a contar los dos minutos ya.
La otra chica ni se inmutó, y siguió mirando a Stella como si no hubiese pasado nada. Prince no parecía en absoluto alterado, pero juraría que Hyewon había fruncido aún más los labios mientras tecleaba en su portátil.
La chica no lo hacía mal, pero Chaewon sabía que ella podía sobrepasarla. Luego, Hyland le pidió que interpretase el personaje como si estuviese corriendo. La chica se mostró más dubitativa de lo que Chaewon se podría haber permitido a sí misma, pero tampoco lo hizo mal. Tampoco excelente.
Luego, le pidieron a la chica vestida de Prada, Wonyoung Jang, que saliese. Hyland parecía incluso benevolente, y le pidieron que interpretase el personaje como una niña buena, y claro que lo hizo bien. Hyland incluso murmuró en aprobación un par de elogios.
El corazón de Chaewon, en ese punto, latía desaforado, y cuando dijeron su nombre, se puso en piloto automático. El texto salía de su boca sin dificultad alguna, y su propia interpretación del personaje, según su opinión, era excelente. Prince, el más transparente del par de hombres, asentía como no asintió con ninguna otra, pero Hyland parecía convencido por Wonyoung.
—¿Puedes enseñarnos la manera en la que diría el texto si sus padres estuviesen delante?
Tardó un par de segundos en procesarlo, y cinco en pensar lo que iba a hacer, así que se hizo un silencio extraño. Luego, lo hizo lo mejor que pudo, y Hyland levantó las cejas, impresionado, mientras Prince apoyaba la barbilla sobre las manos.
—¿Cómo es que no hemos fichado a esta chica antes? —oyó a duras penas decir Prince al oído de Hyewon. Hyewon murmuró algo a su oído otra vez, pero a ella no pudo oírla. —Ya pueden irse las tres. Esperen en el pasillo a que la señorita Kang vuelva a por ustedes.
Chaewon respiró hondo y se dirigió a donde la habían indicado. Una vez cruzó el marco de la puerta, vio a Wonyoung sonreír como una posesa, y le dijo:
—Lo has hecho muy bien, Chaewon… —Iba a contestar algo agradable de vuelta hasta que Wonyoung continuó hablando—. Es una pena que Hyland me prefiera a mi.
Chaewon se rió, incrédula, pensando en mil maneras de agredir a esa chica.
—¿Tu papi le prestó un par de millones? —se burló—. Porque sino dudo mucho que consigas mi papel.
Stella se rió sarcásticamente, pero no dijo nada.
—¿Tú qué? —le increpó Wonyoung.
Stella hizo lo que Chaewon debía haber hecho desde el principio, y se dio la vuelta sobre sus pies y se marchó a su aire.
Incrédula, se quedó tirada sobre la silla, mirando a la pared de en frete con una sonrisa.
—Chiquilladas —murmuró para sí, y pensó en lo gracioso que le parecería a Minju.
Se quedó pensando en ella, y en cómo le contaría la anécdota, hasta que cinco minutos después Hyewon las volvió a llamar.
Ahora las sillas estaban mirando a la mesa (¿Por qué se empeñaban en que todo pareciese un plató de televisión, si sólo había una cámara ruinosa por transparencia interna de la empresa?) y se sentaron en el orden de audición.
—Han hecho un gran trabajo, señoritas —Chaewon pudo haber tenido una arcada por la manera tan ridícula en la que Prince hablaba— pero por desgracia sólo hay un papel. Wonyoung —la cara de la chica se iluminó cuando el hombre dijo su nombre—, Estella —, Chaewon se sintió realizada cuando la sonrisa de Wonyoung iba cayendo—, habéis hecho un excelente trabajo. Sin embargo, Kim Chaewon, eres el perfil que buscamos.
—Pueden irse ya— dijo Hyewon, dirigiéndose a las otras chicas con voz clara, pero más amable de lo que esperaba —Chaewon, usted quédese para discutir el contrato.
Chaewon sonrió, triunfante, y vio cómo Wonyoung la miraba con odio antes de cerrar la puerta, y con suerte, no volver a cruzarse nunca con Chaewon.
—Enhorabuena —dijo Prince.
Hyland levantó las cejas con resignación, y Chaewon no quiso intentar descifrar qué le pasaba por la cabeza a ese hombre.
—Muchas gracias por confiar en mi —dijo, como tenía ensayado ya tantas veces.
Hyewon comenzó a pedirle sus datos y luego le entregó unas hojas.
—Este es el contrato. Léalo con detenimiento y firme al final del todo, dentro del recuadro.
Chaewon lo leyó todo lo despacio que pudo, pero la emoción le hacía saltarse párrafos. Mientras tanto, Hyland farfullaba algo con Prince, que no ayudaba a Chaewon a concentrarse.
—Vamos a meternos en problemas por esto —creyó oír en determinado momento, y por el rabillo del ojo, vio a Prince encogerse de hombros.
—Hay muchos otros proyectos —respondió Price en voz baja.
Firmó la última hoja, como Hyewon había pedido, e hizo contacto visual con la mujer cuando le entregó los papeles. Parecía más formal que antes, y no podía descifrar la manera en la que la miraba.
—Tengo que irme ya —dijo la mujer mientras recogía y lo metía todo dentro de un maletín, y los papeles dentro de una carpeta de cartón—, dejaré esto en recepción, y hasta la próxima.
En cuanto se fue, Prince sacó una sonrisa amigable, mostrando su dentadura blanca y perfecta, y le dijo:
—Ha venido desde Nueva York sólo para este trabajo —le dijo, como si le estuviese regalando información confidencial.
Chaewon sonrió de vuelta, y Hyland le preguntó con su tono irritado:
—¿Tiene alguna pregunta?
—No.
—Te mandaremos un email con la fecha de la grabación. No habrá ensayo antes, así que ten muy claro el papel. Va a ser en los estudios Burbank, y tendrás que ir tu sola hasta allá.
Hyland asintió, tan serio como antes, y momentáneamente menos hostil, y dio por terminada la reunión cuando alineó todos los folios con un ruidoso golpe contra el escritorio.
Chaewon estaba satisfecha, y emocionada. Además, se alegraba de que hubiese terminado tan pronto, ya que no había podido comer nada esa mañana y se moría de hambre. Así que se dio una buena comida como premio y celebración, antes de volver al pueblo para contarle a Minju sus aventuras en la jungla del sector del entretenimiento en Los Ángeles.
Capítulo 7
Ese día de mediados de agosto, especialmente soleado fuera, Chaewon estaba en el pasillo en penumbra de aquel hotel, limpiando el suelo de moqueta de un gris sucio como de animal atropellado, y que tenía una mancha que parecía su estela de sangre. Arrodillada, arrojó todos los productos químicos que tenía y frotó, pero no se iba.
Tenía los cascos puestos, y cuando no había nadie alrededor, tarareaba, ausente de esa realidad tan deprimente. A veces alguna canción le recordaba a Minju y sonreía. Entonces miraba el reloj, contando los minutos para terminar por fin el día y ver a Minju. Ese trabajo sólo era tiempo de relleno entre noche y noche. No tenía ganas de otra cosa que terminar su jornada para ir a casa de Minju. Lo tenían planeado desde hacía un tiempo: Chaewon salía de trabajar y quedaban de noche, y aunque no estaba hablado, Chaewon sabía que necesitaría dormir toda la mañana siguiente, y que se quedaría con ganas de más al día siguiente.
Yujin apareció por el pasillo, y verla le recordó que el curso estaba a punto de terminar, y que se iría lejos a estudiar. Chaewon la frenó, y le preguntó:
—¿Cuándo te vas a la uni?
—Ya te lo dije ayer. Mañana.
Chaewon levantó la cabeza un segundo. Yujin estaba de pie por encima de ella, seria.
—¡Es que sigo sin creérmelo! —se quejó, frotando más fuerte la mancha —. ¡No quiero quedarme aquí sola!
—¡Oye! ¿Sólo me quieres para que te ayude? ¿O porque nadie más te habla? —Yujin bromeó, pero parecía irritada.
—¡Porque me caes bien! —se excusó Chaewon, exasperada de broma, aunque luego pasó a estarlo de verdad—: ¡¿Por qué esta mancha no se va?! Joder…
—Espera, que te echo una mano —Yujin se arrodilló a su lado.
Chaewon chasqueó los labios, siendo consciente de que podían meterse en problemas, ya que por mucha razón ayuda que Chaewon necesitara, su jefa era incapaz de tolerar a dos empleadas fuera de su puesto. Y para crear una situación aún peor, su móvil empezó a sonar, y la persona que llamaba no era nada menos que su hermana, otra vez.
—¡Joder! —exclamó, más alto— ¡Siempre interrumpiendo!
Rechazó la llamada y puso el móvil en silencio lo más rápido que pudo, antes de seguir frotando el suelo con rabia.
Ese enfado, agotador y áspero como raspar madera con una lija le duró hasta que salió del trabajo. El sol de la tarde estaba saliendo del punto álgido, y pronto dejaría de hacer ese calor húmedo y asfixiante de la California sin montañas.
Se subió al coche, que parecía una sauna tras estar bajo el sol durante todo el día. Bajó la ventanilla a toda prisa. Puso el manos libres para llamar a su hermana. Bufó cuando veía que Yuri no estaba contestando a la llamada, y se vio tentada a colgar y tirar el móvil por la ventanilla. No le hacía ilusión que la hubiese llamado más de una vez, y estaba alterada. No quería que se repitiese lo de la última vez. Dejar a Minju plantada otra vez no era una opción, ni aunque su dinero dependiese de ello.
Era una gran victoria personal atreverse a hablar con su hermana. Más allá de que hubiese desaparecido de su vida y la hubiese dejado sola. Siempre habían sido muy diferentes.
Estaba esperando a que el semáforo se pusiera en verde cuando por fin la voz de Yuri habló al otro lado del teléfono.
—Hola… ¿Estabas ocupada? —saludó Yuri, con un tono ofensivamente alegre.
—Sí, estaba trabajando… —dijo Chaewon entre dientes.
—Ah, vaya, lo siento. ¿Cómo estás? ¿Qué tal?
Chaewon resopló.
—Bien —respondió con frialdad.
—Entonces, te cuento lo que hablé con el abogado —anticipó Yuri, sin ese tono de falsa preocupación— La reunión es dentro de dos semanas, en casa.
—Imposible —dijo Chaewon, con la boca seca de repente.
Todo se quedó en silencio. Ni si quiera oía los pájaros en el pinar de al lado, ni todas las excusas que Yuri estaba balbuceando.
El coche de atrás hizo sonar su claxon, un sonido tan fuerte seguido de gritos, que hicieron enfurecer a Chaewon.
—¡Ya voy, coño!
Antes de que pudiese arrancar, el BMW negro de atrás la adelantó, haciendo rugir el motor al acelerar, y provocó un grito animal en Chaewon.
—¡¿Estás con el móvil mientras conduces?! —dijo Yuri, escandalizada de una manera de la que Chaewon se hubiese reído en otra situación.
—¡Dios! —gritó Chaewon— ¡ya basta!
A veces se ahogaba en su propia ira, y se consumía. Dejó de prestar atención a la carretera, y se dedicó a gritarle a Yuri un cóctel de insultos y palabras malsonantes.
—Voy a colgarte, y me hablas cuando hayas parado el coche.
El teléfono dejó de comunicar, y se enfadó un poco más, si era posible. Ahora había un silencio seco y monótono, el ronroneo del motor gastado por los años y la fricción de los neumáticos contra el asfalto. No se calmó, en absoluto. A veces, en vez de dejarse consumir en silencio, sus propios sentimientos, como una multitud enfurecida, la linchaban entre gritos. Se acordó de Minju y su excesivo cuidado para conducir, la manera en la que mimaba el motor de su coche, e hizo lo que Yuri le pidió. La vieja costumbre de obedecer a su hermana mayor no había terminado de borrarse, aunque ya no fuese por las mismas razones.
Se desvió de la carretera para dejar el coche en el límite de un camino agrario por el que nunca pasaba nadie, unos pocos kilómetros antes de llegar a su casa. Una vez puso los dos pies fuera del coche se sintió más relajada. Estar al control de un coche, aunque prefiriese no admitirlo, era estresante para ella. No como Minju, que lo lleva en las venas.
Metió los dedos entre su melena corta, como si así pudiera sacudir el estrés de su cabeza, y se quitó de las mejillas sudorosas algunos mechones extraviados. Dio unas cuantas vueltas en círculos, pisando con fuerza sobre la tierra blanda.
A su alrededor había campos de hierba amarillenta y pajiza, planos y yermos bajo el sol, y encima un amplio cielo azul. Respiró hondo, una, dos veces, y marcó otra vez el número de su hermana. Se sentía tan cansada que se volvió a sentar en el asiento del conductor, con la puerta abierta y los pies hacia fuera.
Se planteó no volver a llamarla y fingir que nada había pasado. No había cosa de la que tuviese más ganas que de irse a casa, y ponerse guapa para ver a Minju. Sólo de pensarlo, una sonrisa malévola aparecía en su cara. Pero si de verdad ese era el plan, tenía que llevarlo a cabo, aunque fuese por joder a su madre, por demostrarle que sus agresiones tenían respuesta. Marcó el número.
—No me fio de ti conduciendo y haciendo cualquier otra cosa a la vez —dijo su hermana, y casi pudo ver su sonrisa burlona.
—Creo que ahora se me da mejor que antes… —respondió Chaewon torciendo el gesto, malhumorada. Oyó a Yuri reírse como lo hacía siempre, con algo de arrogancia, pero también ternura, y resonó dolorosamente como una campana de duelo. No la echaba de menos, pero la rompía por dentro ser consciente de que no la oía desde hacía tanto tiempo.
Yuri se aclaró la garganta, y habló con el tono mecánico del contestador automático:
—Sólo te llamaba para anunciarte el lugar y fecha . El 5 de septiembre, a las 12 de la mañana, en casa
Chaewon resopló otra vez, y empezó a poner pegas.
—Yuri, no puedo ir tan lejos. Tengo trabajo, y no tengo pasta para el viaje.
—No creo, pero mamá lo decidió así. Y además, se aplica la ley de Nuevo México, aunque ahora seas residente de California, por lo que me ha dicho Martínez.
—No puedo ir, de ninguna manera.
—Chae… No seas inmadura. Te pago el viaje, o lo que sea, pero por Dios ven.
—¡No es eso! Tengo trabajo aquí, y no puedo librar ni un sólo día—remarcó cada palabra, esperando que así calase en su hermana.
Se sujetó la frente con los dedos, e hizo pinza en el puente de su nariz. Con todo lo que tenía encima, no se veía capaz de encajar otra cosa más en su agenda, sobre todo cuando todo la cansaba de sobremanera.
—Hablaré con Martínez, para que hable con su abogado, a ver si podemos hacerlo de cualquier otra manera... Pero no te hagas ilusiones. Mamá está más tozuda que nunca, más que tu y yo juntas, y si no tenía intención ni de viajar hasta Silver City, mucho menos gastar dinero en ir a Los Ángeles. A mi, personalmente, me da igual, porque ya tengo que cruzarme el país entero, pero voy a intentar solucionar el asunto por ti.
Chaewon suspiró. Yuri siempre se las daba de modesta y altruista, que mira por los demás aunque a ella no le venga al palo. Chaewon sabía que era una fachada, después de todo. Se tragó un montón de reproches que no hubiesen llegado a nada, y suspiró. Se convenció de que tenía que ser madura, que sino no se merecía la herencia. Pero tenía 22 años, tampoco se merecía haber estado tan sola durante los primeros años de su adultez. Necesitaba una madre para recordarle que fregase los platos, a su hermana mayor para hablar de cualquier cosa, e incluso a su padre, quizaás. Sentía una opresión en el pecho cada vez que recordaba que todos los adultos que parecían querer abandonarla lo hubiesen hecho en cuanto tuvieron la oportunidad.
—Haz lo que puedas —respondió, sin añadir nada más.
Yuri tampoco añadió nada, y se quedó un rato pensando en qué sería apropiado decir. Chaewon se quedó con una sensación de amargor en el pecho. Supuso que debía darlo ya por zanjado, pero antes de poder decir nada, Yuri se adelantó.
—Escucha… —vaciló, y su voz adquirió el tono rasposo que tenía cuando cantaba o hablaba suave— Quería pedirte disculpas. El otro día te hice un comentario bastante inapropiado. No quería sonar tan… No lo sé, ya no soy así.
Chaewon frunció el ceño, de repente confusa ante el giro de los acontecimientos. La última vez que Yuri pidió disculpas, Chaewon no sabía multiplicar. Y de jóvenes, habían discutido por muchas cosas, pero nunca tanto como cuando Yuri criticaba a las chicas de su clase que enseñaban el escote y sólo hablaban de chicos, sin darse cuenta de que Chaewon era una de ellas. Cuando en la televisión salían noticias de violaciones, siempre acababa diciendo que al menos en parte, se lo habían buscado, por ir destapadas, o solas. O cuando la policía mató a aquel hombre negro… Su hermana pequeña tampoco era la más entendida en esos temas, pero tampoco se quedaba callada. Se pasaban horas gritándose delante del televisor, y Yuri normalmente tenía a sus padres de su lado, así que Chaewon terminaba llorando de frustración, y se iba a su cuarto a pegarle puñetazos a la almohada.
No sabía cómo reaccionar a unas disculpas. Hacía mucho que nadie le pedía las que le debía.
Su ego aumentó en volumen dentro de su pecho, y dijo:
—Y también has aprendido a pedir perdón... ¿Qué te ha pasado?
Consideró que tenía derecho a ser un poco engreída al respecto. No compensaba nada de lo que había pasado entre ellas en el pasado. En ese momento, el tiempo había confirmado que tenía razón, pero era como poner una tirita sobre esa picadura venenosa de serpiente, que ya se había extendido por sus venas.
Y también sintió el principio del alivio. Si lo suyo con Minju llegaba más allá de eso que tenían, esperaba que su hermana no tuviese ningún problema con ello. Unos años atrás le había dicho a su hermana que era bisexual, porque estaba harta de que insinuase de todo cada vez que se acercaba a uno, y simplemente fingió que esa conversación nunca había ocurrido.
—Pues que he cambiado, Chae.
Lo dejó estar así. No quería decirle que seguía exactamente igual que como la había dejado, pero con un corte de pelo mucho mejor. No pudo impedir que saliese una sonrisa de su boca.
—Supongo que salir de ese puto pueblo te ha abierto la mente. Pero no tienes excusa, yo ya salí así de casa —añadió, gastando una broma.
Yuri suspiró al otro lado de la línea.
—No todo el mundo es capaz de ser como tu. Parece que te gusta llevar la contraria, y sabes bien a dónde te ha llevado. —Paró, haciendo un suspiro dramático—. No sé cómo has sobrevivido todo este tiempo, si tienes los receptores del miedo completamente inútiles —
—Pedante. Deja de pensar en el trabajo durante cinco minutos.
Yuri se rió. Ahora sus comentarios hacían reír a su hermana.
—No, pero, en serio. Dime cómo lo has hecho.
Chaewon le hizo un resumen de los últimos seis años en diez minutos, omitiendo las partes ilegales, las que tenían que ver con las drogas y el sexo, y sin Minju. Minju de momento era cosa suya. Seguía teniendo el terror a que saliese mal, y quizás contarle a su hermana cómo estaba quedándose colgada fuese el momento más humillante, con diferencia, de su vida amorosa.
Lo que más le había sorprendido era que, comportándose como una adulta, y Yuri haciendo otro tanto de lo mismo, eran capaces de conectar. Antes saltaban chispas en medio de un enfrentamiento desmedido, pero ahora podía ver lo que tenían en común, y era mucho mayor que las diferencias estúpidas que habían asumido.
Yuri lo decía en serio cuando aseguraba que su relación con su madre no tenía arreglo, y Chaewon la sintió aún más de su lado. También le contó que había cortado relaciones con todas sus amigas del pueblo, porque “no estaba de acuerdo con la manera que tenían de vivir”, sin saber muy bien a qué se refería.
Yuri se fue con el dinero ahorrado de años de trabajo, tanto suyo como de sus padres, financiada por una beca excelente para estudiar neurología. Durante años se mató a trabajar a la vez que estudiaba para devolver dinero a casa, cuando sus padres más lo necesitaban, y en verano seguía partiéndose el lomo en trabajos de mierda como los de Chaewon. Después se mudó a Nueva York, financiada por diferentes becas y la tutela de la familia de Martínez.
—¿Por qué Martínez? —preguntó Chaewon, harta de oír su nombre hasta en la sopa.
—Es el hermanastro de mi pareja —dijo Yuri, en voz más baja, casi avergonzada.
—¿Pareja? —repitió Chaewon, sorprendida—. Era lo último que me esperaba de ti, la verdad.
En ese momento, se sintió cómoda de verdad, como si ese era el lugar en el que su cuerpo tenía que estar en ese momento. Pero tenía que moverse de ese sol tan caliente que parecía intoxicarla, y arreglarse un poco antes de ir a ver a Minju. Así que se despidió, y Yuri le dijo:
—Espero verte pronto.
—Oh, por desgracia —rió Chaewon.
—Estaré por aquí una semana o así. Mi pareja está yendo y viniendo a Los Ángeles por trabajo, y voy a aprovechar para quedarme.
Cuando llegó a su habitación, se tumbó boca abajo en su cama, hundiendo la cara en la colcha, y por fin se paró a procesar que no odiaba a su hermana ahora que tenía capacidad de razonamiento. Ahora solo la resentía.
Aprovechó para ponerse todo lo guapa que pudo. Se probó varias faldas distintas, con varios tops distintos. Básicamente, todo su armario. Pensó dos veces antes de empezar a maquillarse. ¿Qué era demasiado en este caso? Escogió una falda vaquera, ceñida en las caderas, y un top minúsculo para el que el calor era la excusa perfecta. Le gustaba la manera en la que dejaba ver más allá de su clavícula, y todo su estómago. Tenía un lugar ahí, y estaba segura de que Minju no lo conocía aún.
Cantando a pleno pulmón, el viaje en coche se le pasó en lo que pareció un minuto, y aparcó delante de la casa de Minju en vez de en el jardín seco de la casa en la que vivía. Era un edificio de los más antiguos de la zona, un pequeño bloque de edificios de tres plantas, de ladrillo oscuro y salpicado de balcones con barandillas de hierro.
Seguía cavilando a cerca de la conversación con su hermana. ¿Era tan raro que Yuri quisiera enterrar el hacha de guerra? Aún más raro era que ella misma tuviese ganas, pero tener una aliada dentro de su familia era una oportunidad muy buena. Pero eso no excluía el problema más grande: la disputa legal con su madre, que estaba a punto de saltarse la ley sólo para perjudicar a Chaewon.
Minju estaba en su balcón, en el piso más alto, apoyada sobre la barandilla hacia delante. Chaewon se la saludó con la mano, y sonrió. Minju desapareció dentro y Chaewon abrió la puerta de madera. En ese momento, su respiración se volvió temblorosa, y el sudor de sus manos se volvió frío, pero sonrió.
Subió unas escaleras estrechas, con su bolsa de tela al hombro y tantas ganas de llegar arriba que ya estaba pensando en la cara de Minju. Estaba sin aliento, respirando todo lo fuerte que sus pulmones le permitían.
La puerta ya estaba abierta, y Minju estaba de pie. Su falda larga, de color verde oscuro se ajustaba sobre las caderas, y había un pedazo de piel al aire entre la misma y el borde de su camiseta oscura. Corrió hacia Minju, y tirando su bolsa al suelo, y luego le dio un beso en la mejilla. Minju se rió un poquito, y le devolvió el abrazo durante un instante.
—Hoy estás muy guapa —le dijo cuando se separaron.
—¿De verdad? —preguntó Chaewon, para obligarla a seguir hablando de ello.
—Claro que sí —Minju la agarró de la cintura, y la guió al salón— ¿Te has vestido para impresionarme?
No se pondría esa falda tan corta, ni ese top minúsculo, si no quisiera que Minju le dijese esas mismas palabras.
Dentro del apartamento hacía mucho menos calor que en la calle, y se sentó en el sofá mientras Minju le traía una cerveza de la nevera. Se alisó la falda después de sentarse en el sofá de tela oscura, y se encogió de hombros.
Por la mañana no solía hacerse un maquillaje muy elaborado, sólo un poco de color en los labios, algo sobre la piel y como mucho la raya, pero ese día dedicó 20 minutos después del trabajo para arreglarse un poco más, por si acaso la ropa no era suficiente.
Minju se quedó mirando a Chaewon, y frunció el ceño.
—¿Qué pasa? —se rió Chaewon.
—¿Se supone que tengo que enseñarte mi casa? No lo sé, hace mucho que no viene nadie.
—Supongo que sí… si quieres.
Minju se levantó.
—Pues esta es la casa en la que crecí. Este es el salón. En aquella esquina poníamos el árbol de Navidad —señaló un rincón.
Chaewon inclinó la cabeza, y sonrió cuando Minju le tendió una mano para levantarse del sofá. Con la cerveza en la mano, la llevó por el pasillo.
—Esta era mi habitación, pero se me quedó un poco pequeña.
Era un cuarto estrecho con las paredes blancas, donde sólo había una cama pequeña arrinconada contra la pared, sin almohada ni sábanas, sólo una tela vieja que cubría el colchón del polvo, además de un armario destartalado con un póster de Alicia Keys pegado y un escritorio completamente vacío. La única ventana daba a un estrecho patio interior, que daba a la habitación un aspecto sombrío y apagado.
—Ahora uso la de mis padres, que tiene el balcón.
Justo en frente estaba el cuarto de la puerta abierta. Era muy luminoso, con sábanas blancas y una estantería llena a medias.
—Esta es mucho más alegre, definitivamente. ¿Tocas la guitarra? —exclamó Chaewon al ver una funda negra apoyada contra la pared.
—Tocaba —Minju encerraba cierta nostalgia en su rostro relajado.
—¿Puedes enseñarme? —preguntó Chaewon.
La chica frunció un poco el ceño, y escondió los brazos detrás de la espalda .
—Nunca se me dio muy bien. Y no sé si me acordaré ya de algo…
—¡Da igual! Quiero que me toques algo —Chaewon sonrió ampliamente
Minju chasqueó la lengua, y sonrió mirando al suelo.
—Ahora no…
—Porfa…
Minju chasqueó la lengua, pero dijo:
—Puedo intentarlo. Pero si sale mal no te rías de mi.
Chaewon sonrió, saliéndose con la suya. Sonriendo como una cría, vio como Minju iba a por la guitarra y salía de la habitación con ella.
—A ver… —dijo Minju en voz baja, mientras se sentaba en el sofá y sacaba la guitarra de su funda de tela.
Era acústica, de madera clara, mástil oscuro y cuerdas brillantes, y sin duda, se podía afirmar que era de Minju. Estaba perfectamente cuidada, limpia y brillante, sin una sola pegatina, como la que había tenido Chaewon en su casa. La manejó con sumo cuidado, cuidando que todo estuviese en orden .
Se notaba que hacía mucho que nadie la usaba. Al probar las cuerdas, estaba muy desafinada, así que ajustó las clavijas durante un rato, esperando que no saltasen. Cuando consiguió que cada nota estuviese en su sitio, le dedicó una sonrisa incómoda a Chaewon. Ella estaba sentada en el sofá a su lado, mirando todo lo que hacía con demasiada atención.
Después acarició las cuerdas e hicieron ese sonido rasposo y agudo de la frcción contra las yemas de los dedos. Colocó los dedos sobre los trastes, y empezó a tocar una melodía lentamente. Apretó los labios cuando dio una nota que no era, y resopló cuando lo volvió a hacer.
—Te dije que no era buena —dijo, sin despegar los ojos de la guitarra y sin dejar de intentarlo.
—¿Te he pedido que lo seas? Sólo tócame algo.
Minju le hizo caso, y empezó otra canción. Al inclinarse sobre el instrumento, el pelo largo y oscuro le caía sobre la cara. Le iba pillando el truco a la música de nuevo, y parecía que sus manos sabían lo que hacer sin que su cabeza se lo ordenase. A veces se le iba el tempo, una décima de segundo arriba o abajo, pero le estaba saliendo.
—Me obligaron a ir a clases de pequeña, pero nunca aprendí mucho. Llevo tocando lo mismo desde que tengo 12 años, prácticamente.
—Entonces no lo haces a menudo.
—No.
—Pero… ¿te gusta?
—Sí… —Chaewon pensó que no iba a añadir nada más, pero una sensación parecida a la frustración emanó en su voz— Claro, es entretenido durante un rato, y me gusta el sonido que hace, pero no ha sido nunca mi elección. A veces me acuerdo de que sé tocar, y lo hago durante un rato, hasta que me frustro. Es como si tuviese una voz encima todo el rato mientras, que me dice que no es suficiente, que lo estoy haciendo mal, y si lo hago mal, que sólo se tocar unas pocas canciones y no hacer las mías propias, y me canso.
Chaewon no conocía esa sensación de primera mano, a pesar de ser experta en fracasar, pero Minju despertaba las partes enterradas de su ser. Hacía tanto que no conectaba con alguien que se había olvidado de la incapacidad que tenía de consolar.
—Ya eres lo suficientemente guay, no necesitas intentarlo más.
Por lo menos hizo reír un poco a Minju.
—Gracias —respondió Minju sonriendo— tú tampoco lo necesitas.
Minju apoyó el mástil de la guitarra en el sofá, entre ellas dos, y la miró sin decir nada. El silencio era denso y cálido como el aire de verano, y sin pedirle permiso, tomó el instrumento entre sus manos. Podía manejarse un poco con ella, ya que en su día, su ex le había enseñado lo básico. Se acordó por primera vez en todo el tiempo que llevaban separados de un solo momento bonito que vivieron juntos. Le gustaría compartir que la intimidad que se creaba con Minju, regalarle ese momento para que en el futuro lo recordase como ella. Aunque le diese asco.
Aún se acordaba de cómo eran algunos acordes, y los hizo sonar, concentrada en la guitarra a pesar de que sentía la mirada de Minju clavada en todas partes como mil puntas de espada.
—¿Cómo era el acorde de sol?— le preguntó, y acercó su cuerpo al de Minju.
Minju le indicó cómo colocar los dedos, y fingió que le estaba costando más de lo que lo hacía. Entonces, Minju le colocó los dedos con los suyos, y luego los enganchó en su muñeca.
—No aprietes tanto el pulgar, te vas a hacer daño. Así mejor.
Podría haberle cantado una de las canciones que a lo largo del mes le habían hecho pensar en ella, pero de repente le dio vergüenza. Le daba vergüenza cantar para sus padres, o su hermana, pero nunca antes hacia otra persona. A lo mejor, era culpa lo apabullantemente solas que estaban, y lo denso que parecía ser el espacio que las separaba. O igual, que dedicarle de forma tan directa una canción que, al fin y al cabo, comunicaba de forma tan directa sus sentimientos era más fácil por mensaje, cuando no podía ver su reacción. Seguía teniendo la seguridad del primer día en gustarle, pero había aparecido la posibilidad de que, conociéndola demasiado, Minju decidiese que no valía la pena.
Dejó la guitarra al cabo de un rato, cuando se cansó de no encontrar cosas que tocar, y Minju la dejó apoyada a su lado. Hacía demasiado calor como para que Minju arropase a Chaewon con su brazo, pero lo hizo igualmente. Su piel suave quedó en contacto con la nuca de Chaewon, y sus dedos acariciaron sus hombros descubiertos.
Apoyó la cabeza en su hombro y descansó en lugar de hacer todas las cosas que se le pasaban por la cabeza cuando la veía. Cerró los ojos, pensando en que habría tiempo para todo. Pasó su brazo por encima del estómago de Minju, en un abrazo suelto y relajado, y se permitió quedarse así un rato. Escuchaba a Minju respirar.
Llevaba unos cuantos días anticipándose a ese mismo momento, desde que hablaron de dormir juntas por primera vez. Intentó no gritar de emoción cuando Minju prácticamente la obligó a ir a su casa. No titubeó, ni puso ninguna excusa.
Aún así, seguía preocupada. Yuri era como un ruido de estática que tenía en la cabeza todo el rato. No podía decidir entre odiarla y esperar algo de ella; cada minuto cambiaba de parecer como un metrónomo va de lado a lado. Intentó olvidarse de ella, pero el silencio que había entre Minju y ella sólo avivaba el ruido de fondo que sugería que era un problema mucho más profundo que la su hermana.
El abrazo se estaba volviendo más agarrado. Los dedos de Minju jugaban con la punta de su pelo, rozando todo el rato la piel de su hombro. Sabía lo que hacían sus dedos en cada toque, igual que Chaewon sabía exactamente qué palabra decir en cada momento. Decidió concentrarse en ella y la carga que le quitaba de encima tener esa noche libre para hacer todo lo que quisiera.
A veces, Minju y ella hablaban de lo que querían hablar sin mencionarlo del todo. Minju no dudaba en decirle cuánto quería estar con ella, pero tan disimuladamente que Chaewon cada vez tenía más ganas de ir y gritarle que le dijera cuánto quería besarla y tocarla como la última vez.
—Minju…
Sabía el efecto que tenía su voz en los demás cuando susurraba de esa manera. Era como un gruñido animal, que despertó completamente a Minju de su repentino cansancio.
La cara de Minju estaba un poco por encima de la suya, y sus labios evitaban en cierta manera a los de Chaewon. Los miraba fijamente. El inferior era más grueso que el superior, y estaban relajados. Notó la mano de Minju en el interior de su pierna, y luego se hizo un hueco entre ellas mientras iba ganando terreno, empujando a Chaewon hacia abajo en el sofá. En ese momento, Chaewon supo que no quería estar de ninguna otra manera. Agarró la nuca de Minju y la atrajo hacia sí.
Minju la besó, jugando con sus expectativas cada vez que sus labios chocaban contra los suyos de una manera distinta. No sabía que Minju tenía tantos sabores diferentes. Eran de rojo carmín, escarlata y sangre.
Chaewon le pidió que la llevase a la cama, y los ojos de Minju brillaron de deseo cuando le dijo que no.
—¿No crees estamos bien aquí?
Nunca pensaba que podía salir esa voz de ella, más grave, y con la capacidad de obligar a Chaewon a cualquier cosa.
—Déjame provocarte un poco más.
Minju besó su cuello, tiró de él con los dientes suavemente. Chaewon no podía quedarse callada. Dejó escapar el aire, en un gemido sordo.
Ningún pensamiento sobre el futuro incierto podía perturbarla, y no iba a dejar que ninguna experiencia del pasado le robase su autenticidad a esta. Acarició la espalda baja de Minju con las uñas, y metió las manos bajo su camiseta. Su piel era suave, y notaba un fino vello erizarse bajo sus dedos. Ningún hombre se sentía tan bien al tacto, ni era tal regalo para la vista.
Hacía tanto calor que su largos mechones de pelo negro que no dejaba de meterse en medio las asfixiaban de calor. O eso, o la temperatura de Chaewon no podía dejar de subir por los besos, mordiscos y chupetones que Minju iba regalando por todo su cuerpo.
—Sé una buena chica y quítame la camiseta.
Minju sabía que todo eso la volvía loca. Minju podía no haberlo dicho y Chaewon estaría igualmente disfrutando, pero eso activó un modo peligroso dentro de ella, para el que no sabía si Minju estaría lista.
—¿De verdad quieres jugar a esto? —le dijo, casi sin aliento.
La mano de Minju agarró su mandíbula, y la miró a los ojos mientras la hacía levantarse más.
Chaewon sonrió, desafiante, y se incorporó sobre los codos. Miró a Minju de arriba a abajo, echándose el pelo hacia atrás por encima de la frente, de rodillas en el sofá, por encima de su pierna. La falda se le había subido por encima de las rodillas, y la raja dejaba ver casi toda su pierna.
Se levantó del todo, y le quitó la camiseta como le pidió, aprovechando para tocar todo lo que quiso debajo de ella y presionar sus labios contra la piel de su cuello. Era tan delicado que llevaba teniendo ganas de tocarlo y besarlo desde el primer momento. No era ninguna exageración, desde la primera noche. Llevaba un sujetador algo áspero al tacto, oscuro, que tuvo ganas de desabrochar para comprobar que su pecho era igual de suave que el resto.
Minju volvió a tumbarla de repente, y sus manos tocaban todo el espacio que había en su torso, debajo de su falta, sus piernas, su culo… Hacía mucho tiempo que nadie se dedicaba tanto a su cuerpo, ni si quiera ella misma.
Esa vez, no le hizo falta estar borracha o fumada para terminar en la cama de alguien. Debajo de Minju, se sentía protegida, y aunque se muriese de ganas de tocarla a ella como ella le tocaba, Minju no parecía quererlo. Disfrutaba de mandar, disfrutaba de Chaewon como a ella le apetecía, pero a la vez de que lo sentía como una adoración. Toda la honestidad con la que Minju hablaba normalmente se multiplicaba en sus ojos cuando la miraba entre sus piernas.
Capítulo 8
Hacía tanto calor que a pesar de que el aire acondicionado estuviese funcionando, la fina sábana de Minju sólo la cubría hasta la cintura. Notaba su piel húmeda al tocar la de Minju, pero a ninguna de las dos les parecía una razón suficiente para apartarse.
Había estado en esa misma situación muchas veces a lo largo de su vida. En la cama de alguien después de un polvo, después de los abrazos y besos, siento dolorosamente consciente de hasta el último rincón de su cuerpo y del otro cuerpo tirado a su lado. Se conocía a sí misma, y sabía que siempre sentía que su piel era un traje que se le descolocaba, y las costuras empezaban a clavársele. No era inseguridad en cuanto a su físico, ni vergüenza. Iba mucho más allá de unas mejillas coloradas.
Chaewon no podía darles a los demás lo que de verdad querían de ella. No era capaz de quedarse quieta y mirar a los ojos a la otra persona, sin tener la más remota idea de lo que esperaba de ella.
Sentía las extremidades apagadas, y su caja torácica aplastando el colchón. Minju estaba mirando hacia ella, de lado. La chica extendió la mano hasta tocar su cuello y rozó suavemente la fina cadena del colgante que le había regalado el día que fueron a la playa. Era la única cosa que llevaba puesta en ese momento. El sol y la luna se levantaban sobre su pecho con cada respiración, y los dedos de Minju acariciaron por debajo de la cadena. Sentía su piel pegajosa, pero ya no tenía calor. Sólo quedaba el silencio. Esta vez no tenía nada que añadir, los actos habían hablado por sí solos.
Minju acarició su torso, mirándola a todas partes menos la cara. Su mano encontró la ligera curva de su cintura y tiró hacia sí. Chaewon nunca se había encontrado tan agitada. Tenía muchos miedos metidos entre la piel y el músculo, y el peor de ellos era que Minju los encontrase.
—Te necesitaba —dijo Minju, con los ojos cerrados, y Chaewon se sorprendió.
La punta de su nariz acarició el hombro de Minju al adentrarse más en su abrazo. Su piel era del color de la crema, y lisa como los cantos de río que el agua vuelve suaves. Hacía unos minutos, a penas podía decir una frase con sentido. Y cuando soltó el último gemido, se había quedado sin palabras que decir. Se intentó acomodar sobre el brazo de Minju, que le hacía de almohada.
—¿De verdad?
Quería darse cabezazos por lo estúpida que se sentía. Era la pregunta más tonta que había hecho nunca. Claro que sí, era Chaewon, y como una femme fatale del new wave, sabía qué había estado haciendo con Minju. Todas las veces que la había tocado, eran calculadas, igual que cada una de sus miradas, pestañeando en el momento exacto, y todas esas sonrisas.
—Siento que nunca había conectado con alguien de esta manera.
Al incorporarse, los dedos de Minju resbalaron de su mejilla, y entonces ella abrió los ojos. Chaewon se apartó el flequillo hacia los lados, y miró alrededor. Las cuatro paredes de esa habitación se le iban a caer encima. Sólo había una pequeña lámpara cálida encendida en la habitación, y fuera ya era noche cerrada.
Harta de sí misma y de sus recuerdos, se sentía una extraña en una habitación ajena, luchando por no pensar lo peor de cada situación. Todo el castillo de naipes que había construido para Minju, que no era otra cosa que pequeños fragmentos de la persona completa que quería ser y no era, se podía derrumbar por el peso del silencio.
La mano de Minju se cerró suavemente sobre su muñeca.
—Quédate —susurró, firme y amable a la vez.
Chaewon la miró a los ojos, y después a la pequeña sonrisa que tenía en los labios. Ella tampoco pudo evitar una, pequeña, que duró una fracción de segundo, más parecida a un puchero. Sabía que si fuese otra persona la que se lo pedía, se iría igualmente. Si Minju fuese otra persona, fingiría que no se sentía abierta en canal y se haría la chula.
—Vale…
Llevaba tantos días esforzándose por conocer que querían decir sus labios, qué significaba lo que hacían sus manos, que tenía ganas de más. Se preguntaba cómo sería pasar la noche durmiendo junto a ella.
Minju la atrajo hacia sí con una mano tras su nuca y otra en su cintura, hasta quedar un poco por encima. Después sujetó la mandíbula de Chaewon con la delicadeza de la que parecía depender siempre. Cada vez que Minju se movía, no podía ser de otra manera.
—Sólo intentaba decirte que me ha gustado mucho.
Chaewon intentó tragar esas palabras, pero se quedaban atascadas en su esófago. Siempre que le habían dicho algo parecido había que a penas llegaba a rascar su superficie. En ese momento, la única salida era hacia delante, sacando un poco de filo:
—Sabía que cuando follásemos iba a ser bueno… pero no me esperaba tanto.
No podía dejar eso sin aclarar. Porque, a pesar del sentimiento incómodo que no se despega, sentía una satisfacción desbordante y una calidez agradable en las extremidades. Sus piernas desnudas se enredaron de nuevo, como raíces que la anclaban a esa cama. Minju no se dejó embaucar por las palabras y los besos:
—Aquí te sientes bien, ¿verdad? —Chaewon asintió, aunque sabía por dónde estaba yendo Minju y se agitó—. Te prometo que no cortas el rollo si me cuentas cualquier cosa.
—Pero todo está bien… —se quejó.
—No lo parecía hace un momento.
El cuerpo de Chaewon casi la traiciona y huye antes de que su mente pudiese pararlo. Por suerte, los brazos de Minju la tenían bien sujeta.
—Sí, me agobié —admitió a regañadientes—. No estoy acostumbrada a esto.
Minju acarició su rostro y peinó con los dedos los pequeños mechones que caían a ambos lados.
—¿A qué?
—Minju… ¿Qué quieres tú? ¿Quieres que me quede?
Minju tenía una sonrisa divertida, pero casi imperceptible
—Quiero que te quedes conmigo en la cama hasta que una fuerza mayor nos eche.
La hizo sonreír durante un momento, con toda la inocencia que se permitía tener.
—Yo no quiero irme —dijo Chaewon, sonando más melancólica de lo que quería—… Es sólo que estoy acostumbrada a follarme a cualquiera, y ahora me siento tan bien aunque no lo parezca, y mi cuerpo lo sabe, que… que me bloqueo. Y sé que es patético pero...
—Chae —En cuanto dijo su nombre, dejó de hablar. Minju se movió, y posó su cuerpo por encima del de la otra chica, que estaba demasiado ensimismada en el movimiento de cada músculo y tendón de Minju como para darse cuenta de todo lo demás. —No hay nada que ocultar.
Minju acarició sus hombros sin pensar en ello, pero con una ternura que a Chaewon no le pasó inadvertida. Algunos mechones del pelo de Minju, del color de las vetas más oscuras de la madera de roble, le hicieron cosquillas al caer sobre su pecho desnudo.
Apretó los labios, y se dio cuenta de que Minju tenía razón. Tenía más posibilidades de encontrar un trébol de cuatro hojas en la pradera de California que de encontrar a Minju en todo lo que fuese a durar su vida. No había pasado suficiente tiempo, y aún así sabía, porque lo sentía dentro del pecho.
—Me importas, Chae. Mucho. Quiero llegar a ti más de lo que ya lo hago. No es que debas contarme todo lo que te pasa por la cabeza, pero quiero que me dejes verte.
—Lo haré —dijo con una sonrisa apareciendo en sus labios.
Minju levantó las cejas, sorprendida, mientras sonreía con su sonrisa mezquina de siempre.
—Lo digo en serio —.
—Yo también.
—¿Ah sí? ¿Hace falta que te ponga a prueba?
El tacto suave se volvió firme en un abrir y cerrar de ojos, y las manos de Minju agarrándola terminaron de atarla a ella, terminando el trabajo de sus piernas. Antes de que se diese cuenta, ya estaba besando a Minju como llevaba queriendo desde que le puso un dedo encima por primera vez. En ese momento, su desnudez se volvió dolorosamente presente. La cadera de Minju chocaba contra la suya sin querer, poseídas por una nueva ola de fervor como el calor que no había parado desde que empezó el verano.
Capítulo 9
La resaca después de estar con Minju se parecía demasiado al efecto químico de todas las drogas que había probado. Se sentía triste sin ningún motivo aparente, y además un dolor de cabeza angustioso se había colado en su vida y no la dejaba en paz.
El aparcamiento para trabajadores del hotel era un solar vacío, cubierto de asfalto y expuesto al clima. Cuando se sentó en el bordillo, tardó en acostumbrarse al calor que después de tantas horas bajo un sol implacable había adquirido. Sus piernas quemaban, desprotegidas por la falda corta que llevaba puesta, igual que sus hombros, descubiertos por la camiseta negra de tirantes. Sacó la pitillera de Martínez. Después del trabajo, no sentía más necesidad que ahogarse en el humo de un cigarro, buscando el fantasma del alivio que había sentido cuando estuvo con Minju.
Porque Minju era un poco sí, y un poco no. Era la primera persona que la rechazó en toda su vida, y probablemente la que más le haya gustado. Y eso la enfadaba, mantenía una falta de resolución como dejar una canción a medias.
Acabó el cigarro, sumida en un trance. Sakura le dijo el otro día que tenía que tenía que seguir hacia delante. Que no se estancase. Yujin pasó a su lado, y le dijo “hasta luego” con la mirada perdida. Yujin le respondió sin mirarla, igual de agotada que ella, y se metió a su coche.
No podía estancarse nunca más. Se puso otro cigarrillo en los labios y se metió al coche. Arrancó, y salió del aparacamiento haciendo crujir el neumático contra el asfalto. Si seguía dando esos acelerones el coche no duraría mucho más, pero estaba harta. Necesitaba ver a Minju como necesitaba escapar. No podía volver a casa, y tampoco a la buhardilla enana en la que dormía.
Movía los dedos contra el volante al ritmo de una canción de The Eagles y el aire movía su flequillo de un lado a otro. Mientras, pensaba en Minju. En por qué no hablaban tanto (Minju estaba hasta arriba de trabajo, y Chaewon todavía estaba con las preparaciones de su clase de teatro) o qué quería Minju (lo primero que le dijo fue que quería volver a verla, nada más irse de su casa). Se le daba muy bien olvidarse del poco tiempo que había pasado desde la última vez.
Entonces se fue al pueblo, hasta la calle soleada, vacía y dormida del piso de Minju. Subió esas escaleras y llamó a la puerta con el pecho desbocado. Su estómago se retorció al oír pasos. Intentaba pensar cómo justificarse, cualquier excusa iba a servir.
—¿Chae?
Minju abrió la puerta, con cara de no creerse qué estaba pasando, y a la vez con una calma que Chaewon no conseguía encontrar en ninguna parte.
Y como Chaewon no sintió necesario explicarlo, porque simplemente necesitaba besarla otra vez. Se arrojó contra ella, buscando sus labios, y Minju respondió acercándola a ella, y luego empujándola contra la puerta, en un beso que chocaba fuerte contra sus labios. La nariz de Minju se aplastaba contra su mejilla, mordió su labio y Minju lo hizo de vuelta mientras sus manos bajaban por su pecho y subían a partes de su pierna que su falda corta tapaba.
—¿Qué haces aquí?
Un poco de sentido común entró en la cabeza de Chaewon cuando Minju las separó, demasiado lejos la una de la otra, pero aún tocándose.
—¿Por qué esta pregunta de repente? —preguntó Chaewon de vuelta, con ese aire de coqueteo que le gustaba usar cuando quería que las cosas salieran a su manera.
—Sólo quería saberlo.
Minju tenía una expresión un tanto vacía, aunque agitada, y a su voz le faltaba calor. No se había cambiado de ropa si quiera: una falda larga de un verde apagado y una camiseta de tirantes que probablemente hubiese llevado bajo la camisa de oficina que estaba tirada en el sofá detrás de ella.
—Estás cansada. —Chaewon lo afirmó, pero parecía una pregunta.
Minju dijo que sí con la cabeza, y pareció despertar un poco. Se frotó la sien, y dijo:
—Me había quedado dormida. —Por un momento, su imagen se volvió tierna, y su cuerpo vulnerable—. Bueno, ya que estás aquí, ¿quieres una cerveza?
Chaewon se sentó en el sofá, gastado y lleno de pequeñas florecitas rococó. Parecía que el tiempo no había pasado desde la última vez que estuvo allí. Todo seguía igual: medio vacío, en un estado perpetuo de soledad, pidiendo a gritos ser llenados de enseres. Lo único fuera de lugar era la camisa de Minju, tirada de cualquier manera sobre el brazo del sofá.
Se la dobló con delicadeza, oliendo su aroma desde lejos. Era una prenda masculina, con más cuerpo que una blusa de mujer, recta en los hombros. Se imaginó cómo le quedaría puesta y luego se asomó a la cocina. Se estaba poniendo un poco nerviosa, Minju cerró la nevera con la cadera e intentó abarcar un par de vasos en una mano y un paquete entero de latas con la otra.
La chica volvió enseguida con las cervezas, las posó en la mesa de cristal que tenían delante y antes de sentarse, rozó con los dedos la camisa blanca.
La cerveza fría ayudaba a contrarrestar el sofoco que se le subía a las mejillas.
—Esta cerveza es la única que sirven en Los Ángeles. En cualquier bar al que vayas, no ponen otra. Pero sabe bien. Por eso sólo tomaba cerveza cuando vivía en Los Ángeles.
Estaba bebiendo un poco rápido y hablando de lo primero que se le pasaba por la cabeza.
—No tenía apenas edad de beber, así que le sonreía un poco al portero de algún sitio indie y me dejaba pasar. Nunca fue tan divertido salir de fiesta. Y ahora parezco una monja de clausura en comparación. —Se inclinó hacia Minju, y sonrió.
—Creo que no has perdido facultades. Sigues siendo un tornado cuando sales. Deberíamos volver a hacerlo algún día.
—Deberíamos de salir de fiesta por Los Ángeles. Hay un par de sitios que te encantarían. O por Fresno… ¡En fresno hay punks y góticos!
—Hay un par de ellos por aquí también. No sólo hay grupos de bluegrass y cowboys republicanos.
—Y también hay un grupo de indie rock. Los conozco a todos personalmente, pero el batería es el mejor. —esbozó una sonrisa agria—. Es mi ex. Ese ex. Me gustan los músicos, ¿qué le voy a hacer?
—Era demasiado normalito para tí —respondió Minju, con una sonrisa que irritaba e incendiaba a Chaewon a partes iguales—. Bueno, eso explica por qué estás aquí y no rompiendo taquillas en Los Ángeles.
—Eso y el precio de la vivienda. No, fuera coñas, es una historia bastante larga, en realidad. ¿Quieres que te la cuente?
—Claro.
—Pues quiero otra cerveza.
Siguió a Minju a la cocina y siguió hablando mientras.
—Es gracioso. Nos conocimos en un karaoke y lo primero que hizo fue ofrecerme cantar un bolo con su grupo. Yo me reí en su cara, porque no soy tonta. Una vez me ofrecieron lo mismo y al final ni me pagaron. Así que le hice prometer que me iba a pagar, en dólares, no en ninguna otra moneda, y fue bien. Después me lo tiré. Así que hubo unos cuantos más, y consiguieron suficiente pasta para grabar en el estudio que tenía este tío en casa, como a 40 kilómetros de aquí. Me hizo muchísima ilusión, no te voy a mentir. Así que nos pasamos tres semanas en su casa, comiendo porquería, pensando en riffs y bebiendo café con licor. Y por supuesto, tantas drogas que el cartel que las vende tendría que habernos hecho tarjeta de puntos. Y cuando todo acabó, me volví a LA, pero nada era lo mismo, nada me llenaba tanto como grabar. Una vez que pisas un estudio de grabación, te prometo que te cambia la química del cerebro. Hicimos más conciertos, aunque tampoco fuimos muy lejos. Seattle, Phoenix, San Diego… Era una locura, porque no hacía más que cantar, drogarme y follar. Era una locura, en retrospectiva es hasta vergonzoso. Así que de una de esas me dice: “Te quiero” y yo me reí porque pensaba que no era verdad, porque yo no le quería a él de esa forma. Entonces este tío enorme y barbudo me pone ojitos de cordero degollado y me dice “si no vienes conmigo, la última canción que escriba en toda mi vida será para decirte adiós” y yo, que no las veo venir, y soy imbécil, y el hipster indie me hizo quedarme en un pueblo perdido en medio del valle, a dos horas de todo. Lo peor viene ahora. De una semana para otra le dio por hacerse normal, se cortó el pelo, se arregló la barba y se puso a trabajar de verdad. Así que a partir de ese momento yo me volví la rara. La que se viste raro y no gana dinero. Tenía el suyo, claro, así que no estaba muy mal. Apenas tenía ahorros en ese momento, pero no le di mucha importancia. Me quedaba en casa cocinando y limpiando mientras él trabajaba. Aprendí a cocinar otras cosas aparte de nachos y ensaladas. Mientras, él iba a trabajar con su traje de corbata, se metía una raya (yo prefería el MDMA) y follábamos puestísimos. Después siempre se ponía muy pesado: “¿nos casamos?¿nos casamos?” —imitó su voz grave— y de repente, el hombre más progresista del mundo se volvió en el mayor defensor del matrimonio heterosexual. Me presentó a toda su familia, me llevó a barbacoas, de viaje al Caribe. Me presentaba como su prometida, y me daba ganas de arrancarme la piel a tiras. Sus tías le preguntaban cuándo íbamos a tener hijos, y me daban consejos de esposa evangélica que si no llega a ser porque se hubiese cabreado mucho, les hubiese dicho cuatro cosas. Y de repente vi una serie, y me di cuenta de que me estaba aislando de mí misma, y que no tenía nada si no era suyo, así que me puse a trabajar aunque no le gustase y después de un mes me fui sin avisar. Como si le hubiese importando mi opinión, de todas maneras. Y todo esto han sido los últimos 10 meses.
—Esto está muy jodido. Qué cojones… Yo ya sabía que mi ex era como era antes de salir con ella, pero esto de que al principio fuese así y luego diese un giro de 180 grados… Para poner los pelos de punta.
Chaewon se permitió reírse, con las lumbares apoyadas en la encimera y Minju escuchando justo delante suyo.
—Desde luego, ha sido un punto muy bajo. Dame otra más si quieres que siga hablando.
Llegó al fondo de la lata e inmediatamente abrió la siguiente. Minju hizo lo mismo.
—Me alegro de que sacaras tú el tema. Llevaba un tiempo queriendo preguntarte, pero me daba reparo.
—No me habría gustado mucho que me preguntes. Hago como que no, pero es doloroso. Prefiero... —trastabilleó— prefiero contar las cosas a mi ritmo.
Chaewon bebió, intentando esconder sus mejillas sonrojadas en la lata. Minju la empujó suavemente, otra vez al salón.
—No es justo que te haya pasado todo esto.
Chaewon intentó quitarle importancia, pero Minju se sentó en el sofá y siguió hablando.
—Hay tantas personas que no han tenido que pasar por ninguna de estas mierdas y son mas malas que el hambre. No han tenido un solo obstáculo y están trabajando en Hollywood. Y tú pasando por todo esto, por culpa de que no tenías un duro. No es justo.
Chaewon se sentó muy cerca suyo, y encajó sus piernas sobre las de Minju, forzando una comodidad que no sentía, pero que estaba segura de que terminaría por aparecer. Se secó las manos sobre la tela vaquera de su falda.
—Todo el mundo tiene su viaje. Este es el mío. A mi me han hecho mucho daño, y no es fácil decirlo. No es nada fácil admitirlo, y que tú puedas verlo. Espero que no juegue en mi contra. Me refiero, todo el mundo tiene el potencial de ser malo, de herir. Espero que no uses el tuyo.
—Estás muy mona cuando crees en la maldad humana.
La broma de Minju sirvió para quitarle hierro. Le estaba acariciando la espalda baja, y su sonrisa era suave como la tela de su falda.
—¿Crees que los seres humanos no somos malos?
—Tú la que más. Ven, acércate un poco.
Se sentó del todo sobre sus piernas y Minju la envolvió en sus brazos. Chaewon sintió menos aire en los pulmones. Su respiración se hizo más presente, igual que la de Minju.
—No, pero, en serio. ¿Los seres humanos somos buenos o malos?
Se sentía mareada, casi borracha, y cada palabra que decía tenía una intensidad que las hacía sentir más reales.
—Yo que sé, si no los conozco a todos.
—¡Cobarde!
—Esa es mi respuesta final. ¡Es lo que opino de verdad, no me mires así! Y además entiendo por qué tú piensas eso, pero…
—Cállate —bromeó Chaewon, empujando el hombro de Minju.
Minju la miró a los ojos y la empujó de vuelta, un poco más fuerte. Chaewon se sentía a punto de estallar. Otra vez más, Minju no actuaba, dejaba que se abriese toda esa tensión y se expandiese por todo el cuerpo de Chaewon, y estaba segura de que el suyo reaccionaba igual.
—La cama —susurró Chaewon.
Un estímulo invadió a Minju, y la hizo levantarse. Quedaron frente con frente, y pudo ver que en sus ojos había un incendio. Chaewon se preguntó qué pasaría si la enfadaba, cuánto podría llegar a descontrolarse.
—No puedes hacerme esto, Chae. No puedo pensar en otra cosa.
El corazón de Chaewon se revolvió, en contra de lo que estaba sintiendo.
—Vamos. Ahora. —No podía esperar más.
…
El sol seguía brillando, incansable durante todo el día, y Minju miró por la ventana, como ausente. Las dos estaban agotadas, y no sólo por el trabajo. El plácido momento, el abrazo cálido de Minju, el frescor del sudor sobre su espalda hacía que sus ojos se cerrasen sin poder evitarlo.
—Esta noche hay luna de sangre —dijo Minju.
—No lo sabía —murmuró Chaewon contra su brazo, con una voz adormilada —. Siempre que había eclipses y todas esas cosas, mi hermana, mi padre y yo los veíamos en el jardín. Apagábamos todas las luces, sacábamos la tienda de campaña y se veía hasta la vía láctea.
—Seguro que era muy divertido vivir en un sitio así.
Minju acarició suavemente su mejilla.
—Lo es —dijo, un poco más despierta —. Cuando era pequeña conocía todas las especias de plantas y animales que había. Me pasaba el día cantando y dando vueltas yo sola. Y mi padre y yo nos íbamos de expedición. Era nuestra cosa. Pero ya está todo pasado… —Se estaba emocionando un poquito, pero no por la muerte de su padre. Ella ya lo había considerado parte de otra vida cuando se marchó. Sólo echaba de menos no ser como era ahora. —No voy a volver ahí nunca.
—Lo entiendo. Yo tampoco quería volver aquí.
Minju estaba seria, y su voz era más suave que de costumbre. Como la tela de su falda, que ahora estaba tirada en el suelo.
Chaewon se acomodó mejor, de forma que veía la cara de Minju en toda su complejidad. Le encantaba su nariz, más bien grande, un poco caída en la punta, y la armonía en sus pómulos. Se sentía más pequeña que la otra vez. Completamente expuesta. Y Minju lo mismo.
—No quería volver nunca más después de que mis abuelos murieron y mis padres se separaron. Parece que este sitio está maldito desde entonces.
Minju parecía estar demasiado en paz como para dejarse caer por este tipo de lugares mentales. Eso parecía algo que ella misma haría, no Minju. Minju, que lo soporta todo sin moverse del sitio.
—Y volviste… ¿Por qué?
—Me quedé sin sitios a los que ir. Mi abuelo murió en un accidente donde yo trabajo ahora. Mi abuela se murió días después. Y mi padre se mudó a Arizona apenas un mes después. Todo se ha ido acumulando, y cada día echo más de menos la familia que tuve. Ni siquiera mis amigas pueden hacer que este sitio sea feliz otra vez.
—Las dos tenemos el mismo problema —dijo Chaewon.
El rostro estoico de Minju se sentía duro contra su clavícula cuando se refugió allí. La luz, cada vez más naranja, golpeaba a Minju en su espalda blanca.
—La noche que volví aquí, después de conocerte, vine aquí y dormí en esta cama por primera vez y me sentí como cuando era una cría y pasó todo esto.
Un cálido revuelo se formó en el pecho de Chaewon cuando Minju mencionó aquel día.
—Esa noche fue muy dura. Tendías que haberme invitado, y las dos nos hubiésemos ido a dormir contentas.
Le encantaba hacer sonreír a Minju.
—Lo más probable es que te hubiese llorado encima. Y sí… Tienes razón. Fue bastante estúpido negarme que me gustabas. Sólo quería protegerme.
—Así que yo te gustaba… Tú las matas callando.
Minju rió y lloró a la vez.
—Soy de lágrima fácil. Lo acabas de descubrir. No me sentía nada lista para tener algo con alguien, aunque en principio fuese a ser una noche. Y la verdad, todavía no me lo creo, que seas tu. Nos han pasado muchas cosas, y no estaba segura de que empezar una relación tan pronto fuese lo mejor para mí. Quería decirte esto… Que tengo miedo, supongo.
—¿Qué? —Ahora Chaewon estaba sorprendida.
—Estamos bien así, ¿verdad?
El rostro delicado de Minju mostraba duda por primera vez. Chaewon sujetó una de sus manos, pálida y huesuda, con las uñas redondas y grandes.
—Nunca te exigí nada, Minju. No quiero que lo pienses, porque yo no soy así, y nunca lo seré. Hago lo que me parece bueno en cada momento, y ahora eres tu, y no tenemos reglas. Puedes pensar todo lo que quieras, pero también tienes que sentirlo. Si no lo sientes, no me hagas creer otra cosa.
Chaewon no sabía si llorar o derretirse sobre la cama. Pero no quería salir corriendo. Sentía que todos los pasos que llevaba dados desde que empezó con Minju llevaban a algún sitio: llevaban a su bosque, en el que podía cantar todo el día.
Minju contestó, y entonces Chaewon sintió alivio verdadero.
—Entonces sí. A todo lo que tú digas. Me alegro de que te sientas igual que yo.
Capítulo 10
Si los niños terminaban con su paciencia, luego no tendría para lidiar con su hermana. Un nudo en el estómago, culpa de ambas cosas, hizo que Chaewon huyera de entre bambalinas para buscar un poco de aire fuera.
El asfalto recalentado ardía, queriendo comerse las suelas de goma de sus botas. Encendió un cigarro y tuvo que apartarse para dejar a un grupo de personas entrar al edificio. Apoyada en la barandilla de las escaleras de la biblioteca pública en la que había dado clases todo el verano, intentó bajar un poco las revoluciones de su ansiedad.
No era el público más exigente ante el que se había presentado, ni tampoco el escenario más prestigioso, pero igualmente, se sentía en la parte más alta de una montaña rusa a punto de bajar.
Vio a Yuri a lo lejos salir de un coche blanco de la docena que había en el aparcamiento, y dejó que ella se acercara.
—Mucha mierda, o como digáis los artistas.
Estaba sonriendo, aunque sólo ligeramente, como siempre hacía la madre de las dos. También estaba mucho mejor vestida que Chaewon, con una blusa de tela suave y vaporosa bajo una americana oscura, unos vaqueros informales para ir más adecuada a la ocasión,
Darle un abrazo quizás era un saludo demasiado efusivo, pero quedarse de pie fumando su cigarro no era lo que debía. Miró al suelo. Yuri llevaba unas sandalias con tacón. Desde pequeña Yuri había querido unas de esas.
—Gracias por venir.
En comparación con ella, iba hecha un desastre. Tiró el cigarrillo, aún a medias, y lo pisó fuerte contra el hormigón. Pero llevaba el colgante de Minju.
—Tengo que volver. He dejado solos a los críos, y tengo miedo de que monten un lío mientras no estoy. Luego hablamos, ¿vale? —dijo, y sonrió.
El camino de vuelta fue mucho más rápido de lo que fue el de ida, porque estaba casi corriendo entre los familiares aglomerados en el estrecho pasillo de paredes amarillentas y diplomas enmarcados.
A toda prisa, se repetía a sí misma:
—No tengas miedo, no tengas miedo.
Las 12 voces parecían 50, reverberando en las paredes vacías de la sala verde pistacho que hacía de bambalinas en esa tarima con cortinas a la que llamaban escenario, pero en cuanto se lo pidió, los niños se callaron. Para ellos, era la profe guay. Era adicta a la sensación de ser escuchada.
—Lo más importante antes de salir al escenario es dar buena impresión, así que no pueden oírnos gritar. Sé que estáis nerviosos, pero, ¿os acordáis de cómo os enseñé a respirar? Muy bien, igual que Valery —Añadió al ver cómo la niña cerraba los ojos con fuerza y respiraba profundamente—. Habéis trabajado muy duro, y estoy muy contenta. Ahora sólo queda mejor parte, que es enseñarles a papá y a mamá lo bien que lo habéis pasado en clase conmigo. Que no os digan que es imposible. Ahora vamos a acordarnos de cómo lo habíamos ensayado: May, sales cuando encienda la luz, y estad muy atentos de cuándo os toca salir. Ayudaos entre vosotros, sobre todo a Ty —su alumno más pequeño, de sólo 5 años—, y cuando terminemos saludamos como ensayamos la última vez.
Contó hasta tres mientras ponían las manos unas encima de otras, y gritaron cuando las levantaron a la vez.
—Estoy en el cuarto de las luces. Si hay alguna emergencia, venís a por mi. ¡Pero sólo si hay una emergencia! —dijo escurriéndose por la puerta.
Corrió a la sala y consiguió ponerlo todo en marcha 5 minutos después de la hora, y a partir de ahí, todo salió como estaba planeado. Desde allí veía el escenario de frente y el público por atrás, dividido en dos secciones en el pequeño salón de actos.
Con ayuda de los chicos, pero sobre todo ella sola escribió un guión, diseñó el decorado, la música, las luces, les enseñó casi desde cero. Había sido como planear un atraco, pensado meticulosamente y con altas probabilidades de no salir como debía. Ella misma tampoco se desenvolvió mal, por primera vez fuera del escenario en una producción. Por eso, la ansiedad se fue disipando una vez los tramos más complicados de la obra se iban resolviendo. Contaba con algún tropiezo, pero a los padres siempre les resultaban adorables. Incluso se acordaron de saludar al final, dándose las manos e inclinando la cabeza.
Su pasión era aquel subidón de que todo salga bien, de que el público estalle en aplausos. Aunque no fuese para ella, era contagioso. Sintió un pequeño dolor tirando de sus cuerdas vocales, corriendo al escenario por el pasillo central y se dieron un abrazo. Estaba contenta, orgullosa y podía respirar al fin, y también quería llorar. No quería despedirse de sus niños, no quería dejar el verano atrás.
Encendió las luces ante el pequeño caos de llantos y padres levantándose de los asientos, y aunque estaba ocupada dejándolo todo recogido, no paraban de hablar con ella. Daba la mano a todo el mundo, e intentaba escabullirse para terminar pronto. Tenía que hablar con Yuri, y luego había quedado con Minju.
Pronto, su hermana era la última persona que quedaba en la sala. No se había movido de su silla de plástico roja, a la mitad de la sala, hasta que pudo acercarse a Chaewon.
—Sabía que eras buena actuando, pero se te da bien todo esto. Incluso ser profesora, tienes buena mano con los críos. Yo no podría hacerlo, los niños me dan miedo.
Chaewon sonrió ampliamente, cerrando con llave la sala de las luces. Chaewon había probado muchas drogas, pero ninguna mejor que superar a su hermana en algo.
—Me vuelven loca, pero les encanto.
—Así que ahora eres directora… —Yuri se sentó en el borde de la tarima mientras Chaewon cerraba con llave la otra sala. —¿Encuentras algo de trabajo de teatro en este pueblo?
—Qué va. Estoy haciendo audiciones en Los Ángeles. Ya grabé algunas cosillas.
—Me gustaría verlas algún día.
—Son cortos, videoclips, papeles menores, esas cosas. Nada muy importante. Para tener que hacer eso, prefiero ser actriz de teatro, la verdad.
—¿No te dedicas al teatro, entonces?
Chaewon juntó todas sus cosas dentro de su bolsa de lona roja y se dispuso a salir por la puerta.
—Ya lo hice.
Yuri la siguió. La notaba seria, algo tensa. Sonreía igual que antes, igual que su madre.
—¿Y ya no?
—Ay, es una historia muy larga.
Quería restarle importancia, porque prefería no pensar en aquellos tiempos.
—Es que en este pueblo en medio de la nada, debe ser difícil.
—Me las apaño.
—Seguro que en Nueva York encuentras algo. He ido a obras muy buenas y me he acordado de ti. En Nueva York no tendrías que conducir durante horas hasta Hollywood.
—Pues imagínate cuántas tendría que conducir desde la otra punta del país —dijo, cortante—. No hay ningún otro sitio en el que vaya a estar mejor que aquí.
Se le había olvidado la facilidad que Yuri tenía para molestarla. Todo lo que decía tenía el potencial de ser hiriente. Además, tenía su pequeña estabilidad, los cimientos de la torre que estaba construyendo. Desde que Minju estaba ahí, todo era un poco más fácil y hasta podía olvidarse de que hacía meses que no se compraba ropa y que su coche estaba en las últimas.
—Me las arreglo bien aquí. —Quiso añadir “sin tí”, pero se mordió la lengua.
Llegaron al final del pasillo y Chaewon entregó las llaves a la conserje de recepción.
—¿Quieres saber qué dijo Martínez?
—Dispara.
Buscó su pitillera dentro de su bolsa roja.
—O en casa, o a juicio. Mamá está siendo testaruda.
—¿No se supone que él era el mejor? —Chaewon subió la voz. Buscó su mechero casi a golpes dentro de la bolsa— ¿Qué hago con mi trabajo? No tengo días libres, ni dinero para ir hasta allí, ni para quedarme en ningún sitio. ¡Como siempre, soy yo quien se traga el marrón!
Se puso el cigarrillo en los labios, y hacía tanto calor que podía encenderse sólo.
—Te ayudaré a encontrar otro trabajo, o lo que sea, pero no quiero ir a juicio con nuestra propia madre.
Yuri siempre hablaba con tanta tranquilidad, y a pesar de sus emociones fuertes, daba esa imagen de calma y racionalidad que tanto asco le daba a Chaewon. Y ahora venía a suplicarle que no la confrontase, con esa cara de niña buena y esa ropa de familia de bien.
—Un juicio no es nada en comparación con lo que nos ha hecho pasar. Y si no quiere darme mi dinero, es problema suyo.
—No quiero problemas con mamá. Sólo quiero hacerla entrar en razón, mi dinero y mis tierras.
Vio a Minju doblando la esquina, apoyada en el maletero de su coche con los brazos cruzados sobre el estómago. Pantalones negros, pelo suelto y una flor roja colgando entre sus dedos. Sonrió al verla, y la saludó con la mano desde lejos. Justo a tiempo.
Sujetó el cigarro entre los dedos mientras se acercaban. Le dio un breve abrazo, rodeándole el cuello con su brazo libre. Llevaba aquel pintalabios rosa frío, perfilado de un color oscuro. Quería besarla, pero con su hermana delante se le hizo imposible.
Antes de que fuera demasiado tarde, le dio un beso breve en la mejilla y Minju reaccionó con una sonrisa tímida, sin mirar a Yuri.
Minju le tendió la flor, roja como una granada y de pétalos carnosos.
Intentó adivinar la reacción de Yuri, pero si sentía algo al respecto de todo esto, era inescrutable. Volvió a poner los ojos sobre Minju.
—Gracias por la flor.
Los ojos de Yuri clavados en ella era como una barra de metal atravesándole el cráneo. Era incapacitante.
—Yuri, esta es Minju.
No añadió nada más. Yuri tardó en reaccionar.
—Encantada —Le tendió la mano, rígida y completamente hierática, y Minju devolvió el gesto.
—Igualmente.
Yuri puso las manos sobre las caderas y miró a Chaewon, de arriba a abajo, con lo que precibió como desaprobación.
—Vamos a acabar de hablar de esto.
—Vale.
Sólo se oían los coches pasar por la calle de al lado, porque ninguna de las tres dijo nada. Chaewon estaba esperando a Yuri.
—Puedo irme, si preferís —le dijo Minju a Chaewon en voz baja.
—No, no hay ningún problema, ¿verdad?
—Bueno. Que es el 1 de septiembre a mediodía. Ven si quieres lo que es tuyo, y sino no voy a luchar más.
Hizo el ademán de irse, pero Chaewon la agarró del antebrazo. La fulminó con la mirada, porque estaba enfadada, y sobre todo, confusa. La chica se deshizo de su agarre con brusquedad, y se dio la vuelta hacia su coche blanco.
—No hagas el tonto —dijo yéndose.
—¡Yuri!
Chaewon sabía que se estaba enfureciendo de verdad, de una forma que su hermana sólo sabía sacar. Era esa tensión familiar en la mandíbula y esa dureza en su respiración.
Yuri hizo caso omiso y se metió en su coche. Dio marcha atrás.
—¡Que te den! —Le sacó el corte de manga—. ¡Loca! ¡Estás loca!
Yuri se saltó la señal de stop para entrar a la carretera, y Chaewon perdió de vista el coche blanco. Sólo quería salir corriendo y perseguirla, como alma que lleva al diablo, un coyote por la carretera desierta.
Se quitó una lágrima de ira de la cara, casi como un puñetazo. No quería que Minju la viera. Ya había dado el espectáculo de su vida para ella.
Minju agarró a Chaewon de la cintura y la empujó a dentro del coche, y esta se dejó mientras gritaba, sin poder controlarlo ya:
—¡Qué le pasa ahora! ¿Por qué no puede comportarse como una persona normal? ¡Siempre tiene que tener la última palabra!
Minju se sentó en el asiento del piloto, y Chaewon a su lado. La chica tenía las manos sobre los muslos, y miraba de frente, a la vaya de alambre y naranja del sol poniéndose. Había una bandada de aves, y por primera vez en semanas, nubes grises en el horizonte, que venían de la costa. No la estaba mirando, pero deseaba que lo hiciera, aunque fuese triste o enfadada.
Chaewon no era capaz de pensar nada que permaneciese, como arena removida en una tormenta. Y el sedimento sólo era aquella rabia olvidada y latente. Respiró el aroma de la flor, manteniéndola cerca del pecho con sus brazos. Hacía fresco dentro del coche y notaba fría la piel de sus hombros.
¿Dónde estaba su lucidez cuando la necesitaba? ¿Dónde podía buscar, como hacía siempre, unas palabras bonitas que rompieran el silencio?
—Vete a casa si quieres. Cogeré el bus —dijo Chaewon, posando los dedos sobre la manilla de la puerta.
—No.
—No hace falta que estés conmigo si no quieres.
Minju se giró en el sitio y subió las rodillas al asiento. Su cuerpo miraba a Chaewon, pero a sus ojos todavía les costaba.
—Es mi culpa, no tendría que haber-
—¿Cómo pudo haber sido tu culpa? ¡Es mi hermana, que no soporta nada de lo que hago! No puede alegrarse por nada de lo que me pasa.
Hablar del tema dolía como brasas en la lengua. Acarició el pétalo de la flor que tenía entre las manos, suave como piel humana.
—Ya has visto cómo son las cosas.
—Injustas —dijo Minju—, y complicadas. Como en mi familia. Conozco esto.
Chaewon apretó su pierna, y sus uñas clavaron un poquito. Intentaba reprimir las ganas de llorar. Minju no entendió que no se refería a otra más que ella misma. Que ella era así, y atraía todo lo que le pasaba con ese temperamento, y que era indomable y estacional como las tormentas del pacífico sur.
—Así eran las cosas en mi casa. Cada dos o tres días teníamos una pelea así o peor —Se apartó el flequillo de la cara, sintiéndolo molesto—. Mi hermana y yo somos iguales.
Minju movía los dedos de una mano sobre el dorso de la otra, haciendo figuras repetitivamente, casi como ausente.
—A veces absorbemos lo mejor y lo peor de cada persona.
Dejó que sus palabras reposaran.
—Dime, Chae. ¿Por qué a mi no me dijiste que viniera a verte? ¿Por qué no a mi?
—¿De verdad querías ver esto? —dijo, sin querer creer— ¿Una versión infantil de una obra absurda? No pensaba que pudiese interesarte. Sólo invité a mi hermana para demostrarle que valgo para esto. Creía que de verdad no te importaba.
Lo sentía.
—¿Qué te hace pensar eso?
Minju intentaba mantener la compostura, pero también estaba dolida.
—Te mereces algo mejor que esto. Por eso te pedí que fuésemos juntas a celebrar que ha terminado.
—No sé como te lo tengo que decir, Chae, si mis actos no lo demuestran. Voy en serio contigo, y si tú no… Entonces no sabría qué hacer.
Minju era débil en ese momento. Un mal golpe en el lugar equivocado, y la perdería para siempre. Chaewon llevaba sumergida en agua, zarandeada perpétuamente durante tanto tiempo que la estaba cegando.
—Quiero que me veas en mi mejor momento. No como hoy, como ahora.
—Tengo fé en que llegará ese día. Tú también me verás mejor.
Su voz se desgarraba, y no sabía cuánto más aguantarían sin echarse a llorar.
—No esperaba que me entiendas. A veces pienso que sólo tú lo haces. Estoy aquí, malgastando mi energía en batallas perdidas con mi hermana, y podíamos estar haciendo algo que nos guste, a tí y a mí. —Remarcó bien esas últimas palabras, que le supieron empalagosas al decirlas.
“Y eres paciente conmigo, aunque te siente mal.” Quiso añadir. Se le escapó una lágrima.
Minju se ablandó, e invitó a Chaewon cerca suyo, donde sus pieles estaban en contacto. La sien de Chaewon dio con su hombro. Buscó su mano desesperadamente. Sus dedos también entendían sin esfuerzo a los suyos.
Minju apretó la mandíbula.
—Tu hermana… —dijo Minju—. No te ofendas, pero os saltáis las normas de tráfico con la misma facilidad.
Chaewon rió.
—Vámonos de aquí.
Compraron algo de cenar y algo de cerveza en una gasolinera, y salieron del pueblo en coche, hacia el norte.
Esa parte de California era todo praderas abrasadas y extractores de petróleo, que trabajaban como fantasmas negros, encadenados al suelo día y noche. Desde lo alto de la colina en la que pararon no podían verlos, pero sí oír su rumor.
Hacía mucho que no probaba la maría. No sabía que Minju fumaba, pero quién no en California. Se tumbaron en el monte, sobre una manta, y cuando se acostumbró a mirar al cielo, pudo ver una cantidad de estrellas que asustaba.
El cuerpo de Minju era una presencia que el suyo ansiaba. Le encantaba girarse hacia ella y que la solidez de su cuerpo la recibiese. La carne sobre sus costillas era real. Sólo estaban hablando de la vida, pero era el momento más mágico que le habían regalado.
—Creo que podría dedicarme a la enseñanza. Ser profesora de teatro. —dijo Chaewon, mientras le contaba todos los detalles que Minju se había perdido—. Aunque igual no sé lo suficiente todavía como para enseñar. Si ganase algo más de dinero dejaría el hotel y me dedicaría a enseñar y aprender.
Minju negó con la cabeza.
—Tienes toda la vida por delante para hacer eso. Ahora vete a Hollywood. Estoy segura de que eso es lo que debes hacer.
Su hermana no podía tirar abajo toda esta confianza.
—Es una de cal y otra de arena, ¿verdad? Me sale una cosa bien y la siguiente me viene con trampa. Ahora supongo que toca que el episodio que voy a grabar será la actuación que me haga famosa, a cambio de ir hasta Nuevo México.
—Me alegro de que hayas decidido ir. Yo te llevaré.
—No lo tengo decidido… Hay muchas cosas que están en el aire todavía.
—Iremos en mi coche, gracias a Dios, porque tiene aire acondicionado. Y no te voy a dejar tocar el volante. Pasaremos por Arizona, y no pagaremos hotel porque mi padre nos va a dejar dormir en su casa, comeremos sus enchiladas y por la carretera pararemos en todos los sitios bonitos a fumar.
—No lo sé. Todo mi cuerpo me grita que me aleje de ahí. Si pudiese vivir en medio del Océano Pacífico lo haría para irme más lejos aún.
—¿Sabes lo mejor del viaje? Vamos a cantar, un rato tu playlist y un rato la mía. Y no te preocupes, porque cuando hagamos una gira por Asia y otra por Europa no podremos estar más lejos de este sitio.
—¿No estás de broma?
—Nunca digo nada en broma.
—Y yo que pensaba que tendría que convencerte…
—No es verdad, tú no quieres que vaya.
Chaewon arrugó la nariz, pensando la respuesta.
—A veces la realidad no es blanco o negro, Minju.
Se rió, y levantó las manos.
—Has ganado este asalto. Te he hecho pensar, por lo menos.
—¿Eres mi novia? —soltó de repente, para evitar que el peso de la pregunta se le quedase dentro durante más tiempo.
—Si tú quieres sí, pero no es necesario si no es lo que quieres. O sea, si es por presión social o algo, de verdad que-
—Si no quisiera no te preguntaría —dijo, tomando su cara con ambas manos, forzando sus miradas a unirse.
—Es verdad.
Chaewon dio un beso de entre miles, esperando que la sinceridad con la que lo hacía llegase a ella.
—No te das cuenta de lo guapa que eres.
Se quedó ensimismada en sus ojos oscuros, las comisuras de sus labios carnosos, el pequeño lunar de su mejilla.
Era ella o ninguna.
—Tu sí que sabes lo guapa que eres, y lo aprovechas muy bien.
Capítulo 11
Cuatro prendas de ropa, algo de maquillaje, un cepillo de dientes y otro del pelo. Había aprendido a tener pocas cosas. Lo demás se lo robaría a Minju.
Ella todavía estaba acostumbrándose. Se quejaba un poco del desorden, pero Chaewon sabía que le encantaba que estuviera presente, moviendo sus cosas y dándole la oportunidad de colocarlas de nuevo a su gusto.
Aún no hacía calor, porque era demasiado pronto. La hora más fría que el final del verano californiano era capaz de dar.
Minju abrió la puerta del copiloto para Chaewon.
—¿Todo bien?
Minju parecía cansada, pero también mucho más ágil mentalmente que Chaewon.
Para ella, la subjetividad del tiempo se estaba acentuando mucho. Lo que Minju hacía en apenas un segundo, a ella le llevaba 10. No se creía que de verdad estuviera ocurriendo.
—Sólo estoy nerviosa.
Sentía una inquietud resbaladiza, como una membrana, y la sensación de no haber pegado ojo presionándole en el cráneo.
—Vamos a intentar divertirnos, por lo menos —dijo Minju, buscando la atención de Chaewon.
Le pidió que buscara algo que escuchar en la radio, y dio con un morning show normal y corriente.
“Las mañanas con Jerry Willow, condado de Cleburne, en el 100.8. Como siempre, esta mañana nos acompaña Layla Howard.”
“Buenos días, Jerry, son las 7 de la mañana y muchos de nuestros oyentes están empezando el día. Otros ya llevan despiertos un buen rato, buenos días para ellos también. Como siempre,, se han enterado primero en las mañanas de Jerry Willow. Acompáñenos a escuchar los titulares más importantes de hoy.”
Le mandó un mensaje a Sakura.
“Ya estamos yendo para allá”
“Peligro en un zoo de Florida: Los caimanes atacan a un hombre de 60 años y le causan lesiones graves”
“La familia real inglesa aterriza en Boston”
“Pretemporada de los Lakers, pierden el amistoso contra los Suns de Arizona en casa”
Minju chascó la lengua. La hizo sonreír. Se distrajo mirando su perfil, bañado en el sol matutino, las gafas de sol sobre el puente de su nariz.
—¿De verdad no es ningún problema que me quede?
Chaewon tenía tantas dudas sobre el futuro que la aguardaba que no se sentía capaz de soportar las de una persona más.
—Ya lo llevas haciendo un tiempo.
Era cierto. Chaewon estaba pasando más tiempo en casa de Minju que en la suya propia. Incluso pasando varios días sin ir a su buhardilla, que ya había abandonado. El mes se acababa, y tenía que salir del punto bajo, como un pozo, en el que había caído.
—Ya, pero tenía un sitio al que ir si no querías que estuviera.
Minju la miró, con su sonrisa de saberlo todo.
—Prefiero cuando estás conmigo.
Chaewon suspiró.
—Es que parece un sueño. Todo esto es nuevo para mí… Sentir que alguien me quiere en algún sitio.
—Ahora es así.
Chaewon se sintió a punto de romperse. Pero era demasiado pronto, y todavía tenían que pasar muchas cosas. Tenía que ser fuerte.
—Deberías de dormir un rato.
Estaba demasiado cansada como para negárselo, y el ronroneo de la radio la ahogaba en sus suaves palabras.
“Nunca se había entendido que querían decir los egipcios con sus jeroglíficos hasta que en 1799 Champolion descubrió la piedra Rosetta”
Se despertó un rato después. El sol había subido, tan pesado que cerró los ojos otra vez. No era capaz de decir qué había soñado, a pesar de que se había sentido inquieta hasta descansando, o cuánto había dormido. Podían haber sido dos días, y ya se le quitaría un peso de encima. Y Minju había estado conduciendo en silencio todo ese rato. Ya no había radio ni música.
—¿No estás un poco aburrida, así en silencio? —dijo, frotándose la cara, estirándose bien a pesar del espacio reducido.
—Un poco, no te voy a mentir. Pero está bien. De pequeña, cuando iba en el coche con mi madre no solía poner música, así que me iba imaginando historias sobre la gente que vive en el desierto. La que más me gustaba era la de que se estropeaba el coche delante de un pueblo fantasma y una señora muerta nos invitaba a galletas. También estaba mi interés amoroso, una chica fantasma.
Chaewon se reclinó más en el asiento.
—Voy a poner la radio otra vez.
No quería ni un sólo pensamiento rondando su cabeza. Minju asintió.
—Pon música.
—¿Qué?
—Yo que sé… Clásica.
—¿En serio?
—No, era una broma.
Chaewon se rió un poquito. Movió el dial, buscando lo que más pudiera fastidiar a Minju.
—¡Aj, no!
Estaba sonando el country más genérico que Chaewon había escuchado nunca, y estaba disfrutando de la cara de asco de Minju.
—Creo que es la peor canción que he escuchado en mucho tiempo. Pero no todo el country es malo.
—Todo el country.
—No.
—Eres demasiado cosmopolita.
—¿Y tu no?
—Vas a ver lo que es una chica del oeste.
Empezó Hotel California. Hasta Minju conocía la letra.
—Esto me gusta un poco más. Rock de padre.
—Porque está bien.
Se encogió de hombros, y Chaewon empezó a cantar, con una sinceridad irónica. Se estaba divirtiendo. Chaewon empezó a gritar, y Minju la siguió. Nunca había oído un sonido suyo a más volúmen.
—¿No tienes un poco de hambre? —dijo Minju cuando Chaewon terminó de estropear el solo de guitarra tarareando por encima.
—Yo no, pero estoy segura de que tú sí.
—Pues vamos a parar en el siguiente pueblo fantasma. Para que me entere de lo que es ser una chica del oeste, porque aparentemente no lo soy lo suficiente.
Chaewon se rió en alto. Minju se había picado.
Sólo el olor de la comida hizo que todo mejorase instantáneamente. Todo tenía un poco más de color. El rostro de Minju tenía incluso más rojo en las mejillas. Hacía calor de verdad. Cada vez más, como si eso fuera posible.
Era un sitio demasiado soleado, y el aire acondicionado estaba demasiado fuerte. Los asientos estaban en las últimas, y las mesas podían estar más limpia, pero tampoco sucias. Había prensa, un pinball, máquinas expendedoras con condones y lubricante.
Una mujer les sirvió café de cafetera, y un plato a cada una. Desayuno americano, de huevos revueltos y salchichas con pan de molde, y unas tortitas. No estaban nada mal, sobre todo con el hambre que Chaewon arrastraba.
Mientras Minju seguía con su desayuno, aprovechó para estudiar el guión de lo próximo que iba a grabar. Estaba a la vuelta de la esquina. Pero era difícil hacerlo con Minju al lado. Intentó hacerlo moviendo los labios, sintiéndolo. Pero no llegaba al nivel que ella quería. Probó a hacerlo en voz baja, pero había demasiado silencio y se oía cada aliento que salía de su boca.
Dejó caer el libreto sobre sus piernas.
—¿No te sale?
—¡Deja de mirarme!
—No te miro.
—No es verdad.
Minju sonrió sin despegar los labios.
—Ya sé que te gusto mucho pero ahora no es el momento.
Minju sonrió, con todos los dientes, y despegó la vista de Chaewon. Bebió su café con mucha atención, como conduciendo su coche.
Ahora era Chaewon quien no podía dejar de mirarla a ella. Cómo se rascaba la ceja mientras leía el periódico, y sus labios al posarse sobre la taza de borde grueso.
Suspiró en alto, y Minju la miró otra vez.
—No puedo encadenar dos palabras. Para ya.
—Este sitio está lleno de gente, ¿y es por mi culpa?
—No me mires… En serio. Los artistas tenemos nuestras manías. Y no me escuches.
—Vale, vale —dijo, levantando las manos.
Minju asintió, divertida.
—Debería intentarlo otra vez. Aunque me distraigas. Y se sienta completamente inauténtico contigo aquí.
—¡No es a posta! —respondió, bromeando.
Le dio un par de oportunidades más, pero necesitaba estar sola. El tiempo se le echaba encima. Se preguntaba si en los próximos días tendría un solo minuto para ella misma. Controló su respiración.
—Me pone un poco nerviosa no poder practicar.
—Ya has practicado un montón.
—¿Me has oído en casa?
—¡No!
—¡Mira que intenté hacerlo cuando tu no estabas!
—¿Por qué?
—¡Me da vergüenza! ¡Es muy frustrante! Es como… un pianista ensayando por primera vez en una fiesta. No funciona así.
Minju se rió.
—¿Sabes qué voy a hacer con el dinero que me gane? Me voy a ir yo sola vivir a… A Iowa. Des Moines. Y me voy a comprar 20 pares de zapatos. Voy a contratar un chef privado, y no me vas a ver el pelo. Cuando me den el oscar te vas a enterar por la tele.
—¿La primera vez que te vea actuar va a ser por la tele también? —se rió Minju.
—No sé por qué dije Iowa habiendo tanto donde escoger. Mismamente en West Hollywood ya tardarías una eternidad en encontrarme.
—Ya encontré una vez mi aguja en el pajar. Puedo hacerlo dos.
—Calla —sonrió Chaewon.
—Tampoco suena tan mal West Hollywood. O Venice. Newport, Manhattan…
—O Beverly Hills, no te jode.
Se frenó un momento, y cuando volvió a hablar no había nada de broma
—Múdate conmigo a Los Ángeles. Alquilamos un apartamento. No tendré que depender de ti como lo hago ahora.
Minju también frenó. Todo su rostro cambió a una seriedad más habitual, como cuando volvía del trabajo.
—Así de repente.
Se mordió el labio inferior, pensándolo. Podía ver la idea formándose. No parecía descontenta. Seguro que había pensado en irse, de manera furtiva, como quien se deja seducir por el escaparate de una tienda pero nunca se atreve a entrar.
Cogió fuerza.
—Sabía que querías irte. Este no es tu sitio —No lo decía con remordimiento, ni rabia. Sólo recalcaba lo evidente.
—El tuyo tampoco.
Minju sonrió, pero no con la inteligencia sarcástica con la que lo hacía siempre, sino con derrota.
—Tengo que pensar en ello. Entiende que no puedo marcharme y ya está. Y ya te dije que no pasa nada porque necesites mi ayuda.
Chaewon tragó saliva.
—Quiero que vengas conmigo. No puedo quedarme más allí.
Cada palabra era como el impacto de un ladrillo.
—Lo sé, y no quiero estar sola, ni dejarte sola. Sólo déjame tiempo para pensar cómo. No es tan fácil para mí, Chae.
—Tú también odias el pueblo.
Apretó la boca, y miró lejos. No respondió.
—No quieres hablar de ello. —Chaewon se cruzó de brazos y se encogió en el asiento.
—No quieres oírlo.
—Si es tan malo, mejor no lo digas. Vámonos de aquí, tenemos que seguir con el viaje.
No estaba enfadada si quiera. Sólo rascaba por dentro, como la arena cuando te caes sobre ella. No sabía por qué respondió así. Tenía que haberle dicho que estaba ahí para escucharla. Que tenían que hablar del tema en profundidad. ¡Claro que conocía la teoría! Pero se le daba muy mal no caer en viejas costumbres.
Vivir era doloroso. Era como ver un bosque ardiendo. Las llamas escalan el aire como lagartos la roca, del color rojo más auténtico, el mismo sol, el oxígeno desapareciendo. Pero era un incendio. Los incendios ahogan, arrasan. Si te quedas muy cerca, te queman la piel. Provoca el peor dolor que existe. Parece que nunca va a desaparecer. Minju conocía ese dolor tan bien como ella.
Volvieron a la carretera. El coche aceleraba suavemente, incorporándose al ritmo de los demás coches.
—Lo siento, Minju. Cuéntame.
Minju extendió la mano. Se posó sobre su pierna y acarició su muslo. Chaewon quería derretirse de la vergüenza. Agachar la cabeza siempre había sido difícil.
—No soy tan valiente como tu, Chae, y no tengo la facilidad para cambiar que tu tienes.
Cogió su mano, ligera, con huesos como los de un pájaro. La apretó contra su cara, entre el cuello y la mandíbula, y cerró los ojos con fuerza.
—No digas eso. Cambiar siempre es difícil. Aunque ya no me afecta tanto… —Había pasado ya por muchos sitios—, pero te entiendo, Minju. No pienses que no.
Pasaron otro pueblo, y otro más, y el coche no se detenía. Minju le pedía a Chaewon que buscara el nombre de todas las sierras que aparecían a su lado. Y de repente volvieron a hablar de mudarse. Minju se estaba haciendo a la idea. Podía ver ilusión en la forma en la que sonreía mientras hablaba. En sus ojos.
—Quiero enseñarte un montón de sitios en Los Angeles. Los museos, Hollywood, el teatro… Quizás pueda llevarte a algún rodaje.
—A donde me lleves, todo me parece bien.
Ahora no pasaba nada por hablar del tema. Era raro. No había ya más rencor, y sentía su ausencia como la del agua en un embalse seco. No podía evitar acordarse de por qué estaba en el coche de ve en cuando. Intentaba ignorarlo, pero el camino era largo. Y además, el tiempo pasaba de una forma extraña. Muy lento, y muy denso, como si al respirar pudiera inhalar otra cosa más densa que el aire. Movía la pierna en un tic nervioso, y le pareció interminable hasta que Minju dijo que debían parar otra vez.
—¿Cuánto falta?
—La mitad, más o menos.
—¡Dios! —Chaewon se llevó las manos a la cara.
El río Colorado cruzaba la tierra bajo ellas, caudaloso y llenando de verde sus orillas. No era posible que de la tierra manase tanta agua. A lo lejos había montañas, pero en los alrededores inmediatos, un continuo de llanura árida y polígonos industriales.
Y de pronto el verde se terminó, y el único azul que quedaba era el cielo, tan árido como la tierra. No pasó mucho tiempo hasta que Minju salió de la autopista.
El párking estaba medio vacío, y la bandera de Estados Unidos se movía con el viento, atada a un poste alto. Aparcó entre un barracón y la pared de la tienda, a la sombra.
Fuera del coche el calor era infernal. Tampoco era cuestión del lugar, pues todo el verano, en todas partes, había hecho este calor.
Compraron unos granizados dulzones en la tienda y se acercaron a las vallas de metal que impedían el paso más allá. Un cartel ponía “Atención: Serpientes e insectos venenosos”. Las montañas se veían azuladas detrás del aire denso. El paseo fue breve y agobiante, pero necesario. Ahora Chaewon sentía ganas de correr. Intentó respirar hondo y sacudir los brazos.
Encendió la radio mientras Minju sacaba algo de comer del maletero. Chaewon encendió la radio, y pilló Sultans of Swing a medias. Se movió al ritmo, a medias, sin ganas de bailar del todo. Para que Minju la viera. La miraba sólo a ella, bajo la visera de su gorra blanca. Su piel tenía un brillo fulgurante, sobre sus hombros desnudos.
Se acercó y la besó, con cuidado, como las llamas queman el papel. Le cogió la mano y la sacó a bailar. Uma Thurman y John Travolta, sólo que Minju la observaba de pie. La estaba haciendo sonreír. Alguien podía verlas, pero no importaba. Estaba haciendo lo que habían acordado; pasarlo bien.
Entonces la canción cambió, y la bailó como una lenta aunque no lo fuera. Se agarró a su nuca, caliente, suave, y las manos de ella estaban en sus caderas. Los coches pasaban a toda velocidad, como estallidos, y nadie se paraba a mirar a dos mujeres abrazadas. Vivir era doloroso, pero al menos existen algunos momentos especiales.
Minju habló:
—Bienvenida a Arizona. A su derecha, encontrará desierto, y a su izquierda, más desierto. Si mira arriba, verá el sol. Le deseo una feliz estancia.
Capítulo 12
En sus horas más bajas, Chaewon pensaba en volver. Pensaba en su casa, cálida en el invierno, ardiente en el verano, como un baño de espuma. Qué bien se siente sumergirse en una bañera caliente, y olvidarse de los problemas entre el vapor. Pero no es más que una ilusión. A Chaewon lo que le gustaba era el mar. Nunca olvidaría la primera vez que tuvo el agua salada en los labios, sintió el agua fría contra el sol caliente. Las partes tibias de su cuerpo se quejaban; su cabeza, bajo el brazo, entre las piernas… El agua fría que tanto anhelaba ese verano hacía notar su ausencia en el coche.
Se encontró a sí misma conduciéndose otra vez a aquella casa, a su pena capital, sólo estaba decepcionada con ella misma. Y aún así, seguía.
—No puedes ir tan despacio. —Minju se estremeció cuando una ruidosa camioneta pickup pasó quemando rueda—. Vamos a causar un accidente.
Los viejos granjeros de la zona conocían las carreteras de las montañas como el patrón de sus venas, y adelantaban como balas a quemarropa. Chaewon también las recordaba, vagamente, en sus huesos. Recordaba las laderas y los matorrales secos que se despeñaban. El viento de alta montaña, como un piano desafinado, la empinada cuesta que el todoterreno de su padre sibía como si fuera nada, cargado de carbón, bajando lleno de madera. Vendían los troncos en el pueblo, y luego comían costillas.
Iban a misa, a la pequeña iglesia de madera que habían construido antes de que los antepasados de Chaewon llegaran por esa misma carretera. Cuando era pequeña, su madre le ponía vestidos por debajo de las rodillas y unos calcetines con pompones. Y a partir de octubre el frío arreciaba, seco como una cámara frigorífica, llevaba chaquetas de lana que picaban y abrigos de plumas. Esos días helados no quería salir de la cama. Las sábanas eran su prisión favorita. Y cuando se levantaba, no se quería despegar de la chimenea. Chaewon había nacido para el verano.
Solía cantar en el coro de la Iglesia. Llegó a ser solista, y se le subió un poco a la cabeza. Pero después se fue por el mal camino, después de haber intentado compaginar ser lo que su madre quería que fuera con ser ella misma. Siempre había sido un poco rebelde, pero cuando se fue Minju, se desató como el incendio que era.
La frialdad de aquellas costillas de domingo desde que Yuri se marchó no tenían nada que ver con la bienvenida que les dieron a Minju y a ella en casa de su padre.
Él se llamaba Rick, su mujer Isla. Él cocinaba el pollo picante para las fajitas como lo habían hecho su madre y su abuela antes, y ardía en la lengua, en el esófago, y no bastaba con beber agua: había que meterse en el mar.
Llegaron a aquella ciudad de alrededor de Phoenix después de la hora de cenar, pero las estaban esperando con el estómago vacío. Cuando Minju y ella estaban solas, comían cuando tenían hambre, bien entrada la noche. Incluso se iban a dormir bastante tarde. Sacrificaban un rato de sueño a cambio de su compañía, y Chaewon la necesitaba para poder sobrellevarlo todo. La familia tenía un horario fijo, y rara vez se lo saltaban.
—Hay que aprovechar cada ocasión para estar con la familia —dijo Rick cuando Minju insistió en que no hacía falta.
Rick amaba a su familia. Quería a su hijastro como si fuese propio, y trataba a sus dos hijos pequeños como reyes. Era considerado con su nueva mujer, y le preguntaba constantemente si necesitaba ayuda.
—¿Pongo la mesa? ¿Saco un mantel? ¿Quieres que corte yo el pollo? Trae, ya les sirvo yo el agua.
Minju y ella hablaban, frenéticamente, todo el rato, sobre todo lo que se les ocurría. Pero el padre de Minju lo hacía de forma natural. Era como Chaewon. Lo sentía en la misma sintonía. Su mujer estaba harta, cariñosamente, de que siempre contara las mismas historias. Las que menos le gustaban eran las de Siria.
—Cariño, los niños se ponen tristes.
Minju también se ponía triste, lo podía notar, pero Rick no podía parar de hablar.
—Entonces el sargento dijo: “¡Cadete, estire la espalda” Y el cadete respondió: “Hoy nos hemos levantado con mal pie, sargento.” Ese día supe que íbamos a morir todos.
Y conseguía que sonara gracioso.
El hermano mayor no se reía, nunca hablaba, sólo miraba al infinito. Los dos pequeños no se cansaban de hacer ruido y correr por ahí. No había forma de que parasen quietos. Gritaban cosas sin sentido que habrían aprendido en clase hasta que el padre de Minju habló del amistoso de los Lakers en Arizona y Minju se metió en una pelea rastrera con ellos.
—¡Los Lakers perdieron a su mejor jugador al fichar esta temporada!
—¡Da igual, porque los Suns no se meten a la final ni aunque los Lakers tiren de espaldas toda la liga!
Minju se divertía sonriendo con malicia a sus hermanos, y ellos la provocaban hasta el punto de ser agresivos. Pero aún dentro de un afecto fraternal que claramente estaba presente, Minju no tenía la llamita en los ojos que tenía cuando estaban solas.
—Me ha dicho Minju que tienes un coche bien guapo.
—No, no. Sólo tiene un par de pegatinas.
—Me refiero a que es raro. Nunca he visto una marca española en América.
—Ah, no lo sé. ¿Cómo le cuentas esto, Minju?
—Es la única forma de llamar su atención sobre algo. Baloncesto o coches.
—De joven conducía rallies. Pero lo tuve que dejar cuando tuve a Minju. Es peligroso.
—Las enchiladas están de muerte, por cierto —dijo Chaewon, sirviéndose otra.
—Dile a Minju que te las haga.
Minju estaba muerta de vergüenza.
Se acabó una cerveza, y abrió otra. A Minju no le gustó, igual que a Isla cuando Rick hizo lo mismo. Pero Minju se sirvió otra también, y sus hermanos casi se la roban. Ella ya no estaba de tan buen humor. Ella nunca estaba más de una hora sin recordar cómo era su padre cuando vivía en California.”
Le dio otro trago. Minju se aferró a su mano con fuerza.
—Tenemos que ir a descansar.
—¡Oh! Claro, claro. A las 6 en pie, como en el ejército.
A Chaewon no se le borró la sonrisa, y tampoco lo deseaba. Quería congelar el tiempo, que no llegara el mañana. Había alguien que en medio del desierto de Arizona, en las montañas escarpadas de Nuevo México, en la ciudad de California la quería, bajo un lago, en medio del incendio, daba igual. La quería mutilada, ciega de amor, sola y perdida.
Cuando se fue de casa, fue como arrancarse los dedos a mordiscos. El mismo dolor agonizante. Tuvo que coser el hueco que dejaron y buscar unos nuevos allá donde fuese. Ninguno tardaba en irse, y esperaba que Minju no lo hiciera pronto. A ser posible, nunca.
El dolor era desgarrante. Miró los ojos de ángel de Minju. Sus ojitos negros decían “¿Cómo puedes pasarlo tan bien con alguien que me hirió tanto?”
Todo en ese momento era un sueño, no por bondadoso, no por idílico, sino por irreal. El mundo perdía su plasticidad. No podía frenar el dolor, y podía echarle la culpa a su madre, por negligente; a su hermana, por desentenderse, o a su padre, por morir. Pero todo lo que le hacía a Minju era bajo su responsabilidad.
—Lo siento mucho por todo.
Quería dirigir todo su malestar a algún sitio, porque no podía seguir vagando sin rumbo ahí dentro. Hay muchas formas de torturar el cuerpo, esa masa de carne que peca.
—Chae, ya pasó. Concéntrate o conduzco yo.
“Soy mayor”
—Yo puedo.
—Tú puedes.
Minju era la mejor.
Y la carretera se hizo pista, los arbustos secos saltaban a por ellas. Su padre tendría que haberlos segado esa primavera, pero mayor, enfermo, en una silla de ruedas, ya poco podía hacer por su finca.
Y después de tanto dolor, había podido ser feliz. Hablando con Minju, entendiendo lo que hay dentro de sus ojos, un poco más allá.
Capítulo 13
La bandera de Estados Unidos ondeaba en el porche, desteñida tras tantos veranos. Aún así, seguía destacando sobre cualquier paisaje, erguida y sedente. La hierba áspera llegaba por las rodillas y las golpeaba con el viento. Chaewon ya se había preparado para ello. Llevaba sus vaqueros largos favoritos, que se hacían anchos por debajo de la rodilla para llevar unas botas como las que solía llevar su padre, de tacón redondo y puntera afilada. Ella no tenía ninguna de esas, pero llevaba unas deportivas.
Minju también llevaba pantalones largos, verdes, con grandes bolsillos a los lados, y una gorra oscura que destacaba contra su piel blanca. El sol rebotaba con violencia contra sus brazos desnudos, llenos de crema solar.
No hacía tanto calor como en el desierto. Los árboles del jardín, robles centenarios y algún manzano, daban sombra sobre la casa de listones de madera, tan vieja pero tan sólida. Más allá, había bosque. Hacía mucho tiempo que Chaewon no veía un bosque.
Todo estaba igual que como lo recordaba. El roble del columpio, las balas de heno que no entraban en el silo, las tejas rojas y la madera oscura. Pero era su madre la que estaba sentada en la mecedora del porche, no su padre, y Yuri estaba en el sitio que su madre solía ocupar, un taburete apoyado contra la pared de la casa. Martínez intentaba acomodarse de pie, mirando el silencio entre las dos, y el abogado de su madre fumaba un cigarro en el otro extremo.
Irremediablemente, caminó hasta el porche, mirando fijamente a su madre. Minju la seguía de cerca. Su madre se levantó. Chaewon no se esperaba que al acercarse, ella echase los brazos al cielo y dijera:
—¡Mi hija! ¡Qué mayor!
Intentó no salir corriendo al ver la mirada de alegría en sus ojos. Alegría pura, y Chaewon no se imaginaba por qué había podido pensar lo contrario.
Era más mayor, y aunque no pasaron demasiados años desde la última vez que la vio, aún con una sombra de juventud, la vida no parecía haberla tratado muy bien. Tenía los ojos cansados, y aunque todavía no era vieja, era mayor. Sonreía hacia ella con las manos en las caderas.
—Hola, mamá.
Chaewon sólo oía el viento en sus orejas, moviendo las hojas de los robles, la hierba alrededor suyo.
—¿Quién es ella?
—Minju, mi novia —dijo, y contuvo la respiración.
La bandera de Estados Unidos ondeó detrás suyo, en un intento de llamar la atención. La mujer frunció el ceño y lo relajó otra vez.
—¡Que pase también! Aquí todo el mundo es bienvenido. Vamos todos para dentro, y esperamos al notario.
El recibidor estaba a oscuras, tapado con una cortina de cuentas, ahogado entre sus paredes llenas de fotografías. Su madre señaló una de ellas para que Martínez la viera, y también Minju.
Chaewon se sabía todas las historias de memoria. Su madre se las contaba a ella y a su hermana cuando eran pequeñas. El hombre del bigote era el bisabuelo que fundó la granja en 1901. Las tres chicas eran las hermanas de su padre en 1965. Las dos niñas de los vestiditos eran ella y Yuri en una época muy lejana. Sólo esperaba que Minju no estuviera escuchando.
—Bueno, pasad al salón. ¿Queréis café? Minju, hija, ¿quieres café?
—No, gracias.
Chaewon apretó la mandíbula.
—Yo sí, muchas gracias— dijo el abogado.
Todo estaba muy oscuro porque en verano siempre estaban las cortinas cerradas. Sino, la casa se convertiría en un horno. Los sofás seguían teniendo esas cubiertas de flores suaves, y las mesas esos mantelillos de encaje blanco. Y en la pared, rifles, uno sobre otro como las espalderas de un gimnasio. El cráneo de vaca sobre la puerta aterraba a Chaewon de pequeña hasta que aprendió a superarlo.
La mano gigante de Martínez apretó el hombro de Chaewon. Su reloj brillante lanzaba destellos contra la pared de madera.
—Va a ir bien, Chaewon. Sólo haz lo que habíamos preparado.
Martínez llevaba un traje de color claro, ajustado, y gafas de sol de marca colgadas de la camisa. Seguro que a su madre le había resultado extraño, como ver una fruta tropical crecer del roble del jardín. A saber de qué habrían estado hablando mientras esperaban.
Ella asintió, sin palabras arrogantes que decir.
Yuri se dirigió a ella y le dio un pequeño toque en el antebrazo.
—Estoy aquí para apoyarte.
Estaba muy asustada porque de repente todo el mundo le prestaba atención otra vez. Como ir al despacho del director después de haberse portado mal, y que sus padres y profesores estuvieran allí juzgando qué hacer con ella.
Su madre volvió con el abogado y el notario. El abogado llevaba entre las manos su taza de los Beatles. Se la iba a llevar a casa, igual que su sombrero.
Entonces empezaron a hablar, y no entendía la mitad de la jerga legal de los abogados. Ellos parecían estar en su mundo, y su madre la miraba sólo a ella. Chaewon rehuía su mirada, pero tampoco se atrevía a mirar a Minju, que estaba sentada a su izquierda, aunque sólo quería darle la mano. Tampoco miraba a Yuri, su falda por encima de la rodilla, que en otros tiempos hubiera sido impensable para ella.
—Lo que mi cliente alega es una falta del cumplimiento de los deberes como hija de…
Nada tenía sentido. Cómo se atrevía su madre a contar semejantes mentiras, a quitarle lo que es suyo sólo para hacer que volviera.
Se movió en el sitio “¿Cómo te atreves, mamá? Yo nunca hice nada por haceros daño…”
—No te preocupes, Chaewon. —Martínez habló en voz baja para ella, y le dio la vuelta a la situación de una forma que ella jamás podría.
Ella no era tan fría. Tenía mucho calor, entre las dos chicas. Se quitó el pelo de la nuca, se apartó el flequillo. A su madre no le quedó otra que ceder, y le tuvo que hacer un cheque de unos cuantos de miles de dólares. Podía ver una dulzura en su madre que creía imposible cuando le dio el talonario, directamente de su mano. Firmaron unos papeles, y ya era libre.
Yuri se levantó del sofá, luego Minju, y esta le dio la mano para levantarla.
—Quiero ver mi cuarto. Espérame aquí —le dijo, sintiéndose algo ausente, como vapor de agua.
Empezó a subir las escaleras, que crujían bajo su peso, y sintió el eco de los pasos de su madre detrás de los suyos.
—Espera un segundo, hija, que está llena de polvo.
Abrió la puerta y se encontró con su antiguo cuarto en penumbra, la cama cubierta por un plástico y un olor prominente a cerrado. Se acercó a una estantería, llena de sus cosas de niña. Cajitas con joyas de plástico, los libros que leía en aquella época. Su sombrero estaba en un perchero, y llevaba así años, a juzgar por lo polvoriento que estaba.
Sopló la superficie y lo sostuvo en sus manos.
—Qué cosas más bonitas te compraba tu padre… —suspiró su madre. Había estado callada, mirando a Chaewon con una sonrisa.
La chica asintió, con un nudo en la garganta.
—¿Le echas de menos, Chaewon?
Encogió los hombros. No quería decirle la verdad. Que no. Que estaba mejor sola.
—¿En qué trabajas?
—Soy actriz.
—¡Justo lo que querías! ¿Estás contenta?
Nunca le dijo nada así en el pasado.
—Sí, mamá. —No tuvo que esforzarse en mentir esa vez —Sólo quería mi sombrero. Ya me voy.
Intentaba sonar calmada, intentaba que sus brazos cayeran a los lados de su tronco sin tensión, no hacer ningún gesto en sus cejas que delatara los malos sentimientos que estaban intentando engullirla.
—¿Te seguirá valiendo? ¿Para qué lo quieres, si ahora ya no te hace falta?
—Es muy bonito.
El cuero negro era suave y rugoso a la vez, como una fina esponja, y la forma de su ala era majestuosa, como un halcón. No tenía ningún ornamento más allá de su forma, y su encanto estaba en su sencillez. Los de Yuri nunca eran tan sencillos, con sus cintas decoradas, o sus remates en metal.
Su padre fue de todo menos un padre ejemplar, pero entendía a Chaewon de alguna manera.
—Cómo le echo de menos… —dijo su madre, acercándose a Chaewon y sacudiendo con sus manos un poco de la suciedad.
En parte lo sentía por ella. Chaewon también echaba de menos tener padre, aunque ella fuese la primera de todas que había sufrido su ausencia.
—Tengo una cosa para tí. Mi abuela me lo dio a mi cuando tenía más o menos tu edad y me casé con tu padre.
Enseñó en la palma de su mano una cajita pequeña, de una madera suave como el cuero del sombrero, oscura y brillante, como una laca. Se atrevió a abrirla, esperando lo peor. Su pulso se disparó y sentía la sangre abandonar sus sienes.
Dentro había una cadenita de oro, tan fina que había visto agujas más anchas, y al final, una cruz sencilla y tan pequeña que podía parecer inofensiva.
—Dáselo a Yuri. Yo no…
No era capaz de verse en una futura nueva casa, despertándose en la misma cama que Minju para ponerse eso sobre el pecho. No cuando ya tenía la baratija de hierro que Minju le había regalado por su cumpleaños.
—No, tómalo.
—No —dijo, firme.— No puedo ser así, mamá. Ya sabes que intenté ser así y no pude. Dáselo a Yuri, a ella le gustará. Ella se lo merece de verdad.
Tenía las lágrimas atravesadas en la garganta. Lo puso de nuevo en la mano de su madre, e intentó rodearla, pero su madre se movió para cortarle el paso.
—Siempre quise lo mejor para ti. Te lo di todo, y aún así no lo aceptaste, Chaewon.
—Lo siento. No lo quiero —dijo, y sonó a disculpa de verdad.
—Tu padre y yo hemos sido unos malos padres. —Ahora no quedaban buenas formas. Se acercó a la ventana del cuarto, que daba a un jardín trasero. Un claro del bosque lleno de matorrales de arándanos.— No hemos sido capaces de inculcarte un solo valor que merezca la pena, ¡pero estás a tiempo de no tirar tu vida por la borda! ¡No es tarde! Seguro que llevas una mala vida tu sola, tan lejos de casa. Puedes volver cuando quieras. Te espero aquí con los brazos abiertos.
Chaewon apretó los labios, con la respiración temblando de rabia. La vida la había curtido bien después de hacerle daño. Su rabia no tenía esa fugacidad y esa agresividad. Ahora palpitaba y quemaba en una magnitud adulta.
—¡No, no! —Se dio la vuelta y echó a caminar escaleras abajo, y le recordó demasiado a cuando no era más que una niña.—¡No lo entiendes!
—¡Claro que lo entiendo! ¡Todos estamos confundidos a veces, pero Dios nos vuelve a guiar al camino!
—Qué camino ni que camino —dijo por lo bajo. Sentía que le iban a estallar los vasos sanguíneos del cuello.— ¡Si me fui fue por algo! ¡Acéptalo!
De pronto todo el mundo estaba en el rellano de las escaleras, y todo el mundo la estaba mirando. Rodeada de varios pares de ojos para los que era la mala. En pleno arrebato de pánico le arrancó la taza de las manos al abogado de su madre.
—Esto es mío. Hasta luego. —Miró a Minju, y asintió.
Minju asintió de vuelta.
—¡Pero cómo te atreves! —gritó su madre, señalando con el dedo.
—¡Chae! —Su hermana corrió para ponerse entre ellas dos, pero Chaewon no quería oírla.
—Dile que no vuelvo nunca más.
Yuri abrazó a su madre, reteniéndola en medio del salón, y el abogado hizo lo mismo. Era normal que las cosas terminaran en drama en esa casa. Oyó los llantos de su madre, y se rió.
Le dio la mano a Minju, y empezó a correr ladera abajo, arrastrándola entre las hierbas altas y amarillas. Dejó atrás el bosque, el cielo de montaña, los pinos centenarios que lo llenaban todo de agujas. Tenía cosas más importantes que hacer a partir de ese momento, ahora que tenía su dinero.
Capítulo 14
Minju llevaba la taza de los Beatles entre las manos, bien asegurada. Miraba a lo lejos, los valles y el cielo, mientras bajaban la ladera de la montaña.
—No me creo nada de lo que acaba de pasar —dijo Chaewon, sonriendo como nunca.
Minju frunció el ceño.
—¿Qué pasó ahí arriba?
—No te pongas tan seria, Minju —dijo sin perder la sonrisa.
—Estoy preocupada, no lo puedo evitar.
—Todo salió bien. Y además vas a conocer a Kura.
—Tenemos distintas definiciones de bien. Y cuidado con el embrague si quieres llegar con el coche entero a casa. — Minju levantó la ceja, y ella también sonrió con su nota habitual. —Prefería cuando conducías tan despacio que corríamos peligro a ser arrolladas a que quemes el embrague.
—Vale, vale. Hago lo que puedo. La gente de aquí tiene todoterrenos por algo.
Comenzó a fijarse un poco más en lo que hacía, pero el silencio hizo que resurgieran los pensamientos. En realidad sólo quería llorar, y volver al apartamento de Minju, fumar, beber, dormir durante varios años abrazada a ella.
Pisó el acelerador un poco más de la cuenta, ahora ansiosa por llegar al restaurante en el que habían quedado con Sakura. Era el típico sitio de comida rápida de toda la vida, y había uno cada 20 kilómetros en aquel país, pero, de alguna forma, ese era el suyo.
Se bajaron del coche, y Minju respiró hondo. En esa planicie seca hacía algo más de calor. Chaewon se puso el sombrero negro. Sacó su pitillera, y le ofreció uno a Minju antes de meterse el suyo en la boca, pero Minju dijo que no con la cabeza.
—¿Estás bien?
—Me duele la regla. No es nada.
Minju se mordió las mejillas por dentro. Cahewon se metió las manos en los bolsillos y habló con el cigarrillo entre los dientes.
—En cuanto pruebes las alitas picantes se te va a olvidar.
Minju esbozó media sonrisa, y se sentaron en una mesa, bajo la sombrilla. Era de listones de madera, como siempre habían sido. Chaewon con una cerveza, Minju con Coca Cola. Sakura siempre llegaba tarde a todas partes. Se sentó a su lado, en el mismo banco que ella, y apoyó la cabeza sobre su hombro.
De vez en cuando miraba alrededor. No quería que nadie del pueblo las viera y arruinar el momento bonito. No podía soportar la idea de su madre tendiendo que defenderse de algo así después de ir a la iglesia el domingo.
Y cuando Sakura apareció, Chaewon corrió hacia ella, gritando como una niña. Se chocaron en mitad del campo árido y pisoteado.
—No me jodas, Chae. No eras una alucinación, sigues existiendo —dijo Sakura.
Apretó más el abrazo.
—Cállate.
—¿Qué tal con tu madre? —gritó con una sonrisa.
—¡Fatal! —dijo Chaewon, y se rió a carcajadas.
Volvió con Minju, que miraba al infinito como siempre, demasiado respetuosa.
—Kura, es Minju.
—Encantada —Minju salió de su ensimismamiento y le tendió la mano primero, y la miraba, perpleja, como hacía con todo el mundo al principio.
Sakura llevaba el pelo larguísimo, de color gris azulado. Llevaba el casco de moto debajo del brazo, negro y plateado, y nunca llevaba nada más elegante que un chándal. No tenía pinta de beber otra cosa a parte de Red Bull. Se sentó, y el viejo camarero que recogía mesas por el patio no reconocía a Chaewon, pero sí saludó a Sakura.
—No le digas nada a nadie que estoy aquí. Vengo de incógnito.
—No importa, todos mis amigos son de internet —y se rió con una carcajada.
—¿Sabías que el abogado de mi madre es el marido de la hermana de la vieja que nos daba catecismo? No uní los puntos hasta este momento, pero ahora todo tiene sentido.
—Vaya vieja tonta… ¿Cómo decía? “Lo que es de Dios es de Dios, lo que es de Disney es de Disney” —se rio.
—Sólo se me quedó una cosa de todo lo que decía: “Dios es como una Oreo”
—¡No me acordaba de eso! Vaya loca que estaba. ¿Te conté que Billy Ray Harper y Courtney Harris se casaron? ¿Y ella va a tener un bebé?
—Qué dices… Mira, yo no le daría un bebé a Courtney. No le dejaría ni sujetarlo en brazos.
—Ya… Y es que se les perdieron las alianzas el día anterior. Y además casi se quema la madre de él con unas velas.
—¡No me lo creo!
—¿Te acuerdas de aquella vez que nos la encontramos en un botellón subida en el tractor de su padre? Vaya circo. Se había quedado sin coche, pero no sin fiesta.
—Creo que son peores los problemas de ira que tiene.
—Cuando se puso a chillarle a su madre en medio de la iglesia… ¡Casi la pega! Qué tía… El pastor intentó poner paz, pero no paraba y no paraba.
—Y él es mucho peor. Es de Truth And Consequences.
—¡Buf! ¡No me acordaba de eso!
—¡Ya!
Minju no decía nada. Las miraba, como escuchando la radio, y tenía la mano posada en la pierna de Chaewon desde hacía un rato.
—¿Qué tal, Minju? —Apretó su muñeca— ¿Te sientes mejor?
La chica se sujetaba la cabeza.
—Sí, sí… No estoy acostumbrada a tanta altitud —se rió.
—Estas curvas…No hay ningunas iguales en todo Estados Unidos. En moto es mucho más divertido, si quieres te dejo probarla. Chaewon me dijo que te gustan.
—¿Cuál tienes? —levantó un poco la mirada.
Sakura empezó a hablar sin parar sobre su moto y Minju fruncía el ceño, escuchando. Chaewon se rió. Se sentía bien, a pesar de la amargura que tenía en la boca. Estaba contenta.
—Vaya par —dijo en voz baja.
Minju era preciosa, aunque tuviera que estar a la sombra todo el rato. Llevaba la gorra calada y se echaba crema solar cada pocas horas. Se le puso un nudo en la garganta.
Estaba bien que Sakura y Minju existieran en el mismo sitio. Eran dos personas a las que quería. Pero no le gustaba que Minju se arrime tanto al borde al pasado. No le hizo gracia que entrase en el salón de la casa y estuviera expuesta a todas esas fotos viejas suyas. Aquellos vestidos de domingo, los lazos en el pelo. Quería que la viera por como es ahora, y sabiendo cómo es Minju, sin fijarse las habría visto. Sus ojos siempre eran capaces de verlo todo. Se negaba a que pensara algo distinto de ella a partir de ese momento. Su estómago se retorció. Que no era la chica que le demuestra que es a diario, sino la versión que se quedó allí, con esa familia destrozada, temperamental e inmadura.
—¿Qué pasa, Chae?
Palideció.
—Voy al baño.
Se levantó del banquito de madera. No se estaba dando cuenta de que le dolía el pecho. Como si la estuvieran doblando desde dentro. Dio la vuelta a la esquina para ir al baño. Un baño en un barracón de zinc, agujeros en el suelo de hormigón y plantas muertas por el sol de verano. Basura tirada por el suelo que nadie recogería hasta que a alguien se le ocurra hacerlo, un charco de agua rara iridiscente.
Se encerró dentro, y abrió el grifo, pero se olvidó de qué hacer después. Había tantos sitios en el mundo, y estaba en uno al que ella amaba, pero no podía corresponderla. Igual que quería a su madre, a su padre, o la idea de que estuvieran allí, pero dejaron de estar. Estaba en un restaurante al que iba cuando Sakura y ella estaban enfadadas pero completamente solas, sin ninguna otra persona en kilómetros y kilómetros que pudiera comprenderlas. Pensando que a lo mejor uno de esos chicos en moto podían hacerlo. Miró el agua estrellarse contra el lavabo de cerámica. Después a ella misma, con unos ojos muertos, hecha mierda.
Pensó en ovejas. Un rebaño de ovejas blancas en la nieve blanca del invierno. En el trigo amarillo a finales de verano bajo el atardecer naranja.
Se preguntó qué estaba haciendo allí.
Capítulo 15
—Déjala que vaya. Necesita estar sola —dijo Sakura, agarrando el antebrazo de Minju con la dulzura con la que las chicas trataban a las chicas. Tenía una expresión amable, casi una sonrisa.
Minju dudó. Se había puesto de pie en cuando Chae lo hizo. Se soltó, también con delicadeza y apretó la mandíbula. Estaba tan preocupada que se sentía desfallecer.
—Finge que está bien durante mucho rato, y luego tiene que aceptarlo todo de golpe.
Ya lo sabía. Se sentó otra vez. Resopló, como un animal enjaulado. No sabía qué más decirle. Sólo quería que Chae estuviera bien.
Miró a Sakura. Tenía los dientes grandes, las orejas grandes y los ojos redondos como los de los ciervos. No sabía que opinar de ella. Era guapa, de una forma menos agresiva que Chaewon. Y conocía muy bien a su chica. Habían sido amigas durante muchos años, y eso le daba ventaja. Minju sólo sabía lo justo y necesario sobre Chaewon. Le gustaba su camiseta de Dr. Dre, pero todavía no sabía cómo decírselo. Ni si quería hacerlo siquiera. No sabía cómo interactuar ni por dónde abarcarla. Ni sus propios sentimientos, que prefería tener enterrados dentro.
Respiró hondo el aire caliente. Sólo quería fresco. Le dolía el útero. Bebió el fondo de su vaso, que era prácticamente hielo. Movió el cuello de su camiseta de sitio, que empezaba a molestarle y se quitó la gorra para secarse el sudor de la frente.
—Ha pasado por mucho.
—Ya lo sé.
Lo poco que había conseguido averiguar se le había quedado grabado en la placa de cobre debajo del monumento. Necesitaba una siesta y quizás pasar un rato en silencio. Dejar de estar tan pendiente de si Chaewon se cargaba el coche o de si venía un camión a toda mecha y se las llevaba por delante como dos hormigas en una tormenta.
—¿Te traigo otra Coca Cola?
—No hace falta. Gracias.
Frunció el ceño. Sakura era amable con ella, y no le salía hacerlo recíproco. Ella no era así. Sakura tampoco la miraba a ella del todo.
—Una vez les robó una moto a unos tipos. Fue muy divertido, sólo dimos un par de vueltas alrededor suyo. Pero tendrías que haber visto cómo salieron corriendo. Menos mal que no se lo tomaron a malas.
Minju intentó sonreír.
—Yo tenía las ideas, y ella las llevaba a cabo. Nos lo pasábamos muy bien, pero los problemas terminaban saliendo. Espero que contigo se deje querer mejor.
Minju casi se ahoga, muerta de ansiedad.
—Yo también lo espero.
Sólo podía preguntarse si algún día el shock saldría de Chaewon. Había visto esos ojos antes, en ella misma y en sus seres queridos. Cuando murieron sus abuelos y su madre estaba fuera de sí. Cuando su padre volvió de la guerra y le habían estropeado la voz.
Sakura era guapa, pero no su tipo, como Chaewon. En otra vida hubiese coqueteado con ella en un bar. Se parecía en algo a ella. Nariz larga, orejas grandes, manos grandes. Le sabía amargo en la lengua. Tenía un color de pelo interesante, un poco azul, un poco lila, como si no lo tuviera claro.
—¿Cómo os conocísteis? —preguntó Sakura, tomándose la confianza.
—¿No te lo contó ella?
—Quiero saber tu versión. Ella es una exagerada —se rió.
—Se pidió un whisky a las 6 de la mañana y después se cargó un neumático de su Seat Ibiza. Y yo tengo ese gusto en mujeres. ¿Tienes un cigarro? —Sakura dijo que no con la cabeza. La miraba con curiosidad, demasiado fijamente a los ojos.— Creo que la razón por la que le gusté de verdad es porque la rechacé unas cuantas veces al principio.
—Es algo que ella haría. Me alegro por vosotras —dijo, y sonrió.
—Sí. Gracias. Nos vamos a mudar juntas a Los Ángeles —quiso sonreír cuando se acordó.
Sakura pareció alegrarse. Pero Minju, de nuevo, sólo podía estar preocupada.
—¿Y cómo os conocisteis vosotras dos?
—Éramos unas pringadas. Realmente no teníamos tanto en común, ella sus gustos y yo los míos, pero fueron uniéndose. No me malinterpretes, si hubiera más gente rara por este sitio seríamos amigas igual, pero quizás no tan cercanas.
—Yo también soy de un pueblo.
Sakura asintió. Después apartó la vista y golpeó las yemas de los dedos contra la mesa.
—¿Entonces tienes moto?
Minju empezó a contarle sobre las motos de sus primos por no quedarse callada mientras esperaban.
Chaewon volvió y se sentó a su lado otra vez. Miró hacia ella un segundo, y deseó que hubieran sido varios minutos. Tenía cierta calma en sus facciones, y a la vez conservaba energía contenida en cada gesto que hacía. Y a la vez era tan guapa que parecía magia. Su pelo oscuro, su piel bronceada. Aún cuando se veía tan afectada.
Hizo como si nada y le dio la mano bajo la mesa.
Sakura era graciosa, no podía evitar reírse de ve en cuando, y se tomaba menos en en serio a sí misma de lo que Chaewon lo hacía. Minju no se creía capaz de hacer sonreír a Chae como lo hacía Sakura. Cuando estaban solas y Chaewon se hartaba de reír, era porque Minju era su espejo y era ella misma con su buen humor, que cuando estaba, brillaba por sí mismo.
No quería interrumpirlas, pero se estaba haciendo tarde. Le señaló la hora en el reloj del móvil, y Chaewon entendió el mensaje. La chica hizo un puchero de pena. No quería irse, pero tenía que marchar.
Sakura las acompañó hasta la puerta del coche.
—Me alegro de conocerte —le dijo ella, pero sin estar tampoco tan convencida como lo estaba con otras cosas.
—Lo mismo digo.
Le dio a Chaewon un abrazo profundo, muy lleno, y Minju miró al suelo otra vez.
—Que te vaya muy bien. Mucha suerte.
Chaewon se emocionó un poquito y la volvió a abrazar.
Minju estaba contenta por ella, a pesar del regusto. Así se sintió cuando volvió a ver a sus amigas después de unos años fuera de California. Quería lo mismo para Chae.
Se sentó en el asiento del piloto. Su mente se despejaba al conducir. Le encantaba pensar en cómo funcionaba la máquina, la gasolina por los pistones, el aparato eléctrico. Quién había decidido poner una radio dentro del coche porque se aburría, en por qué los caballos se llaman caballos.
Tenía claro que se le daba bien hacer lo que debía hacer por los demás. Darle espacio, como había dicho Sakura. Ella qué iba a saber sobre cómo es Chaewon, frente a su mejor amiga. Conducir por ella lejos de allí era lo mejor que podía hacer en ese momento.
Capítulo 16
El silencio absoluto solo demostraba lo que era obvio. Minju movía la pierna sin parar desde hacía un rato. Movía más las manos que los párpados. No quería hacerla sentir así. Miró su cara bonita detrás de sus gafas de sol y las manchas rojas que el sol había hecho en sus mejillas. Algo había cambiado entre ellas dos. Lo notaba, y cada vez que se daba la vuelta para plantarle cara se escondía en la sombra de una torre de culpa.
—¡Minju! Te has quemado. ¿Te duele?
—Sí… Bueno, no es para tanto. Sólo me quité la gorra un rato, te lo juro.
Chaewon se mordió los labios. Se dio cuenta de que nunca había había estado enamorada hasta ese momento. Hubo obsesiones, hubo metas al final de una carrera, buscó placeres inmediatos, pero se había estado fijando en granos de arena hasta que encontró cuarzo. La misma materia en el orden correcto. Y ninguna película podía haberla avisado de lo que se le venía encima.
Cuando todo era más sencillo no tenía tanto miedo. Ahora todo tenía más dimensiones. No quería saber qué pensaba Minju cuando se acercaba a ella. Sólo podía suspirar, con el llanto atrincherado dentro. Apoyó la cabeza en su hombro y miró arriba, a la base de su rostro, sus mejillas que eran como la sal recién cristalizada.
—Qué guapa.
Minju la miró durante un segundo. Estaba llena de compasión amable. Minju se ponía a su altura. Miró sus labios, y solo podía pensar en besarlos otra vez, hasta no poder más.
Sakura había reído, había gritado de alegría al oír cómo había superado a su madre por primera vez en toda su vida. Martínez y Yuri también lo celebraron en silencio. Pudo ver el alivio en los ojos de su hermana y una sonrisa de suficiencia en Martínez. Pero no vio nada en Minju.
—¿Crees que lo hice bien?
—No sé qué está bien o está mal, Chae. Pero tienes tu dinero.
Recordó la cruz de oro. Se preguntó si tenía que haberla aceptado.
—No sé si esto es lo correcto.
—Ya pasó todo.
—Pero duele —dijo, y se le empezaron a caer las lágrimas.
La miró otra vez con esa comprensión íntima. La quería mucho. Ella era como correr por el jardín o hundirse por completo en la bañera. Se sintió segura, triste como hacía mucho que no estaba, reconfortada, enfadada porque las cosas no le habían salido fáciles nunca, libre y muy ocupada. Muchas cosas se estaban quedando atrás.
—Los cowboys llevaban sombreros por algo —le dijo, todavía llorando, cuando vio las quemaduras de Minju irritando la piel bajo sus ojos—. Voy a buscarte uno como el mío.
Minju quería parar. Encontraron un bar de carretera a las afueras de un pueblo de la Arizona profunda y se sentaron en el aparcamiento. Ese día apenas había gente en ningún lado, como si la tierra se las hubiera tragado para que no vieran a Chaewon llorando.
Minju se estiró y tensó todo su cuerpo, como un gato, y bostezó ruidosamente. Chaewon hizo lo mismo sin poder evitarlo.
La mandíbula de Minju llevaba cerrada y tensa mucho tiempo. Sus ojos miraban al vacío, como si tuviera la cabeza llena.
—¿En qué piensas?
—En ti.
Que Minju pensara en ella de esa forma la ponía triste. Metió los brazos entre las piernas, encogida.
—Por favor, dímelo —rogó Minju. —¿Qué pasó de verdad?
Chaewon respiró hondo. No podía eludirlo más.
—No sé cómo hablar de esto.
Minju rodeó su cintura con el brazo y la pegó a ella. Pantalón vaquero contra pantalón vaquero, enredando sus brazos. Dejó caer su cabeza sobre el hombro de Minju. El sol les daba de espaldas, y sus sombras eran cada vez más largas. El día, como tantos otros, estaba llegando a su final.
—Aunque no te lo creas, el viaje ha tenido partes bonitas —dijo Chaewon.
—¿Sí?
—Cada vez que me tocas.
Minju se rió, entre la vergüenza y la adoración.
—En otra vida, ¿a qué te dedicarías, Minju?
—A absolutamente nada. Sé que tú serías actriz igual, así que la línea temporal no se alteraría mucho.
—No… Tiene que haber algo que te gustaría hacer.
—Si tengo que elegir… A lo mejor chef.
—Eso te pega. Y te gusta mandar —se rió.— Yo sería taxista en Nueva York. Me pasaría el día hablando con gente y escribiría obras de teatro.
—Después de todo lo que te ha pasado aún te siguen gustando las personas—dijo Minju, suspirando.
—Me encantan las personas. Pero toda la gente que he dejado que me haga daño eran monstruos.
—Lo dices como si fuera tu culpa.
—No lo sé. No sabes a cuántos sitios he ido sabiendo que me ponía en peligro.
—No es justo.
—Y lo que más miedo me da —La voz empezó a rompérsele—, es no saber cuándo va a ser la próxima vez. Hace mucho que no pierdo el control de esa manera, pero vivo con el miedo.
Encogió los hombros, permitiéndose llorar por fin. Minju la estrechó contra ella. Se sentía pequeña en comparación a las nubes kilométricas del cielo, rosas, naranjas y amarillas.
—Mi madre quiso darme un regalo y yo no lo pude aceptar. Era para una yo que no se fue. Pero no pasa nada, porque tengo el sol y la luna que tu me diste.
Sacó el pequeño colgante de debajo de su camiseta, y casi era su amuleto. Minju envolvió la mano de Chaewon en la suya. Chaewon se acomodó mejor sobre su hombro.
—Tendré que buscarle una cadena nueva, porque esta ya está casi gastada —dijo Chaewon en un tono más ligero, tan bajo que el viento casi ahoga sus palabras.— Te quiero.
—Yo también, Chae —dijo la otra chica, y apoyó su frente contra la suya.
Minju la retenía contra ella, y sus manos le suplicaban que estuviera. Comprendió que huir de Minju nunca más podría llegar a ser fácil; las raíces ya se hundían profundas en la tierra, y ella las dejaría descender aún más.
Capítulo 17
Chaewon era capaz de acordarse del sol naranja y el campo yermo. De haber llorado hasta el agotamiento y haberse levantado a la mañana siguiente como si nada, estar callada durante muchas horas mientras miraba por la ventanilla. El cielo azul y Minju. Empezar a llorar de la nada otra vez. De haberse metido otra vez en el coche para volver a casa con Minju. Estar en los brazos de Minju. Levantarse otra vez y haber cogido el coche.
No le gustaba el frío que hacía en aquel camerino. Se le ponía la carne de gallina. No sabía a quién pedirle que bajara el aire acondicionado. Las horas se hacían largas esperando. No tenía nada que hacer. No quería mirar el móvil, porque su hermana la había estado llamando. No era capaz de entender las palabras que leía en un libro. Repasaba el guion una y otra vez.
Los de vestuario le habían dado una camiseta de una tela muy fina, y unos vaqueros cortos que nunca se habría puesto. No le habían hecho un estropicio con el pelo y el maquillaje. Sólo parecía una chica tonta, y su tarea era esperar.
No quería hablar con su hermana. Otra vez, su orgullo y su rabia se estaban metiendo en medio aunque no quisiera.
—Señorita Kim —oyó decir.
Le sonaba su cara. Una gran presencia, una voz con mucha menos potencia que se perdía entre el ruido de fondo. Miraba a Chaewon como si tuviera que saber quién era ella, sin tiempo que perder. Su tarjeta de ejecutiva colgaba de una cinta encima de su blusa blanca sin una sola arruga. Era Kang Hyewon, la única mujer de su audición.
—Venga conmigo.
Era demasiado pronto, y había dormido demasiado poco para llegar apenas a tiempo al set. Era un milagro estar maquillada así de rápido.
—Vamos a hacer un único ensayo en plató, no hay tiempo para más.
El director estaba en su silla, gritando cosas mientras un montón de personas corrían de un lado a otro. Tenía una barba de tres días que empezaba a encanecer y su camiseta ya tenía verdaderos charcos de sudor.
Todos los actores se pusieron alrededor de un círculo y se fueron presentando.
—Yo primero… ¡Hola! Soy Linda Mizrachi y hago de la señora Graham —Sonrió exageradamente—. Y un dato curioso sobre mí… ¡Conocí a Michelle Obama en 1993!
Se preguntó quién le había dicho a Linda que era buena idea decir un dato sobre uno mismo. Se puso a pensar algo rápido.
—Soy Gregory Moore y hago del señor Graham. Y… Mi grupo favorito es Misfits.
—Yo soy Kim Chaewon, interpreto a Betty Graham. Y… —titubeó— soy de Nuevo México.
Unas 10 personas se presentaron después de Chaewon y no fue capaz de quedarse con un solo nombre.
—Soy Carl Sommer e interpreto al asesino —Y por fin nadie dijo nada más.
Se quedaron ahí de pie, mirándose los unos a los otros, esperando órdenes hasta que unos chicos de plató les mandaron apartarse. Un grupo se fue hacia una esquina.
—Cómo tardan estos muchachos de iluminación —dijo Carl Sommers, que luego la iba a asesinar. —Estos chicos hoy en día vienen sin saber cómo hacer su trabajo.
Se fijó en sus facciones. Había algo siniestro en su rostro. Como si lo hubiera visto en sueños. Tenía patillas como las de su padre, o algo, y había algo en su ademán, que podía ser producto de su imaginación o perfectamente real, que le recordaba a él. Le dio un escalofrío, y no por la camiseta tan fina que llevaba. No era casualidad que la vistieran así para interpretar a una chica a la que iba a matar un extraño por la calle. Le pusieron una peluca para que tuviera el pelo largo.
Hyewon les fue llamando para ensayar. Primero unas escenas en un comedor y en el cuarto de su personaje. Tenía que hacer de la chica más básica posible, que para sus padres era un auténtico ángel hasta que se enteraron de que bebía a escondidas con sus amigas. Un culebrón basado en el asesinato real de una chica, con todos los detalles más abyectos.
Después probó la escena en el callejón con aquel hombre, Carl. Visualizó cómo quería que saliera, recordó el texto, escuchó las instrucciones del director.
—Vale, cuando empieces a caminar por aquí, bajo la lluvia, va a salir de la esquina y tienes que dejarte tirar al suelo.
Le enseñó el recorrido de la cámara y practicó la escena con Carl.
—¿Qué haces? —le increpó él cuando se paró a respirar antes de intentarlo por segunda vez.
—Intento concentrarme —dijo Chaewon.
—No creo que sea tan difícil dejarse matar.
Por un momento tensó los puños, pero pensó que no merecía la pena gritar de momento. Tenía que comportarse un poco si quería trabajar.
Volvieron a intentarlo, y esta vez el director dio su aprobación. Eso significaba que tenía que acercarse mucho a él, y apestaba a alcohol amargo y tabaco.
Después, ensayaron la escena en la que él le pega puñaladas, y decidió que no podía soportar a ese tío. Se levantó antes de que el director dijera “corten”.
—¡Kim! Tienes que esperar un poco más.
—Sí, perdón. Lo siento. ¿Otra vez?
—No, pero acuérdate de hacerlo bien luego.
De verdad era una serie hecha contrarreloj.
—Estas chicas bonitas, que se creen que sólo vale con eso… —le oyó decir a Carl, y se tragó la bilis.
Se fue a comer y la señora que hacía de su madre, Linda, fue amable con ella. Los actores que hacían de sus padres se parecían más entre ellos que a ella. Tampoco era importante cuando una serie tenía un presupuesto tan ridículo.
—Carl es un viejo idiota —dijo Linda en voz baja.— Aquí ya nos conocemos todos. Se piensa que merece está a tiempo de conseguir el Tony, pero la única razón por la que le contratan es porque es más feo que una nevera por detrás y puede hacer de asesino y violador y esas cosas.
Linda trabajaba a tiempo parcial en un Burger King a pesar de tener más de 50 años.
Más tarde, mientras iba de camino al camerino, Hyewon la interceptó. Ella siempre parecía una muñeca, con el pelo recogido hacia atrás como una princesa y ese traje de raya diplomática con tacones.
Chaewon se quiso echar a temblar. Se sentaron en unas sillas del camerino compartido que tenía con todas las actrices femeninas, la mayoría extras o con papeles muy secundarios. Ellas estaban con sus asuntos, dejando que las maquilladoras hicieran su trabajo antes de que empezaran a grabar.
—¿Qué tal la grabación? ¿Es tu primera vez?
—Qué va… —Ese día no se encontraba más elocuente que eso. Ojalá poder tener la gracia que tenía siempre, pero se había perdido en algún sitio en medio de Arizona.
—Bueno, ¿entonces va bien?
—Sí, sí.
—¿Y usted, señora Mizrachi?
—Llámame Linda, por favor.
—Os necesitan a y media en plató. Con puntualidad.
—No se preocupe, señorita Kang.
—Vale. ¿No estás un poco nerviosa? — ella relajó la cara y Chaewon sacudió la cabeza— Si necesitas cualquier cosa, de verdad, avísame —Hyewon le puso la mano sobre el hombro al levantarse de la silla. Incluso sonrió amable.
Respiró hondo. Estaba acostumbrada a la presión que se ponía a sí misma.
Le pusieron otra vez la peluca y le retocaron los polvos de la cara. Estaba lista para ponerse frente a la cámara.
Primero fueron unos flashbacks, luego las primeras escenas en las que discute con sus padres y una fiesta con sus amigas, sencillo, apenas sin cambios de vestuario. Un trabajo bastante rutinario.
Luego encendieron la lluvia, unas mangueras colgadas de ganchos en el techo del plató, que empezaron a empaparla. Estaba sola, era noche cerrada.
Empezaba a oír pasos y aceleraba el paso. Se le aceleraba el pulso. Recordó los pasos de su padre, exactamente iguales, por los pasillos del instituto después de que la pillaran colándose en el laboratorio de química.
Cómo aceleraba el paso delante de él, intentando salir antes que él del instituto para que las hostias no le cayeran donde todo el mundo pudiera verlo.
Las casas se empezaban a hacer estrechas. Quería meterse en medio de dos para despistarle, y llegar antes a casa. Aunque no quería volver, seguía enfadada.
Sintió un cuerpo impactando contra el suyo, y salió rodando por el suelo. No conocía a esa persona, no podía ver su rostro. Como aquel hombre en aquella fiesta hacía un par de años. Acababa de robarle un cartón de LSD, y pensó que no se había dado cuenta. De repente, se dio la vuelta y le tenía encima, con la mano oprimiendo su cuello. Ese día terminó con la cara llena de moratones.
De repente tenía una navaja en el cuello, y no podía moverse. Igual que aquella noche en el pueblo, en aquella fiesta llena de gente mayor a la que no debió haber ido. Pensaba que esa noche por fin la iban a matar.
El grito que dio era real. Todo era real otra vez, junto, como cuando los sueños unen momentos que nunca pertenecieron al mismo lugar.
—¡Corten! —gritó el director, pero el cuerpo de Chaewon no respondía.
Tenía lágrimas por toda la cara, y no era capaz de hacerlas parar
—¡Bien, bien! ¿Qué ha sido esto? ¿Lo habéis visto?
No podía dejar de temblar. Los asistentes del director asentían. Chaewon seguía tirada en el suelo, intentando coger algo de aire.
—¡Todo el mundo! ¡Venid a ver la cámara! ¡Tu, chica, también!
Sólo Hyewon se dio cuenta de que seguía ahí tirada. El resto corrían a mirar la pantalla.
—¿Quedó bien? —murmuró Chaewon, respirando hondo, pero aún así entrecortadamente.
Hyewon tiró de ella hacia arriba, y la puso de pie.
—Excelente.
Chaewon se encogió cuando el director gritó:
—¡Eres una temeraria, chica! ¿Hacer contacto visual con la cámara de esa manera? ¡Magnífico! ¡Venid a verlo!
Miró la repetición. Veía su rostro sufriendo, intentando quitarse de encima a aquel hombre, y ni siquiera estaba actuando. Ojalá poder pegarle como se defendería si lo hiciera de verdad. Intentó examinarlo como lo haría un artista y no los suyos. Pero estaba demasiado metida en la sensación. Sus ojos en la pantalla dieron con la cámara, pero ella no recordaba haberla visto. No recordaba estar en el set. Sólo haber estado otra vez en el descampado del pueblo, rodeada de fogatas el solsticio de verano.
Carl susurró algo cerca del director.
—Sí, tienes razón. Deberíamos de repetir la escena sin mirar a cámara por si acaso. ¡Todo el mundo a sus puestos, vamos!
Era perfectamente consciente de que no estaba actuando. Estaba sufriendo, en vivo y en directo. A ella nunca la habían asesinado brutalmente, pero su cuerpo estaba recreando esa sensación. Primero se le iba el aire de los pulmones y tenía que boquear para que llegara algo. Luego sentía que el corazón le iba a mil, para terminar parando en seco.
De repente, Hyewon estaba encima de ella. Veía su rostro del revés. Sus ojos estaban abiertos de par en par, y tenía las manos puestas sobre sus hombros. Tocó el suelo. Linda estaba abanicándola, y notaba algo frío en la nuca.
Todo el mundo estaba mirando hacia ella.
—¿Estás bien?
—Estoy perfectamente.
—Hoy en día las actrices jovencitas no aguantan nada —dijo Carl con desprecio a un tipo de decorado que pasaba a su lado.—. Siempre andan sin comer, medio desmalladas.
Chaewon se levantó, lista para matar a Carl.
Capítulo 18
—No te preocupes, cariño, toda esta serie es bazofia ideológica para asustar a las niñas. A los padres de Fox les encantará esta serie. Y el estúpido de Carl Sommer… Ojalá ponerle a él a hacer el trabajazo que tu has hecho. Es muy fácil ser un hombre viejo y feo que finge que mata niñas. Además, hace 5 años dejó en ridículo a mi mejor amiga delante de Robert Eggers y me han dicho que le debe dinero a la mitad de personas medio famosas de esta ciudad.
Había sido una estupidez responder a Carl, pero no podía humillarla de esa manera, dejarla tirada en el suelo llorando y encima mofarse de ella.
Chaewon se sentía más sobrepasada cada segundo, subiendo una escalera que al final llevaba a una caída al vacío. Tirada en una de las sillas incómodas del camerino, no podía ni moverse. Estaba cansada de haberle gritado a Carl y que el la hubiera gritado de vuelta. Había montado un espectáculo incluso mayor cuando estaban las cámaras apagadas.
El director montó en cólera cuando puso a Carl en su lugar, y él comenzó a victimizarse, a insinuar que estaba agrediéndole. Ella era la agredida, no él.
—¡No quiero pataletas de artistas! ¡No hay tiempo! ¡Todo el mundo al segundo plató!
Pero Chaewon se marchó al camerino. Ni siquiera había montado la mitad del alboroto de lo que Carl había hecho parecer. Si alguien necesitara que escupiera un par de líneas cursis tenía que ir a buscarla hasta allí.
—Te ayudaré con el cadáver —dijo Linda para animarla. Chaewon suspiró. No se le había pasado el cabreo.
Estaban solas en el camerino. A veces había un montón de ratos muertos en los que no hay que grabar ninguna escena y el reparto estaba demasiado cansado como para ensayar. Y la señora Mitzwick hablaba ella sola, como una cotorra, y parecía no cansarse nunca, pero era la única que se había preocupado lo más mínimo por Chaewon.
Ya eran más de las 12 de la noche y Chaewon estaba allí tirada. Parecía imposible haber grabado todo eso en un sólo día. Aunque tampoco tenía tantas escenas, ni siquiera era la protagonista. Todo esto, para nada.
Linda la miraba. Provocaba pena en todas las personas que se acercaban a ella. Sabía que parecía un animalillo atrapado que lo último que es capaz de hacer es deshacerse en gritos por su vida.
Hyewon apareció en el camerino, abriendo la puerta sin hacer ruido.
—Podéis iros ya a casa. Hemos terminado por hoy.
Linda cogió su bolso y arrastró la silla.
—Qué paliza, hija. Nos vemos, Chaewon. Llámame si necesitas cualquier cosa.
Chaewon intentó sonreír, pero estaba demasiado cansada.
—Pobre niña —Linda la miró y cerró la puerta tras de sí.
Chaewon no hizo ni el ademán de moverse. Hyewon se paró de brazos cruzados detrás de ella. La veía a través del espejo. La miraba fijamente.
—¿Ahora vas a venir a soltarme una reprimenda?
—Sabes lo que haces, pero ten cuidado cuando te salgas del guión.
—¿Te crees que no lo sé? ¿Que quiero estar haciendo series de mierda y no hacer algo con sustancia de verdad? —dijo, airada.
Hyewon retrocedió unos pasos, pero tenía una expresión divertida, como viendo a un animal en un zoo tener una reacción violenta contra el niño que golpea el cristal. Le dio una tarjeta de papel con su número.
—Llámame un día de estos y te concerto una cita. Tienes lo que busco en mi agencia. No es muy grande, pero te puedo conseguir alguna cosa un poco más… artística. —Hablaba mirando a Chaewon por encima del hombro.— Puedes irte ya. Te espera tu hermana fuera.
—¿Mi hermana?
—Sí, está muy preocupada por ti—. Era condescendiente, pero con una nota de saber estar.
Chaewon estaba a punto de cargársela a ella también. Además, su hermana…
—Venga. Y no te olvides de llamarme.
—¿Cómo que mi hermana? —Se quedó atascada en ese detalle. No tenía forma de saber dónde estaba. Era demencial.— ¿Conoces a mi hermana?
Parecía que nada le importaba, tan tranquila que Chaewon parecía completamente loca a su lado.
—Sí, claro. Somos amigas desde hace años.
No quería aceptar toda esta situación.
—Oye. —Se giró hacia ella y la señaló con el dedo—. Si todo esto es porque te lo ha pedido, no hace falta. ¡Yo sé buscarme la vida!
—Y no lo dudo, cariño, pero las cosas no funcionan así en este sitio. Lo tomas o lo dejas.
Apretó los labios.
—No me pienso dejar mangonear por ninguna agencia. No nací ayer.
—Búscame si no te fías. Tú eres una profesional, y yo también. Venga, te espera en el aparcamiento. Te llamará alguien de producción si necesitan volver a grabar algo, y si necesitas cualquier cosa, avísame. Un buen psicólogo, o lo que sea.
Negaba con la cabeza, llenándose de rabia. Metió sus cosas en su bolsa a golpes y se giró para mirar la sonrisa de suficiencia de Hyewon antes de marcharse.
—Me gusta tu actitud —le dijo ella.— Eres materia prima de estrella.
Capítulo 19
Empujó las puertas de cristal del estudio esperando que fuera una broma pesada, pero ahí estaba su hermana, sentada de brazos cruzados en un pequeño muro. No tenía fuerzas para enfadarse, y aún así lo hizo.
—¡Yuri! ¡Te estás pasando! —Señaló con el dedo a su hermana, acercándose a ella.
—Por favor, no grites.
Yuri se levantó, y su expresión horrorizada invitó a Chaewon. Le clavó el dedo en hombro a su hermana, empujándola
—¡No te entiendo! ¿Qué querías desde el principio! ¡No sabes lo que es-!
—¡Basta, Chae! He venido a buscarte porque Hyewon me ha dicho que has tenido el ataque de ansiedad de tu vida y no sabía a quién más llamar. Ven, vamos .
Su hermana la agarró de la muñeca, pero ella se soltó.
—¡No!
—Vamos, puedes descansar en mi hotel y ya volverás mañana a casa.
—¡No! —repitió, como una niña pequeña.
—¡Déjate ayudar!
—¡No he pedido tu ayuda!
Su voz resonó en el descampado, flotando en el aire.
—No puedes no aceptarla ahora mismo. Debes de tener hambre. Podemos pillar una pizza de la que vamos a mi hotel.
Chaewon agachó cabeza, rendida.
—Tengo hambre.
Y dos dólares en la cuenta bancaria. Y siendo sincera con ella misma por primera vez en mucho tiempo, admitió que se sentía a punto de desmayarse. Y que había tenido un momento de angustia como los que ya no tenía. Por más agua que bebiera, esas lágrimas nunca se iban a reponer.
Su hermana la acompañó a su coche, empujándole la espalda con el cariño que creía perdido en el pasado. Como cuando era pequeña y le daba la mano para subirla al coche cuando su padre gritaba. Había sido la hermana mayor ejemplar.
—Hyewon me lo ha contado todo. No vuelvas a hacer nada por mi a partir de hoy —dijo abriendo la puerta del coche.
Yuri arrugó la frente mientras arrancaba el coche.
—Lo siento. No lo hice por mal.
Chaewon no tenía forma de asegurarse de ello.
—Siento que te debo una muy grande, Chae —dijo su hermana.
Fueron a por una pizza, la que pedían siempre de niñas. Ternera, pepperoni y maíz. Y tenía que fingir que no le dolía recordar todo lo que hacían juntas. Jugar con sus Pet Shops, hacerles casas con cajas de cartón, cansarse de ellas, tirarlas y volver a hacer otras nuevas meses después.
Su hotel estaba en el centro, y había cinco grandes estrellas de cristal sobre la puerta principal. Le mandó un mensaje a Minju para avisarla de que volvería al día siguiente. No le importaba si le parecía mal o bien en ese momento.
—¿Cómo puedes permitirte todo esto? —dijo Chaewon, con un matiz de desprecio.
—Martínez. Y Hyewon —añadió.— Son hermanastros.
Sacudió la cabeza una vez más. Todo estaba debajo de sus narices todo ese tiempo. Por fin alguien le explicaba algo.
El recibidor estaba bañado en una luz dorada, igual que el ascensor. Tenía hasta alfombras en las escaleras. Le recordaba a las fiestas a las que un tipo como Martínez la invitaba.
—No sé qué te debe esa gente —murmulló mientras entraban al ascensor.
—Hyewon fue mi primera amiga en Nueva York.
—Nada más ni nada menos. ¿Y qué te pasa con Martínez? ¿Te gusta?
—Es gay, Chae…
Frenó de repente en el sitio. Sentía que todo el mundo se ponía de acuerdo para contar la misma mentira. La tenían que estar grabando, como en el Show de Truman.
—No lo es…
—¿De verdad, Chae? ¿Piensas que porque sea masculino no le pueden gustar los hombres?
—¡Madre de Dios! ¡No me des los sermones que te daba yo cuando estábamos en el instituto! ¿Se te ha olvidado que eras tu quien decía esas cosas, o peores? —Cambió de tema de repente. No se sentía con ganas de contarle a su hermana de qué conocía a Martínez.
Yuri puso una expresión agria.
—Ya. Lo siento por eso también.
Llegaron a su habitación. Yuri no había pedido perdón en su vida, y ahora estaba haciéndolo demasiadas veces. Se alojaba en una de las mejores suites, con una sala de estar amplia, moderna y fría, y una habitación al fondo. No tenía mucha alma para ser un hotel tan caro.
—Mira, Chae, sólo necesitaba pasar fuera de casa dos semanas para darme cuenta de todo lo que había hecho. Y me llevo sintiendo culpable desde entonces.
—Pide un par de cervezas.
—No bebo.
—Las dos son para mí.
Yuri fue al teléfono con desgana e hizo lo que le pidió.
—¿No estás cansada?
—Todavía es pronto.
—No lo es. ¿Qué narices te pasa?— dijo, como una pregunta retórica.
Chaewon se dejó caer en el sofá de color negro y subió las piernas a la mesita. Se puso a buscar un cigarrillo en su bolso. Luego miró sus botas, y recordó que una mujer como ella tendría que limpiar toda la mierda que dejara a la mañana siguiente. Las bajó inmediatamente.
Yuri se movía por la habitación sin hacer nada y haciendo mil cosas a la vez hasta que llegó el servicio. Dejó las dos botellas de tercio encima de la mesa con un golpe seco. Chaewon abrió una con las llaves.
—Hoy has trabajado un montón, ¿verdad? —Yuri sonrió con un poco de compasión.
—Ahora ser actriz es un trabajo real para ti. Me alegra que también hayas cambiado de opinión sobre eso.
Estaba harta de sí misma y lo capulla que estaba siendo con Yuri. Pero era mucho más divertido que hacer las paces. Vio cómo se tragaba su orgullo.
—Tienes que estar muy cansada, después del viaje que has hecho estos días.
—Ya basta, Yuri, déjalo estar —dijo, pero esta vez sólo sonó resignada.
A Yuri se le cayó su pequeña sonrisa. Fue un gesto tan parecido al de su madre que le dio miedo.
—Vale. Cuando acabes con las cervezas vete a mi cama. Yo duermo en el sofá.
—Gracias —respondió, seca, y sonó el tintineo de la segunda chapa al caer sobre la mesa.
Le mandó un par de mensajes a Minju y se dejó caer en el asiento del sofá. Le dolía la espalda, y estaba segura de que era por culpa de pasar tantas horas de pie en su otro trabajo. Aún después de una semana, seguía con la espalda hecha trizas. Al día siguiente iba a llamar para dejarlo, si es que no la habían despedido aún. Llevar varios días sin presentarse tenía que ser excusa suficiente para que la echaran.
Las dos botellas se acabaron en nada, y quería otra más. Ya sentía un cosquilleo en la cabeza. Se dio cuenta de que el dinero de Martínez estaba pagándole otra vez la buena vida.
Se dio la vuelta, y vio a Yuri leyendo en su ordenador.
—¿Ahora llevas gafas? O lo haces para parecer más inteligente.
Eran de montura fina dorada, y le sentaban como un guante. Parecía una auténtica neurocirujana.
—Chae, las llevo porque no veo bien —dijo, como si no fuese obvio.— Ahora que me puedo permitir pagarlas, puedo llevarlas.
Chaewon asintió.
—Fue duro —dijo Yuri.—Por eso te quiero ayudar ahora, Chae.
—Un poco tarde.
—Ya lo sé… ¿Pero qué podría haber hecho yo? Yo también era una niña.
—Ayudabas a mamá a meterse conmigo. Eras su cómplice. Que si la ropa negra, que si mi peso, mis gustos, lo que hacía, lo que dejaba de hacer... siempre había algo que criticar de mí. No tienes excusa —dijo, y las palabras le llenaron la boca.
—No sabía qué estaba bien o qué estaba mal. Sufría por ti, y no sabía cómo ayudarte. Por eso te pido perdón ahora. Porque fui una adolescente tonta.
Chaewon se dejó caer en el borde de la cama, mirando el cuadro abstracto colgado en la pared.
—¿Estás conmigo o con mamá?
—¿Qué pregunta es esa? ¿No te ha quedado claro?
—No.
—Contigo, ¡a ver cuando te entra en la cabeza! Literalmente discutimos a gritos en el funeral de papá porque no te mencionaron cuando hablaron de su familia. Yo también me fui corriendo de casa el otro día, poco después de que tú lo hicieras. ¡A mí también me han arruinado la vida!
Chaewon la miró. Seguía siendo aquella niña.
—¿Te acuerdas del día de la escopeta? —le preguntó.
—Claro que sí, Chae. Pensaba que se le había disparado mientras la limpiaba. —Miró a lo lejos, perdida en sus pensamientos—. Sigo teniendo escalofríos cuando oigo pasos fuertes. Pero está muerto. Nunca más va a volver a pasarnos eso.
—Ya… Está muerto. Todavía no me acostumbro. ¿Le echas de menos?
—Ojalá poder decir que sí. Pero desde el día que fue a tu puerta y la reventó de un tiro supe que tenía que irme a una universidad lo más lejos posible. Y después él se pasó una semana entera sin hablar. Yo pensaba que estaba enfadado, pero ahora sé que estaba acojonado de lo que había hecho.
Chaewon empezó a llorar otra vez. No se había quedado satisfecha de antes.
—Creo que nunca he hablado de ello hasta ahora —dijo Yuri, después de respirar.
—Yo tampoco. Y me equivoqué contigo. Te eché la culpa a ti.
—Lo siento, Chae.
Chaewon también le echaba la culpa a Yuri, así que quedaron en paz la una con la otra.
—Sigo enfadada —dijo Chaewon.
Miró a Yuri a los ojos y se rieron un poco. Se le cayeron más lágrimas, algunas de alivio.
—Yo también estoy enfadada contigo, ¿qué te piensas? La próxima vez me toca a mi echarte en cara todo lo que tengo guardado.
Ya era capaz de soportar cualquier cosa. Apoyó la cabeza sobre las piernas de su hermana, como cuando se quedaba dormida viendo una película en el salón en una noche de invierno. Podía descansar.
Fin de la primera parte