El cantar de la carne
Mi padre, pañuelo de lija en mano,
me advirtió de que tanta herida
me acabaría infectando.
Habrá que apuntar esos dedos verdes,
fango, bacteria.
Las uñas negras, tierra mojada, moho.
No lo veo aún, pero lo siento
mi vena morada es pústula negra
y arden las manos entre la sal del mar.
El ignorado signo.
de que desde el principio,
todo apuntaba a ir mal.
Mi madre me preguntó, con su cortauñas de oro,
si me mordía como un perro
porque estaba nervioso.
Era demasiado pequeño
para saber que no era verdad.
Varios veranos de septicemia pasaron
y sigo con todos los dedos en las manos
sin cura alguna.
Nunca sabrás pegar
si nunca lo haces mal.
No aprendes a saltar
sin partirte la barbilla.
El hueso equivocado,
el nudillo débil del meñique,
y el puñetazo sale rebotado.
Cierras los ojos en el aire
-estás un segundo de más en suspensión-
y lo siguiente que sabes
es que un médico
guantes, chasquean látex
azul de mar imaginario,
está cosiendo el agujero en tu cuerpo.
Deja que cure sola esa mano
y el puño no cerrará de la misma forma
El hueso sacará sus astillas
el tendón encontrará otro sitio.
Qué piel más suave, decías
acariciando hueco de mi muñeca,
por encima de mis falanges.
Te enseñé sólo mi mano derecha.
Cuando caminamos juntos por la calle,
siempre estuve a tu izquierda.
Un día me preguntaste por mi lepra.
El callo roto y ensangrentado, la impaciencia.
El pellejo de piel muerta, se levanta hasta la muñeca.
Las cutículas, rojo control.
Esa deformación de mi pulgar, los años bajo el martillo.
Dedos sin huella dactilar. Como serpiente sin muda.
Hojas de examen manchadas de sangre.
Enseño mi vergüenza en el idioma de mis dedos.
No quiero meterlos en tu boca.
Llevar su humedad a un lugar indigno.
Muérdeme, arráncalos.
Prefiero no tener manos
a que finjas que te gusto.
Préndeme pedacitos de tu piel en estos agujeros sangrantes
Haz un violín con mis cuerdas vocales.
Sólo sonarán bien en sus curvas de madera.
Llevo meses desangrándome
en el suelo de este descampado.
Prometeo mundano.
No atienden víctimas de muerte por mil cortes
en este hospital.
Sólo espero que me encuentres,
y si no me puedes curar,
que abras mi pecho en canal,
quites lo que no funcione
y te tapes con tu nueva manta, mis pulmones,
en tu nueva casa, mis costillas.
Tócalo, sebo bajo mis mejillas.
Muda gelatina, que no sabe a quién obedece.
Acata órdenes,
bacteria parasitada,
ahógate en un río de mi sangre.
Ábreme en canal,
estudio de una matanza,
cuelga mi sebo boca abajo
y llévalo al tribunal militar
por desobedecer
leyes de su amo.
Sigue el curso de la sangre,
ferruñosas cañerías,
canalón abajo,
haz embutido con el sebo de mi rostro.