Mi habitación
Hoy duermo con la cabeza bajo la ventana, pero hace demasiado frío para dejarla abierta, tal y como me gustaría. Normalmente mi cama está encajda en una esquina, bien resguardada de la claridad de la mañana (suelo dejar que entre algo de luz natural porque me cuesta mucho despertarme) bajo una lámpara pegada a la pared.
Hace más de 15 años que esta lámpara está en mi habitación. Es bastante típica salvo porque un alambre de metal se enreda sobre sí mismo para hacer la forma de una tela de araña y hace que pase un poco menos de luz. He pensado en jubilarla por sus desperfectos pero en realidad no es necesario. Antes tenía una araña de plástico de color gris pegada, pero se le rompió todo menos el cuerpo, así que solo hay una bolita de plástico que raspa cuando me equivoco al apuntar para levantar el brazo y apagar la luz. A veces me doy un cabezazo contra ella o me clavo el cable en la parte de atrás de la cabeza mientras leo porque mi cama no tiene cabecero. Además, la zona del enchufe está ya pelada y le tuve que poner cinta aislante. Tengo un enchufe justo a la altura de la almohada, así que si me siento contra la pared puedo encender la luz del techo con la espalda, o incluso mientras duermo. Es una cosa que ya no me ocurre tanto pero que sigue pasando, y es gracioso cuando otras personas lo hacen por accidente. Saben lo que es ser yo de una forma más profunda. Porque mi carácter no sería el mismo sin mi cuarto y mi cuarto no sería así sin que yo lo habite.
Cuando nos mudamos a esta casa hace 17 años la pared era de color coral. Mi padre, que es arquitecto, pintó todas las paredes de blanco. El armario es blanco, el escritorio es blanco, la cómoda, una cajonera, las cortinas y una estantería son blancas. A veces tengo sábanas blancas y me pongo una camiseta blanca de pijama. Acabo de pintar la pared y el blanco es radiante, deslumbrante cuando la pintura sigue húmeda. Tengo otra estantería de un color caoba muy bonito de antes de que existiera Ikea, una alfombra muy gastada azul claro y una silla para el escritorio azul oscuro. Antes de pintar, la pared estaba inundada de postales y pósters y el color hacía un degradado. Pasaba de verdes y azules a rojos y amarillos, tonos neutros, blanco y negro y marrones. Mis libros apilados en la estantería también están ordenados por color. De pequeño jugaba a ordenar mis libros por tamaños. Tenía una estantería blanca entre mi cama y la de mi hermana (compartimos cuarto durante un tiempo), tan alta para mi tamaño infantil que cuando alcancé los estantes de arriba fue subiéndome de pie a la cama. En la balda de abajo estaban los libros de una colección de juguetes muy bonitos de una granja que están en algún lugar de mi trastero. La siguiente balda era mi mesita de noche. Hacia arriba estaban los de Gerónimo Stilton, que ocupaban dos huecos enteros. Y por último una variedad de cosas, desde cuentos a “Busca en el Antiguo Egipto”.
Mi cama siempre estuvo en el mismo sitio, en la misma esquina. La de mi hermana estaba al lado de la ventana frente al armario en ángulo recto con la mía, donde ahora tengo el escritorio. Después transformamos la habitación del ordenador, una especie de despacho que tenía mi padre completamente lleno de trastos, con una mesa que me parecía enorme y una monstruosa impresora en un cuarto para mi hermana porque al crecer nos hicimos más incompatibles. Yo me quedaba más tiempo despierto leyendo, ella se levantaba muy pronto. Nos pusieron un escritorio gigante a cada uno en nuestra habitación. Mide 1,50m de largo. El mío siempre está abarrotado. No exagero si digo que nunca he conseguido vaciarla entera. Tengo muchos objetos y no todos tienen un sitio en el que guardarse. Hoy son un cuaderno, unas fotocopias, una caja, una torre de libros de 50cm de altura, los pósters que descansan de estar en la pared, una torre de papeles A3 con distintos grados de utilidad, una carpeta con recortes para collage, una taza vacía y limpia con un vaso de plástico vacío y limpio dentro, una regleta de cuatro espacios, un organizador de bolígrafos, dos neceseres, un peluche, un ratón de ordenador, un soporte para el ordenador, un cargador de ordenador y encaramada al borde, un flexo al que le falta un tornillo esencial para sujetarse correctamente. Encima tengo otra estantería en la que guardo algunos libros y cuadernos que uso a menudo, mis juegos de mesa y libros de cuando era pequeño. De ella cuelga una cuerda que tiene colgados con pinzas papeles que me han dado personas a las que aprecio, recuerdos, dibujos de cuando era pequeño y las citas del centro de salud, para que no se me olviden. Mi padre dijo que mi habitación parecía un zoco al verlo.
Ese siempre ha sido un tema espinoso. No considero que haga un mal uso de mi habitación, decorándola como a mi me gusta, pero el orden siempre ha sido complicado para mi. Me olvido de las cosas mientras las hago, no soy capaz de tener un sitio para cada cosa sin estar pendiente, se me olvida recoger las cosas. He mejorado mucho, pero no ha sido porque haya cambiado el chip, sino porque estratégicamente he ido solucionando problemas específicos. ¿Pierdo la cartera a diario? Meto todas las cosas que uso día a día (móvil, cargadores, hucha, stim toys, crema de manos, pulseras, collares, y, por supuesto, la cartera) en una misma caja que tengo en la mesita de noche. ¿Tengo la silla ocupada y no puedo ponerme a trabajar? No pasa nada, todo se va a la cama. ¿No me gusta dormir con la cama hecha? Doblo verticalmente la funda nórdica y la poso sobre el colchón y queda recogida pero no hecha. ¿No soy capaz de guardar la ropa en el armario todos los días?¿He ido acumulando muchas cosas que no son de mi habitación en cualquier superficie que las acepte? Espero a tener ganas y entonces me pongo un contador de 15 minutos mientras cuento cuántas cosas voy poniendo en su sitio. (Esto es lo único que me funciona y suelo llegar a unas 50, pero si quiero dejarlo todo muy limpio, necesito al menos 100). Es un descontrol que tengo controlado. Esta es la única forma que tengo de mantenerlo a ralla. Y jamás estará recogida para los estándares de otras personas, pero a mi me funciona. No se si todo esto se debe solo a neurodivergencias varias, a que mis padres no me enseñaron a recoger cuando era pequeño y después se me hizo tarde para aprender, o a que tengo demasiadas cosas.
Hay algo que no está funcionando. La mesa es demasiado grande, porque, paradógicamente, cuanto menos espacio tenga, menos cosas puedo tener encima de la mesa. Cuanto menos espacio de almacenamiento tiene uno, menos se acumula. A lo mejor me sobra la mesita de noche, que tiene dos espaciosos cajones para la ropa que mi armario no admite. Mi madre piensa que el problema es el armario impráctico. No sé si no tiene remedio siquiera. A lo mejor debería deshacerme de la mitad de la ropa, y eso que aunque no tengo poca, tampoco es tanta. A veces, pensamos juntos maneras de reestructurarla, pero no son muchas, ni mucho mejores de las que ya tengo. Un día el verano pasado se quedó a dormir otra persona y pusimos otro colchón en el suelo. Me gustó tanto dormir a esa altura que pienso en quitar la cama y poner un futón. Poder ponerme en la dirección que más me guste según el día, tirarme al suelo, estirar los brazos y las piernas. A lo mejor es solo por la novedad. Hace un tiempo, mientras estudiaba bachillerato, giré 90 grados mi escritorio y lo puse frente a la ventana. Era muy incómodo, porque no podía llegar bien a la persiana y a cambio dejaba un hueco que no se podía llenar con nada. No encajaba bien. No hay muchas formas correctas de amueblar un cuarto, sobre todo si se va a llenar tan rápido de cosas.
Pienso a menudo en la cantidad de cosas que tengo. Parece que me van a sepultar. Ni siquiera soy consciente de comprar tantas. A lo mejor es que no las tiro. Estudiar Bellas Artes hace que siempre tenga que tener muchos materiales. A lo mejor si estudiara matemáticas solo tendría más libros. Pronto alcanzaré el límite de cuántos libros puedo tener. Mi padre es igual que yo. Ha llenado una estantería entera en el salón, otra en su habitación, y además tiene una torre de libros como la mía en su mesita de noche. Es gracioso que ponga las gafas encima mientras duerme. Hace unos años me advirtió que no comprara libros porque me iba a quedar sin sitio para guardarlos. Hace un año conté cuántos libros tenía, y eran alrededor de 150. Habré leído más de 120. Se puede empezar a considerar una biblioteca a partir de los 300. No sé qué haré cuando desborden. Los libros invaden cada rincón de la casa como una plaga y se ponen en torres como colonias de bacterias.
El papel, que es un material tan poco duradero, registra hechos y momentos de los que sino se olvidarían. Pego muchos de mis papeles en un cuaderno, y ese cuaderno no es otra cosa que más papel. En el corcho que colgué de la pared hay fotografías y postales de viajes de hace muchos años. Me gusta verlos a diario. A veces pienso en qué pasaría si mi casa se incendiara y la cantidad de recuerdos se perderían en las llamas. ¿Qué pasaría con mi piano y mi guitarra? No sé tocar el piano que me regalaron por mi 17 cumpleaños, y me hace sentir un poco fraude. ¿Cómo me atrevo a haber gastado dinero en una cosa que uso tan poco? Pero jamás tendré la oportunidad de aprender si no está ahí. Doy gracias por tener los recursos para poder pensar de esta forma y poder llenar mi habitación de las cosas que me gustan, aunque sean inútiles la mayor parte del tiempo. Sólo con saber que están ahí y son mías, que puedo confiar en su ayuda cuando me hagan falta me dan ganas de ser agradecido y tenerlas cuidadas como si fueran extensiones de mi.
Mi habitación estaba ahí cuando no podía dormir, cuando estaba tan triste que no podía ni moverme, en la cuarentena y cuando tuve covid y no podía salir, cuando invito a mis amigos a casa y se sientan en mi cama, en aquellos dibujos torpes de bachillerato que aún tengo en la pared y escribiendo mis primeras novelas. Estos días, pintando la pared, olía a humedad y tierra como huele ese tipo de pintura, y dormí en el salón. Hoy es funcionalmente inutilizable, con los muebles encajonados de mala manera para hacer un hueco para extender papeles de periódico por el suelo y cinta de carrocero bastante mal puesta en el interruptor de la luz. Estuve durmiendo en el salón, y sin habitación, no tenía un sitio al que apartarme, en el que estar en silencio, poner mi música en alto. No poder habitar mi cuarto me ha cansado mentalmente de una forma que no creía posible. Ahora toca recuperarse y volver a ponerlo todo como estaba.