Últimamente he dedicado más tiempo del que me gustaría en pensar en comida. Yo y muchas otras personas. Como ya me está empezando a molestar, voy a contarle a esta esquina de internet unas cuantas cosas como si fuera una querida amiga. Y, no lo voy a ocultar, me imagino a vosotres leyendo.
No estoy conforme con la normalización y la propagación deliberada de trastornos de la conducta alimentaria. Son un problema de salud pública que no se está tratando adecuadamente, y que además cuenta con una importante colaboración ciudadana. Nos educan para ser policías de los cuerpos de otras personas.
Sin entrar en muchos detalles, ver a una persona a la que quieres convertirse en una cáscara de persona es doloroso. Da rabia e impotencia. La amenaza de la recaída está siempre presente. Nada vuelve a ser lo mismo.
Mi tía siempre se quejó de su cuerpo. Nos preguntaba a mi hermana y a mi si había engordado, cuánto creíamos que pesaba, si debía adelgazar. Nunca vi nada feo en ella, con su pelo negro y sus gafas rectangulares como las que llevo yo ahora. Es una persona muy inteligente, le gusta mucho la literatura y siempre me fascinó mucho el misterio en torno a su vida. La conocí soltera y seguirá soltera. Siempre fue una persona muy crítica conmigo. Llegó un momento en el que se rindió y se dio cuenta de lo que ocurría. Que tenía la manía de responder a todo, como ella, y había algo en mí que tenía que dejar que floreciera. De aquí a unos años, todo va a mejor. Yo no interioricé su manera de odiarse porque estaba especialmente orientada hacia el ser mujer.
Mi hermana dice frases de mi tía, y yo se lo resalto. Y dice “Ya, es verdad.” pero sigue ahí presente, haciéndole daño. Las dos parecen no darse cuenta de todo lo que yo me doy cuenta. Mi madre siempre dice que tenemos unos familiares que levantaban xatos y que ella y yo somos de esa rama de la familia. Está bien cuando lo dice ella, porque todo lo que dice es sin malicia. Y es cierto. Mi hermana y yo no estamos gordos, tampoco igual de delgados que lo que viene a ser estar delgado. No es bueno, no es malo. A mi me gusta como soy, pero no puedo evitar lo obvio: es más fácil siendo hombre.
Facil no significa imposible. Yo no tengo un TCA. Espero que no. Espero no cansarme nunca de negarme a ser cortado por un patrón. El fascismo quiere dictaminar cómo deben ser los cuerpos para servir mejor a la producción capitalista. Ya lo vamos entendiendo. Pues yo digo “no” con todas mis fuerzas, y aun así, detrás de donde menos me lo espero, salta una preocupación que antes no tenía. Tengo la suerte de saber de dónde vienen y poder rechazarlas.
Tengo claro que es cuestión de cómo es mi cuerpo, sino del género que mi cuerpo muestra. No quiero estar más delgado ni más fuerte, quiero no tener tetas. Me acuerdo del estudio que introducía a la literatura sobre los TCA que muchas personas que estaban en clínicas en los años 90 del siglo pasado es porque querían tener una apariencia más masculina. A saber cuántos hermanos y hermanes murieron por ello.
Mientras tanto, yo pienso en ellos y pienso en ponerme más fuerte. Hice kárate y lo dejé solo porque no podía mirar mi cuerpo en el espejo del tatami. Lo que me queda es el gimnasio, un apaño malo en el que no tengo que hablar con nadie si no quiero. Y en el gimansio, todo el mundo se miente a sí mismo y dice que lo hace por salud, cuando en realidad lo hacen por tener un físico determinado. Yo, como me pienso que soy indiferente a la realidad más básica del gimnasio, llevo yendo tres años. A veces me comparo, después me quedo tranquilo porque me recuerdo que cada uno es distinto. No todos los tíos tienen que inyectarse la testosterona cada dos semanas. Sigo mi propio camino, yo me lo hago para mi. Eso me hago creer. Realmente no quiero que mis músculos sean tan grandes. Tendría que cambiar de talla de binder otra vez y eso significa gastar más dinero. Eso no es un deseo real, es un apaño para no darme de bruces con la realidad de nuevo: que tengo tetas. Miro el subrédit de ginecomastia, en el que hombres cis suben fotos de sus tetas demasiado crecidas y me fuerzo a pensar que lo que me ocurre es otra iteración de eso mismo. No lo veo de otra manera.
Voy resistiendo el peso de la cultura del gimnasio. Yo soy yo, y mis intereses no son servir a mi cuerpo, sino que mi cuerpo me sirva a mi, me lleve a sitios, levante cosas pesadas, aguante largas horas escribiendo en mi ordenador, disfrute de la comida y los dulces, estar con mis amigos y poder levantarlos del suelo.
No se si ahora identifico los patrones más fácilemente o todo el mundo parece tener una peor relación con la comida. No sé si la fiebre por la delgadez de los noventa llegó a mejorar en algún momento y hemos sido criades por mujeres a las que les han hecho mucho daño. En un mundo en el que los tipos de cuerpo pasan de moda es perfectamente normal que todo siga ciclos pero la obsesión por la perfección del cuerpo se mantiene constante.
Entiendo que de ahí viene la obsesión por comer sano. Porque hoy en día un cuerpo ideal es un cuerpo sano, no solo delgado. Entonces los macros se vuelven el padrenuestro y los relojes con podómetro el avemaría. El cuerpo es una máquina y el deber moral del humano es optimizarlo a la vez que hacerlo escultural. Además, nuestro querido COVID-19, enfermedad que mata y discapacita, nos dio la cuarentena en la que todo el mundo temía de repente no poder moverse y ganar kilos, y los que se sumaron después, han hecho el panorama que tenemos hoy.
Una de las cosas que me enseñó mi amigue es que los TCA no parten solo de un descontento con el aspecto físico. También se adquieren desde la pérdida de control. Y en este clima económico en el que no puedes planificar, temiendo ser el siguiente al que el horror de la pobreza estructural y la catástrofe climática visite, el control es todo lo que falta. Podemos, quizás, creer que controlamos que lo que comemos sea sano. El ritual de la comida buena, para ser una persona buena. También puede existir una correlación entre una época de más derechos para mujeres y la comunidad cuir, y cuando el fascismo busca hacer que estos derechos recedan, la cultura refuerza su fijación con la salud y la delgadez. Los TCA son enfermedades muy discapacitantes, que crean fuertes secuelas y problemas de salud a largo plazo, y mientras se sufren, un cuerpo hambriento no sirve para luchar por sus derechos.
Hay muchas personas que están cayendo en la trampa. Quienes más hablan de salud ahora mismo son influencers. Hayan estudiado o no ciencias de la salud, la atención prima por encima del valor, y hay mucha gente sin responsabilidad ni escrúpulos que llena las plataformas de información falsa para vender suplementos y planes de dieta. Y los algoritmos que extremizan todo lo posible el contenido para mantener a los usuarios en las aplicaciones llevan de temas aparentemente inocuos a auténticos fosos sépticos de la experiencia humana. El podcast “A bit fruity” tiene un episodio que se titula “From Crunchy to Far Right pipeline”. Desde la búsqueda del bienestar físico, de la alimentación sana y la armonía del cuerpo a creer que las vacunas llevan un microchip.
La comida es otra de las cosas que el capitalismo ha individualizado, y en general, hecho peor. Es la primera vez en la historia que uno cocina solo para sí mismo. Es la primera vez en la historia que un ser humano puede comer cualquier tipo de alimento en cualquier época del año. A cambio de que la producción sea en unos términos con los que cualquiera estaría en desacuerdo, si no estuvieran ocultos a plena vista. Hace unos años hubo una ola de indignación por las condiciones de los animales de granja y una reacción bastante tibia por parte del público. Una especie de realismo capitalista, de las cosas son como son y el mundo es malo, pero respecto al maltrato animal. Salieron muchos documentales y se hicieron tímidas legislaciones y recomendaciones al público. La excusa es que es ley de vida. Yo no soy ningún santurrón, ni soy vegetariano, pero hay cosas que son inadmisibles. Se habla de parches y responsabilidades individuales, pero la sobreabundancia de producción y la falta de planificación son lo que más exagera las malas condiciones.
A veces me echo la culpa y luego me acuerdo de que no puedo achacarme responsabilidades que en realidad son colectivas. El cambio debe ser estructural. Es bastante más difícil que machacarme, pero es la única solución. Respecto a este tema, a nivel individual, poco más se puede hacer que lamernos las heridas y no hacer más daño a las personas que vienen detrás de nosotras, que no es poco. El trabajo de sanar nuestras relaciones con la comida depende mucho de todo el mundo. Un paso atrás es detrimental. Odiar mi cuerpo es odiar el de los demás, y por responsabilidad, no voy a hacerlo.
Me niego a ser cómplice de un sistema que quiere recluirnos en nuestra individualidad, en la optimización de nuestro cuerpo para distraernos de la disfuncionalidad del capitalismo.